Allá por el año 1987, la industria del cómic yankee se encontraba inmersa en la genial revolución creativa que significó la confluencia de dos factores: el acceso al mercado de ventas directas y la publicación de algunas de las obras más geniales de toda su historia. El circuito de librerías especializadas permitía la distribución sin el sello (y la consecuente censura) del CCA y el éxito de títulos como American Flagg!, Watchmen o The Dark Knigth Returns demostraba que se podía apostar a un producto orientado al público adulto y obtener buenas ventas.
Los artistas estaban muy entusiasmados con la nueva libertad creativa que se les ofrecía pero las editoriales (principalmente las grandes) se mostraban más cautelosas. DC tuvo una idea que les permitía poner una red de seguridad antes de dar el salto. Los títulos más jugados no pasarían por el CCA pero saldrían con una advertencia en tapa que rezaba: “Suggested for mature readers”. Así se aseguraban que ninguna de esas asociaciones civiles rancias que proliferan en los USA les organizara un boicot como había ocurrido en otras épocas. Hoy, los títulos más recordados que salieron con esa leyenda en tapa son The Question de Denny O'Neil y el Green Arrow de Mike Grell.
Pero un grupo de autores no estuvo de acuerdo con el dichoso cartelito al que sentían como una nueva forma de autocensura. Su argumento principal se puede resumir en que ninguna otra obra de ficción impresa en papel y vendida en una librería llevaba ese tipo de advertencia ¿Por qué ellos debían autoimponérsela? Entre estos autores rebeldes se encontraban los nombres de los tres que habían revolucionado el medio: Alan Moore, Frank Miller y, como no podía ser de otra forma, Howard Chaykin. Moore y Miller dijeron que no iban a volver a colaborar con DC si la empresa insistía en ponerle rótulo a sus obras. Chaykin también... pero fue un paso más allá y creó una obra que puso en cuestión radicalmente la clase de material que debía ser considerada “solo para adultos”. Esa obra fue Black Kiss.
Rarezas y controversias
Black Kiss se publicó en un formato rarísimo: Revistitas mensuales en tamaño comic book pero con solo diez páginas de historieta en blanco y negro cada una. ¡Y se vendían a u$s1,25! Chaykin no solo atacaba la mojigatería del medio desde el contenido sino que también ponía en cuestión su mecánica de trabajo, apostando a poder generar la misma ganancia pero dibujando menos de la mitad de las páginas mensuales que exigía la industria americana.
Un poco para disimular las poquísimas páginas de historietas que traía, cada revista tenía una doble página de cortesía de exquisito diseño gráfico, un resúmen de lo publicado y una breve columna en la que bajo el sugerente título de “Lip Service”, el editor Lou Stathis se comunicaba con los lectores y comentaba tanto detalles de la serie como alguno de los escandaletes que había suscitado.
Esto, como es lógico, no podía publicarlo ninguna de las dos grandes... ni siquiera una de las independientes norteamericanas. Tuvo que publicarlo la ignota editorial canadiense Vortex. Contra todo pronóstico y basándose casi exclusivamente en el prestigio del autor, el título logró ubicarse décimo en los pedidos de ventas directas y tercero si consideramos solo las editoriales independientes.
En estas condiciones, el primer número vio las bateas en junio de 1988.
Y entonces se desató el caos.
Recordemos que por aquellos tiempos, el sistema de venta directa funcionaba a partir de pedidos que realizaban los libreros con tres meses de anticipación. Los número uno siempre generaban interés y vendían bien así que las librerías hacían pedidos más grandes de lo habitual. El tema es que cuando, por fin, llegó el primer número de Black Kiss, muchas librerías pidieron directamente que retiraran las revistas del negocio, argumentando que ese era material pornográfico y que ni siquiera podían exhibirlo. Esto generó una onda expansiva que subió por toda la cadena de producción. Las ventas directas no prevén un mecanismo de devoluciones y la distribuidora no estaba dispuesta a asumir el costo adicional por el trabajo de retirar el producto y devolverlo a la editorial. Por su parte, Ronald's Printing, la imprenta con la que trabajaba Vortex (y que también imprimía títulos “adultos” como Marshall Law o The Longbow Hunters), al ver todo el escándalo, se sumó al boicot y se negó a imprimir el número cinco. El publisher de Vortex Bill Marks declaró en ese momento a The Comics Journal:
“No nos extrañó que se negaran a imprimir el quinto número. Nos extrañó que aceptaran imprimir la obra en primera instancia.”
La continuidad de la serie solo pudo garantizarse cambiando de imprenta y negociando con los libreros en los siguientes términos: la editorial absorbía el costo de retirar las revistas si las librerías volvían a recibirlas pero esta vez selladas dentro de una bolsa y con una lámina negra de papel que no permitiera ver la portada. Un crimen imperdonable ya que Black Kiss tiene algunas de las portadas más bellas de la historia del comic.
