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Murderworld: La casta de los metabarones de Alejandro Jodorowky y Juan Giménez

El arte más glorioso y el guion más disparatado

La casta de los metabarones

Murderworld utiliza este bello campo de entretenimiento para destruir esas obras que suelen ser santificadas por el público. Murderworld promete aniquilar sin piedad.

La víctima en esta ocasión: La Casta de los Metabarones.

Un poco de contexto:

Si alguien llegó a un lugar tan recóndito del internet como esta nota, es altamente probable que ya sepa que Humanoïdes Associés fue fundada en 1974 por Jean Giraud (Moebius), Philippe Druillet y Jean-Pierre Dionnet.

Este grupo de dibujantes espectaculares y otros que se les fueron sumando, coincidió cronológicamente con una revolución técnica en la forma de imprimir las historietas en Europa. La mejor calidad en el papel y en la impresión a color posibilitó que el talento de esta generación de artistas alcanzaran resultados visuales nunca antes vistos en la historia del medio.
Obviamente, estamos hablando de la mítica revista Métal Hurlant.
Fue una etapa bellísima de gran experimentación narrativa en la que se explotaron todas las formas de capitalizar el impacto visual del dibujo que fue puesto en el primer lugar, muchas veces en detrimento de la historia. Y eso, cuando había alguna historia, porque muchas veces solo nos encontrábamos con una mínima excusa para el lucimiento gráfico de los dibujantes.
Si quieren un ejemplo claro y conocido, piensen en el Arzach de Moebius o en el montón de historias cortas sin diálogos que produjo durante el mismo periodo.

La cosa podía funcionar (y muy bien) durante un tiempo pero la experiencia visual, por magnífica que sea, empieza a resultar insuficiente si no está sostenida en un guion que la sustente. De hecho, en 1978 surge una nueva revista de Casterman que empieza pelearle los lectores a Métal Hurlant desde una propuesta totalmente antitética: À suivre, una publicación en blanco y negro que, desde su título (“Continuará”), vuelve a poner el foco de atención en las historias narradas.

Era evidente que los humanoides necesitaban un guionista como agua de mayo, el salvador llegó y su nombre era Alejandro Jodorowsky.

La incorporación del chileno representó una segunda revolución para Humanoides Asociados y será en este periodo en el que produzcan casi todos sus títulos más recordados: El Incal, Alef Thau, La saga de Alendor (mentira... esa no es tan conocida pero me gusta a mí) y la que nos ocupa: La casta de los Metabarones. El Jodo les brindaba la posibilidad de estructurar grandes arcos narrativos que permitieran darle continuidad a una serie y mantenr el interés del lector durante varios álbumes publicados a lo largo de años. Y la fórmula fue un éxito rotundo.

La imaginación al poder

Sin dudas, el fuerte de Jodorowsky es su desbordante imaginación y eso fue fundamental a la hora de explotar las enormes capacidades de los dibujantes con los que trabajó en este primer periodo de su carrera, notablemente orientado hacia la ciencia ficción.

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Indescriptible la maestría de Giménez en las batallas espaciales

Es común decir que un escritor de ciencia ficción, antes que nada, crea un mundo dentro del cual va a transcurrir la historia. Y cuanto más detallado sea el mundo propuesto, más rico e inmersivo nos va a resultar el relato. Pues bien, justo es decir que Jodo se saca mundos como monedas de los bolsillos. No uno... tres, diez, cien... los que hagan falta: un planeta de mármol, uno de oro, uno cubierto de hongos gigantes, uno cubierto de agua, uno completamente poblado por ilusiones etc. Y a cada uno de esos planetas puede llenarlos con su flora, su fauna, sus nativos, sus costumbres y hasta sus diferentes facciones políticas y religiosas.

Tal es la capacidad creativa del chileno loco que no duda en destruir o abandonar para siempre un mundo entero que apenas aparece durante unas pocas páginas. Siempre van a surgir más de esa fuente sin fondo de su imaginación.

La pregunta es: ¿Alcanza con esto?

