Todavía sigue siendo cierto que, si uno dice “Ivrea”, lo más probable es que le contesten “manga”. Por eso volvemos al ruedo con la segunda parte de la nota que explora la interesante historia de la editorial con la producción local. Nuevamente contamos con el comentario de lujo de Alejo Valdearena, otra vez protagonista de esta etapa, ya que se desempeñó como coordinador de la línea editorial que Ivrea lanzó en 2006 con la intención de transformar a la historieta nacional.
Si todavía no leíste la primera parte de esta nota:
PARTE 2: La línea de “comics argentinos” (2006/2007)
El estallido de la crisis del 2001 y la subsiguiente salida de la paridad peso/dólar presentó un final dramático para el paisaje de la historieta como había sido configurado en la década anterior. La importación fácil y barata que había alimentado al “boom” de las comiquerías ya no era viable, y la situación económica terminal hacía difícil que editoriales nacionales pudieran aspirar a “sustituirla”. Las decenas de “revistas de información” lanzadas para subirse al éxito descomunal de Dragon Ball Z, Pokémon y también Lazer desaparecieron de los kioscos. Las pocas editoriales que siguieron en pie dejaron de lado el manga y el anime y regresaron a dedicarse a lo que hacían antes. Por ejemplo, Vértice, que había editado Otaku, Anime Entertainment y una plétora de "revistas oficiales" de los animes que emitia Magic Kids volvió a producir impresos infantiles, como libros de actividades o para colorear, para multinacionales como Disney.
Ivrea sobrevivió a la crisis sin cambiar el rumbo. Aunque esto no significa que el primer lustro del siglo XXI haya sido sencillo para la editorial. En un balance publicado en Lazer N°36, el editor y fundador de la editorial Leandro Oberto afirmó que “con la crisis del corralito sufrimos una reducción a la mitad de las ventas”, tanto en el caso de la revista como en la “línea de mangas”, y si bien “hemos ido número a número subiendo las ventas”, “todavía estamos lejos de las cifras previa devaluación”. En 2007, en respuesta a la queja de lectores en el correo del N°41, el editor agregó que para mantener a flote la edición de mangas fue necesario “aumentar el mínimo posible”, “sacrificando todo y haciendo prácticamente magia y malabares para mantenerlos lo más posible contra viento y marea”. No menos importante en la ecuación fue la existencia de Ivrea España, que permitió publicar series “a pérdida y subsidiadas” por la filial europea.
A las malas condiciones macroenómicas se debe sumar la trágica muerte de Pablo Ruiz, vicepresidente de la editorial y cofundador de Lazer, quien fue diagnosticado con cáncer a fines de 2004 y falleció el año siguiente, con tan solo 29 años.

Ivrea, sin embargo, redobló la apuesta. En 2004 ensayó una suerte de relanzamiento de su línea manga con títulos como Yu Yu Hakusho e Ikkitousen. Con su N°34, Lazer inicia en 2005 una nueva etapa con nuevas secciones y un staff renovado, logrando por primera vez en su historia respetar la periodicidad mensual. Y en 2006, inicia un ambicioso proyecto en pos de diversificar su línea editorial con historieta producida en Argentina.
Alejo Valdearena, quien como dijimos en la primera parte fue coordinador editorial de la línea, cuenta que esta fue una “idea de Leandro”. El plan surgió cuando estaban los dos viviendo en Barcelona, lo que se sumó a su idoneidad para el cargo gracias a haber sido parte de Ultra. “Yo era un candidato cantado por la experiencia conjunta que ya teníamos”, cuenta el guionista. “Otra vez, las expectativas eran grandes y muy emocionantes. La idea era hacer cómics diseñados especialmente para el público argentino. Es decir, hablados en nuestro idioma y con nuestra idiosincrasia (aunque fueran ‘mangas’ de ciencia ficción)”.
Recuerda Valdearena que habían creado “una especie de manifiesto [puesto] a disposición de la gente que quería presentar muestras. Hablaba de algo así como cómic para todos los gustos. La utopía japonesa: mangas de ping-pong para los amantes del ping-pong y de entomología para los amantes de los insectos”. Si bien cuando se incorporó “ya tenía un par de obras contratadas (Real Clohe y Reparaciones Fina)”, una vez asumió su rol, él se convirtió en la primera línea de selección. “La gente mandaba muestras que yo evaluaba y cuando alguna me parecía potable se la pasaba a Leandro”.