Tres detalles respecto de la censura
Primero: Todo esto puede parecer una exageración propia del puritanismo yankee pero todavía conservo algunas bolsas opacas en las que compré álbumes de Altuna y hasta Fierro estuvo a un paso de tener que salir embolsada durante el gobierno de Alfonsín. Así que hipócritas hay, hubo y habrá siempre y en todas partes.
Segundo: Hablando de otros países, vale la pena analizar que mientras la edición original llevaba una leyenda minúscula sobre el logo de la editorial que decía “Adult Only”, cuando Norma publicó la obra en 1990, ponía un cartel grande, en un lugar bien visible y en colores que decía “Solo para adultos”. Ocurre que mientras en los USA esta advertencia podría significar un riesgo comercial, en Europa ya se lo consideraba un argumento de ventas que podía atraer lectores. También le metían otro montón de carteles que arruinaban totalmente la sobriedad de las portadas pero eso por puro mal gusto y falta de criterio estético.
Tercero: Como viene la historia hasta acá, puede parecer que esto fue un cachetazo para Chaykin que oponiéndose a un cartelito en la tapa, terminó teniendo que comercializar su obra con un sesgo de censura mucho más violento. Es verdad, pero, apenas terminó de salir la serie y con la tirada agotada, Vortex realizó la primera reedición en tres tomitos de 48 páginas con el título Big Black Kiss y en 1993 publicó el tomo compilatorio con toda la obra.
Ninguna de esas reediciones se publicó sellada ni censurada. Algo había cambiado.
Manos a la obra
“Hola, cariño... Soy Dagmar y me encantaría chuparte la polla. Me encantaría hablar contigo pero ahora no puedo ponerme al teléfono ya que le estoy demostrando a un tipo con suerte lo que pueden hacerle a un hombre cinco pies y siete pulgadas de ardiente rubia. Sobre todo, las siete pulgadas”
Esta es (en traducción de Francisco Pérez Navarro) la primera frase de Black Kiss.
Como vemos, la obra arrancaba fuerte.
Tenemos un Los Ángeles más turbio, sórdido y violento que el de Elmore Leonard; policías corruptos y mafiosos que dejan como niños de pecho a los de Año Uno o Sin City; pero además hay transexuales, curas pedófilos, prostitutas ciegas, viejas actrices porno retiradas, cultos satánicos, orgías, necrófilos, una película robada del archivo de pornografía del Vaticano... y surfeando esa ola gigante de locura tenemos a nuestro protagonista: Cass Pollack.
Cass es un músico de jazz judío recién salido de una clínica de rehabilitación por su adicción a la heroína. Tiene el aspecto físico y las características generales de todos los protagonistas de Chaykin pero en este caso la amoralidad llega a un punto en el que al lector le resulta casi imposible empatizar con él (o con cualquier otro personaje de la serie).
Si repasamos los distintos trabajos del autor, debemos convenir en que predominan mucho más los aventureros que los héroes: el psicopático, narcisista y violento Lamont Cranston en The Shadow: los pícaros ladrones y estafadores Fafhrd y Ratonero Gris; el pirata y mercenario Cody Starbuck... tal vez Reuben Flagg sea, con todas sus limitaciones, el más heroico de sus personajes ya que detrás (a veces muy detrás) de todos sus objetivos personales tiene una motivación noble.
Cass Pollack no es un héroe, ni siquiera es un aventurero. Solamente es un tipo que se ve de golpe perseguido tanto por la mafia como por un cuerpo policial corrupto y gatillo fácil. Su objetivo principal será, por lo tanto, tratar a toda cosata de salvar el pellejo. En el primer número matan a su esposa y su hijita de tres años y el tipo no derrama una lágrima, no jura venganza, solo está pensando como puede zafar de esa situación. Como objetivo secundario, tratará de meter su pene circuncidado en cuanta concavidad húmeda encuentre disponible pero se entiende que estaba enfrentando mucho estrés, pobre muchacho.
El único motivo por el que aceptamos con cierta naturalidad que este tipo despreciable sea el protagonista es porque los antagonistas son mil veces peores.
Respecto a la estructura del relato es bastante redonda. La acción es vertiginosa y hay tantos globitos por viñeta que, aunque cada entrega tenía apenas diez páginas, al terminarla daba la impresión de haber leído las tradicionales veinte.
Aparecen algunos de los tópicos del autor como el uso de los dobles o personajes tan parecidos que son casi indistinguibles para el lector. En este caso, el recurso fue anticipado en una trama secundaria de American Flagg! Se ve que al enfant le gustó tanto que quiso volver a usarlo pero ahora ocupando un rol central dentro de la historia.
