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Batman: White Knight

Cambio de paradigmas

Batman: White Knight

Cuando leí que iba a salir un nuevo cómic de Batman, mi reacción fue básicamente la misma desde el inicio de N52: “Meh”. Cuando leí el título, me causó gracia. Cuando leí que estaba a cargo de Sean Murphy (Joe the Barbarian, Punk Rock Jesus), tanto en guión como en dibujo y tintas, mi interés creció. Y finalmente cuando leí la premisa, mi atención fue absoluta. Un elseworld de lo más interesante.

Batman: White Knight lleva apenas 2 números salidos, planeada para ser una miniserie de 8 (hasta hace unas semanas iban a ser 7). Y como aditivo, tenemos a Matt Hollingsworth (Alias, Daredevil: End of Days, Joe the barbarian) para el coloreado, sumando en lugar de restar al ya maravilloso arte.
¿Qué me pareció el primer número? Una maravilla prometedora. El segundo tiene unos giros que me resultaron súper interesantes, que me mantuvieron súper atento a lo largo de sus páginas, dejándome con ganas de comprar la serie completa.

Y es que la premisa, entre tantas otras cosas, juega con algo que yo -y varios lectores- hemos pensado alguna vez: Esa relación enferma entre Batman y The Joker.
Batman es un obsesivo. The Joker es un agente del caos que busca recibir la atención del héroe de Gotham City.

Pero eso no es todo. Una cura aparece. The Joker quiere probar un punto. Quiere darle una vuelta de tuerca a ese baile eterno con Batman.

Las primeras páginas nos revelan mucho. Vemos una suerte de Batmobile entrando a Arkham, y un hombre bajando del mismo, siendo escoltado por la policía. Hablamos de Jack Napier, un hombre bien vestido, prolijo y elocuente...cuya identidad (para algún distraído o desconocedor), es revelada casi al instante por un policía que se confunde y casi le dice “Joker”. Jack vino a ver a un Batman encadenado dentro de Arkham, diciéndole que necesita su ayuda.

Y damos un salto temporal. Un año atrás. Ahí es donde comienza nuestra historia. El clásico ida y vuelta: The Joker perpetrando caos, y Batman persiguiéndolo. Pero todo pega un giro interesante cuando, rodeados por la policía, tanto héroe como villano tienen un fugaz intercambio verbal que termina de sacar de sus cabales a Batman, mostrando una brutalidad y pérdida de control pocas veces, sino nunca, vista. Y como frutilla del postre, toda la escena es filmada y filtrada a los medios, donde se ve a un criminal casi al borde de la muerte por un claro abuso de Batman mientras… la policía solo miraba, sin interferir.

Ahí radica el encanto de esta historia, donde Sean Murphy se preocupa de mostrarnos y ahondar en algo que ya pensamos todos muchas veces, y que varios autores sembraron en su momento. El móvil de la trama, el enfoque, todo es dirigido por las palabras de The Joker. La estabilidad mental de Batman, la vista gorda de la policía, la situación desastrosa de Gotham, la terapia de Batman de golpear criminales disfrazados y alimentar a que la ciudad siga en un círculo vicioso de crimen y decadencia…

Como era de esperar y nos cuenta la premisa, The Joker deja de existir. Ahora tenemos a Jack Napier, una persona reformada que muestra niveles de inteligencia aterradoramente elevados y un arrepentimiento e interés aparentemente genuinos en ser un ciudadano modelo que pueda ser útil a la sociedad. Pero lo lindo e interesante, como ya nos mostraron al principio, es ver esa dualidad sutil donde, pese al cambio de paradigma y que esa relación enfermiza entre el caballero oscuro y el ahora caballero blanco ya no existe, ambos personajes parecieran seguir cumpliendo papeles, pues mientras vemos el camino de sanidad de Jack Napier, somos también testigos de un Bruce Wayne perdiendo el control, su frialdad, y la (poca) estabilidad emocional que le quedaba por diversas situaciones, desde pequeños diálogos hasta una situación personal que lo tiene preocupado. Bruce Wayne al borde del colapso. Muchos pensamos que la principal diferencia entre Bruce y el resto del panteón de locos de Gotham, era el autocontrol y la motivación de hacer el bien, aunque pareciera que es más movido por la culpa, la venganza o el dolor. Bruce Wayne tiene mil problemas emocionales que son mantenidos a raya y que muchas veces han interferido en sus relaciones personales, pero nunca dudamos de su nobleza, pese a su aparente obsesión, con tintes de locura, mantenidos a raya. Conceptos que vemos desde hace aproximadamente 30 años paseándose cada vez más notoriamente entre sus páginas, de formas más explícitas, detonadas por algún suceso o no.

Sean Murphy no se detiene en la psicología de los personajes, sino que tiene otro acierto de fondo, que va tomando fuerza página a página y que pocas veces se preocuparon de mostrarnos: Gotham City. Una ciudad con sus problemas, sus ciudadanos, cuerpo policial, voces, clases sociales enfrentadas, clase alta sacando jugo de Batman y la representación, que bien puede jugar como crítica sociopolítica a no solo la actualidad de Estados Unidos, sino a varios países, donde muchos ciudadanos pueden llegar a sentir que se beneficia más a una clase social que a otra, siendo algunos abandonados a su suerte, abusados por los más poderosos (¿les suena familiar?).

Hay muchos cameos de personajes, y particularmente alguien importante y bastante bastardeado desde hace rato, tiene un giro muy interesante en el segundo número. Quizás a algunos les haga un poco de ruido, pero a mí me pareció una salida magnífica para seguir construyendo una trama que se viene con todo.

¿Mi veredicto? Excelente. Me molestaba una única cosa al principio: que “Jack Napier” exista, porque una de las principales cuestiones de The Joker que lo hacen interesante como personaje, era desconocer su pasado, su nombre, su identidad civil. Pero creo que a las 10 páginas me dejó de importar (después de todo, es un elseworld) y me sumergí de lleno en la lectura. Compra asegurada.

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Escrito por:
Maximiliano Britos
Chaos Magician
Maximiliano Britos
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