La filosofía editorial no era distinta a la que había impulsado a Ultra: la idea era tomar lecciones del manga y aplicarlas en Argentina como un remedio para una industria nacional que se consideraba rota. Como en Japón, el editor no se pensaba como un “curador” que elige las obras a editar considerando cuales son las más valiosas en términos artísticos, la que más apelan a su “paladar negro”. El editor, quien obviamente aporta una cuota de subjetividad y gusto personal, es un intérprete de la demanda del público, seleccionando aquello que cree los lectores quieren leer (y, más importante, comprar). Para Ivrea esto significaba historieta con más imagen y menos texto, condimentada con esos ingredientes infaltables de la cultura masiva que son el sexo y la violencia, y en una sintonía absoluta con la idiosincrasia local y contemporánea.
Es interesante señalar que Oberto y la editorial siempre hablaron de “comics argentinos”, y no “historieta nacional”. Desde sus primeros roces con el discurso público, por ejemplo, en una entrevista que se le hizo en Comiqueando N°8 cuando era solo el dueño de la comiquería Genux, el futuro editor argumentó que parcelar a la historieta en diferentes “subgrupos” como manga, comics de superhéroes, bande dessinée, etc., no solo era una “idea estúpida”, sino que era mal negocio, porque también dividía al público consumidor. Mejor meter todo bajo un mismo paraguas, y ese era el término “comic”. (En el caso del manga, peleó y perdió esta pelea en las páginas de Lazer, entendiendo que los lectores argentinos no querían que le vendieran comics japoneses, sino manga).

“Lo sabe todo el mundo: por alguna extraña razón esta bendita tierra produce bovinos, cereales e historietas de la más excelsa calidad”, afirmaba la publicidad con que se anunció en la Lazer N°37 el lanzamiento de la nueva línea en 2006, creada expresamente para “aprovechar los dones del suelo que pisamos”. El line-up completo estuvo compuesto por: Sick Bird de Carlos Trillo y Juan Bobillo, editada en tres libros que replican el formato de la edición original francesa de unos años antes; las obras inéditas Real Clohe de Luciano Vecchio y Javier Barrera, Legión de Salvador Sanz y Mar del Plata de Agustín Dib y Juan Pablo Vázquez; la recopilación de El Negro Blanco de Trillo y Ernesto García Seijas; y una oferta de “comics argentinos estilo manga” que incluyó a Reparaciones Fina y Casa de Brujas de Patricia Leonardo, Automatik Kilombo de Sergio Coronel y Operación TowerTank de Gabriel Luque.
El plan, como fue elaborado por Oberto en la misma Lazer, era editar “tomos autoconclusivos en distintos formatos” a ritmo de uno diferente por mes, y si “un autor tiene éxito con un tomo”, entonces “saldrán más de ese autor”. Algunos títulos, como Legión o Real Clohe, fueron editados simultáneamente por Ivrea España (Inversamente, otros como Taca Tac, con guion de ocho escritores diferentes y dibujos de Feliciano García Zecchin, fueron importados en su edición española, la misma una traducción al español del original francés publicado por Casterman en 2003).
Como puede verse en los avisos que ilustran la nota, nuevamente Lazer fue central en la campaña publicitaria. Aunque vale decir que, a punto de por cumplir una década en prensa, la revista ya no tenía el mismo poder en 2006 que cuando se había lanzado Ultra en 1999. No solo por los lectores que se habían perdido durante la crisis, sino porque el acceso a Internet ya era más difundido, lo que enfrentaba a la publicación con la inmediatez de decenas de blogs y foros especializados en manga y anime.

Salvador Sanz estaba lejos de ser un ignoto cuando publicó Legión con Ivrea, habiendo forjado un nombre con su participación en el fanzine Catzole, que lo tuvo como uno de los fundadores, y en la antología Bastión Unlimited de Gárgola. Pero también es cierto que haber sido publicado por la editorial de Lazer y el manga lo hizo conocido ante un nuevo público. Salvando lo anecdótico que pueden resultar las trayectorias personales, mi yo adolescente le dio una oportunidad al libro porque era de Ivrea. De hecho, luego empecé a comprar Fierro porque vi una hermosa tapa de Nocturno en el kiosco.
En nuestra entrevista, Valdeareana no quiere saber nada con el mérito por haber publicado Legion, resaltando que Sanz “ya era un autor reconocido con una obra hipersólida”. Aunque agrega que un “acierto de la editorial” fue “rechazar la primera idea que nos hizo llegar y pedirle que hiciera algo de terror”. Como señala él, “Legión está entre las obras más recordadas de la línea y es la que más proyección tuvo después”, siendo editada en Estados Unidos por IDW en 2007. La relación con Sanz continuó con el libro de Nocturno, publicado en 2009, pero luego el autor se mudó a Ovni Press, donde se reeditó todo el material de Ivrea.
Como reconoce Valdearena, El Negro Blanco no fue la primera opción. “La idea original fue publicar El Loco Chávez”, un preferido de Oberto, “pero no se pudo por una disputa entre Trillo y Altuna, creo”. El Negro Blanco había sido el sucesor del “Loco” en la contratapa de Clarín, serializándose entre noviembre de 1987 y septiembre de 1993. Según el coordinador editorial, la historieta se publicó en libros similares al “medio tanko” de 100 páginas con que Ivrea había comenzado la línea manga, por un lado, porque era un formato conocido (“todas las editoriales tienden a manejarse con los formatos que ya tienen probados”) y, por otro, “porque el material” que ya había sido “remontado como página” por los autores para una edición italiana “encajaba bien” alli. A diferencia de los “rescates” que suelen realizar editoriales de historieta argentina, no se publicaría una selección de lo mejor o solo el comienzo de la obra, sino que se la editaría en forma íntegra. Si bien la serialización tuvo sus contratiempos, tomando dos años y medio en total, se llegó a publicar los 10 tomos.