Una mala
El dibujo de Chaykin en blanco y negro suele ser inobjetable. La expresividad de su trazo, su nivel de documentación, su uso perfecto de las tramas mecánicas en fondos e indumentaria y la colaboración siempre positiva del letrista Ken Bruzenak son todos ases en un poker perfecto. En este caso, Black Kiss tiene un arranque prolijo, detallado y muy espectacular en el que se aprecia, además, una puesta en página algo más tradicional que, sin perder dinamismo, permite una lectura más intuitiva que otras obras anteriores.
Pero...por la mitad de la serie, la calidad del dibujo empieza a bajar un poco y, alrededor del número diez, tiene momentos realmente flojos con algunas viñetas que parecen incompletas, desprolijas y apresuradas. Se entiende que con todos los quilombos que tuvo la obra, Chaykin haya perdido su entusiasmo inicial pero ese bajón de calidad termina jugando en contra de uno de los postulados iniciales del proyecto: un autor que se embarca en un proyecto independiente para dibujar solo diez páginas mensuales debería poder mantener la calidad del producto.
Antecedentes y legado
El relato tiene varias características que lo insertan (como toda la obra de Chaykin) en la tradición de la mejor cultura popular del siglo XX. No solo por sus antecedentes rastreables en la novela negra, el cine de Hollywood y la literatura pulp, sino también porque su influencia es tan grande que genera un legado reconocible.
Por poner un ejemplo, sin el antecedente de Black Kiss, probablemente Dark Horse no hubiera publicado Sin City de Frank Miller. Resulta difícil de creer que en 1991, la tercera editorial más grande de los USA (cuyo principal ingreso venía de Alien y Predator) se hubiera animado a publicar una historia en blanco y negro llena de putas, asesinos, sexo y violencia gráfica si no hubiera existido esta experiencia previa que demostraba que podía hacerse.
Pasa que Chaykin supo estar tan adelantado a su época que, a veces, tardan en verse sus influencias, sobre todo en un contexto tan conservador como el de la industria del cómic americano.
En su momento, a falta de referencias dentro del medio, la crítica adecuadamente relacionó Black Kiss con películas arriesgadas de la época como Blue Velvet de David Lynch o Doble de Cuerpo de Brian de Palma.
Pero años después, cuando Robert Rodríguez sorprende al romper abruptamente el pacto de lectura en Del Crepúsculo al Amanecer, cuando Guy Ritchie enhebra todas las tramas y personajes con el mismo hilo, haciendo que todos se relacionen con todos en Snatch, o cuando Quentin Tarantino hace que al final de Perros de la Calle todos los personajes confluyan en un mismo lugar para desatar una orgía de sangre y fuego... está bueno recordar que Chaykin lo hizo antes y dentro de un medio totalmente reaccionario.
No intento decir con esto que estos artistas se basen en Black Kiss. Seguramente, muchos abrevan de las mismas fuentes de la cultura popular. Solo destaco lo innovador del planteo respecto de su tiempo.
La tentación de la segunda parte
Y tras veinticinco años de la obra original, en 2013, Image anuncia que publicará Black Kiss 2 en una miniserie de seis números.
Sin caer en el lugar común de decir que las segundas partes siempre fueron malas, cabía preguntarse si esta continuación sería necesaria. ¿Seguiría siendo desafiante el título en el contexto cultural más evoluciocionado del siglo XXI? ¿Podía funcionar Black Kiss más allá del gesto vanguardista que representó en su momento?
Afortunadamente, Chaykin, una vez más, estuvo por encima de todas las dudas. La obra es muy diferente de la original y abarca un periodo de tiempo de más de un siglo aportándole interés y profundidad al universo ficcional de la obra. No se trata, en este caso, de una historia cerrada y compacta como la primera sino de una serie de relatos cortos interconectados y ubicados entre 1904 y 2010. Tampoco es que sea un Black Kiss Tales ya que entre todas esas historias cortas se forma un mosaico coherente y sólido con una estructura narrativa reconocible y disfrutable.
¿Lo mejor? El dibujo. Si solo conocés las obras actuales de Chaykin, olvidate. Este es el dibujante de sus mejores tiempos. Es más... me atrevo a decir que algunas páginas de esta continuación son mejores que las mejores de la serie primigenia.
¿Lo peor? ¡Las portadas! ¡Qué cosa más fea! Lejos de la sobriedad del diseño original, esta serie presenta un despliegue de minas en calzones posando para la foto como modelo de Instagram. Y como las desgracias nunca vienen solas, el color digital de Jesús Aburto solo sirve para recordarnos al genio de Richard Ory que supo ponerle color magistralmente a las tapas de la serie de los ochenta.
Si alguien todavía no la leyó, Norma ya tenía editada la serie original en un tomo hermoso pero, este año salió un integral de Dolmen que contiene las dos partes y un montón de extras en una edición que es puro lujo. Si prefieren leerla en inglés, como el resto de la obra de Howard, las reediciones corren a cargo de Dynamite.