Según el texto publicitario, El Negro Blanco se trataba de un “periodista, porteño, un poco chanta, mujeriego empedernido, pero sobre todo simpático y entrador como ninguno” que se desarrolla “a golpe de romance, aventura, enredos variopintos y canas al aire” que “reflejar[on] la intensa realidad de una clase media mutante”, ubicando a la serie entre la comedia de enredos, el costumbrismo rioplatense y el erotismo apuntado a un lector masculino heterosexual. Una mezcla que siempre ha gozado de gran aceptación entre el público argentino, incluyendo los lectores de manga. Incluso en el diseño de las portadas, que destacan personajes y cuerpos femeninos por igual, hay reminiscencias de la estrategia desplegada anteriormente por la editorial para mangas del estilo comedia romántica ecchi como I”S de Masakazu Katsura.
Pero el juego con la historieta japonesa no se quedó allí. Una parte importante de la linea de “comics argentinos” fue el intento de promover al “manga” producido localmente. Una movida que, como reconoce Valdeanera, apuntaba a “captar al público” que ya le compraba a la editorial. “Sin ese público potencial calculo que ni siquiera hubiéramos soñado con el proyecto”. Recuerda también que “la mayoría de las muestras que recibíamos [de estilo manga] eran de gente muy pero muy joven, talentosa, pero sin experiencia y en plena formación. Pensemos que esa generación de autores y autoras influidos por el manga recién estaba arrancando. Entonces, si bien llegaban muchas muestras, había pocas en las que se veía la posibilidad de que se acabaran cristalizando en un libro de nada menos que cien páginas”. Por esta razón, afirma que el criterio de selección fue "bastante pragmático”, eligiéndose “lo mejor de lo que llega”, pero que además “tiene chances de concretarse”.
Cuenta la leyenda que, en un paseo dominguero, el Toyota del Dios Manga fundió biela en medio de un vasto, llano, fértil y solitario territorio de los confines más australes del globo. Nada había a su alrededor, sólo un humilde rancho, allá lejos, sobre el horizonte, levantándose a la sombra de un majestuoso ombú. Golpeo las manos el Dios y salió a recibirlo una mujer […] la fémina más bella que había visto en su casi eterna vida! Sedas celestes y blancas cubrían su exquisita figura y un gorro frigio, rojo pasión, coronaba su gloriosa cabeza!”. De su amor nació “una criatura híbrida cuya voraz y explosiva creatividad se alimenta de Evangelion y Patoruzito por igual! De Dragon Ball y Mafalda!
Así presentó Ivrea, en la Lazer N°44, a una “nueva generación de historietistas argentinos” y sus “mangas argentinos”.

Primero fue Patricia Leonardo con su ópera prima, Reparaciones Fina, publicitada como una comedia con elementos fantásticos en la cual la autora “cocina el shojo, el humor y la realidad argentina en la misma olla”. El libro fue considerado un éxito al colmar las expectativas de la editorial y agotar los mil ejemplares de la tirada inicial. Además, la obra encontró una respuesta favorable en la edición realizada ese mismo año por la filial española. Al año siguiente le siguieron Automatic Kilombo, Operación TowerTank y Casa de Brujas, un spin-off protagonizada por un personaje secundario del primer libro de Leonardo.
Sin embargo, según Valdearena, ninguna de ellas logró replicar el éxito inicial de Reparaciones Fina. En varias entrevistas, incluyendo la realizada para esta nota, el guionista hace un mea culpa al respecto. “Sobre la respuesta del público”, comenta, “creo que fue buena, pero también hubo obras que se merecían mucho más y pasaron desapercibidas, como Automatik Kilombo. Aunque eso no es culpa del público, claro, es culpa nuestra y solo nuestra”. En este último punto coincido, la obra de Sergio Coronel necesita ser revaluado e incorporada al canon, y al autor hay que ponerlo a dibujar historietas de nuevo ya mismo. Esas páginas lo argumentan por sí mismas.
La estrategia editorial de generar “mangas” a nivel local había sido ensayada en muchos países donde la historieta japonesa fue sensación. Después de todo, de lograr hacerse con éxito, permitiría ganar independencia en el diseño de planes editoriales y, en un país como Argentina, “desdolarizar” parte de los costos. En algunos mercados esta estrategia tuvo buenos resultados como, por ejemplo, en Alemania, donde editoriales grandes como Carlsen y Tokyopop ofrecen “manga alemán” de manera sostenida, y hasta han logrado licenciar su material al extranjero. En este respecto, Valdearena comenta que “la línea se hacía en Barcelona” y por lo tanto estaban “al tanto de lo que pasaba en el iberimanga”. “De hecho, se publicó alguna obra de artistas españolas”, como Studio Kôsen.

No nos vamos a meter acá en el debate de si una historieta que no está hecha dentro de la industria japonesa puede ser llamada manga, el cual ameritaría, mínimo, otra nota. Lo que es cierto es que, por lo menos en el momento en que Ivrea lanzó la línea, la idea parece haber encontrado cierta resistencia por parte del público lector argentino. Entrevistada en la Feria del Libro del 2007, Patricia Leonardo comentaba que cuando comenzó a publicar se dio “cuenta que chocaba mucho la idea de ver a una argentina haciendo obras de manga”. “Mucha gente a la que le gusta el género le costaba asimilar que pudiera existir un manga argento”. Volviendo al registro confesional, yo fui uno de los consumidores de Ivrea, que compraba casi todo lo que editaba la editorial, pero que no le dio una chance a la línea de “manga argento”.
Como señalan varios estudios, esta es una respuesta común entre los lectores occidentales de manga, quienes consideran que estas obras son “manga trucho”, una imitación inferior de su contraparte japonesa. “Para mí”, opinaba entonces Leonardo, “esto funciona igual que el rock, que nació en Estados Unidos pero se convirtió en un lenguaje universal que le sirve perfectamente a un argentino para hablar de lo que ocurre en su propio entorno o en su mundo interior". Como demuestran recientes hitos como el anime del “manga francés” Radiant, o el premio que recibió un “mangaka chileno” por parte de Shueisha, la batalla por la definición de los límites del manga todavía está abierta.

Haciendo un balance de toda la experiencia, Valdearena dice que en “lo artístico y personal, estoy muy satisfecho de haber publicado a autores y autoras que se lo merecían”. Sobre su propio desempeño, agrega, “creo que estaba un poco verde aún, era mi primera vez como editor. Hoy haría todo diferente, seguro”. Si bien no se anima a comentar sobre los aspectos comerciales de la línea, acota que “la diferencia entre el material licenciado y el propio suele ser siempre abismal”, lo cual fue cierto en Ivrea, y también en Glènat, donde trabajó después. “Hay que tener en cuenta que las licencias llegan con fama internacional y a veces incluso con el apoyo de una serie de TV. La pelea es muuuuuuuuy despareja”.
“A nivel industrial, que la producción extranjera ahoga a la local es un hecho innegable”, continua. Es “IMPOSIBLE competir en kioscos o librerías con Naruto o Batman haciendo un cómic que es solo un cómic, que no está producido por una corporación con todos los medios de promoción habidos y por haber, que no tiene películas ni serie ni muñecos”. Así como dijimos (en la primera parte de la nota), que Ultra había chocado contra la escala insuficiente del mercado que dificulta incluso a una publicación exitosa sostenerse por sus propios medios, la línea de “comic argentinos” se las vio con el campo de juego desigual que enfrentan los productos culturales locales.
Las “fuerzas son tan desiguales que la historieta nacional solo puede resignarse a no ser industria y retirarse a sobrevivir en los huequitos que le deja la ola arrasadora”, pondera Valdearena, sea en “editoriales indie” o “pequeños proyectos hechos muy a pulmón”. O, esperar a que el Estado interceda como un actor en el mercado. “Mientras escribía esto, me llegó un mensaje de Diego Greco (amigo y dibujante con el que trabajo hace años [en historietas como Alienigena o Tiburcio]) diciéndome que el gobierno le compró a una editorial muy chiquita una buena cantidad de ejemplares de un cómic suyo. Esa me parece una excelente forma de hacer que la pelea sea un poco más pareja”, concluye.
Con la excepción de El delirios de Ani de Andrea Jen, un tomo de 200 páginas dibujado en estilo manga, pero en formato comic book a todo color lanzado en simultaneo en Argentina y en España en 2015, Ivrea no volvió a aventurarse en la publicación de material nacional. Fiel a su vocación de atender a la demanda de los lectores, la editorial parece finalmente haber interpretado que lo que sus consumidores querían de ellos era que les vendieran manga. Y manga les sigue vendiendo.
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