Porque si uno escucha a dos niños jugando durante una tarde, también se va a encontrar con un montón de ideas súper creativas y a nadie se le ocurriría publicarlas: sapos peludos que aprenden a hablar, monos voladores en busca de su mesías, medusas gigantes dentro de las cuales se puede viajar debajo del agua, ballenas cibernéticas que pueden cruzar el espacio, un guerrero castrado que puede inseminar a su amada metiéndole una gota de sangre en la vagina... Bueno... Esa última, tal vez, no se le ocurriría a dos niños.
Pasa que tener un montón de ideas loquísimas una atrás de otra no constituye necesariamente una buena historia. Más bien puede resultar un licuado de multifrutas que es lo que me parecen muchas de las historias ochentosas de Jodorowsky.

Vuelvo a la pregunta, entonces, y mi respuesta personal es que no. A mí, no me alcanza. Al menos, no de la forma en la que leemos actualmente, es decir, en gruesos tomos integrales. Porque tengo que reconocer que en su momento, leyendo de a pocas páginas por mes, disfruté mucho de esas historias y esperaba con ansias qué nueva locura me deparaba la próxima entrega.
Hoy, en cambio, encuentro que lo que Jodo tiene de creativo en la ambientación, lo tiene de reiterativo en los tópicos que repite una y otra vez en sus historias.
Y no me refiero a una cuestión tan general como la conjunción de tecnología, sexo y magia que puede ser común a muchas obras del género sino a elementos narrativos mucho más específicos que paso a desarrollar:

La unión de los opuestos

En La casta de los Metabarones se va a dar en una de las formas favoritas del autor: el andrógino perfecto que ya conocíamos por el Emperoratriz de El Incal aunque también se puede pensar en Soluna (sol y luna) a quien el metabarón sin nombre debe proteger.

No obstante, aquí se va a insistir mucho más en el concepto porque las monjas-putas (otro par de opuestos) querían que Honorata engendrara un andrógino para reemplazar al heredero imperial y ella las traiciona concibiendo a Agnar.
Cabeza de Hierro, el más despiadado e inhumano de los metabarones, también se convertirá en un ser que combine naturalezas opuestas al unirse con el sensible poeta Zaran Krleza. Hasta tal punto, la unión entre ambos los transforma en una nueva entidad que deben adoptar un nuevo nombre y es nada menos que el de Melmoth, el personaje romántico de la novela de Charles Maturin.
Por último, Aghora reformula el tópico una vez más y llega a ser tanto el padre como la madre del Metabarón Sin Nombre.

Estas son algunas de las formas en las que la obsesión de Jodorowsky por la unión de los opuestos se manifiesta en esta saga, pero el mismo tópico aparece constantemente en toda su obra. Recordemos algunos títulos como Anibal Cinco: el hombre-hembra, pero también El incal negro y El incal luz, Lo que está arriba y Lo que está abajo en la saga del Incal o Mano cerrada, mano abierta y Triángulo de agua, triángulo de fuego en la saga del Lama blanco.

El elegido de los aliens

Seguramente, todos recordarán la inminente invasión Berg que es uno de los motores dramáticos que hacen avanzar la acción en la saga de El Incal. Esa amenaza se desactiva cuando John Difool gana el torneo y fecunda a la Protoreina cumpliendo la profecía de la fecundación número 24.000 que daría inició a la gran edad de oro.

Por su parte, el primer paso en el periplo heroico de Alef Thau consistirá en convertirse en líder de los Vulfs al cumplir con la profecía que decía que un gnomo accedería a la torre sagrada y les devolvería el ojo dorado. Para ser un tronco sin brazos ni piernas, no es poco.

Pues en la saga de los metabarones, el recurso también aparece y estoy a punto de decir que se repite dos veces. La primera, porque los Magón tenían una profecía que decía que un pequeño mono blanco y sin pelos los liberaría del planeta bruma para llevarlos al planeta diamante. Esa profecía se cumple cuando Agnar derrota al patriarca y se convierte en el nuevo líder.
La segunda cuando los Pthaguros liderados otra vez por Agnar están por invadir (y exterminar toda forma de vida en) la galaxia imperial pero la invasión se detiene tras el combate singular en el que Cabeza de Hierro derrota a su padre. Como en el caso de los Bergs, los Pthaguros tras la derrota, desaparecen como especie. Los Bergs simplemente van muriendo, los Pthaguros cometen un suicidio colectivo.

Ya sabemos que te quedaste con ganas de dirigir Dune pero aflojá un poco con los elegidos, Jodo.

Las mutilaciones

La mutilación es una de las tradiciones de los Castakas. Othon perdió la pelvis, parte de la cadera y sus genitales; Agnar, los pies y un brazo; Cabeza de Hierro... obviamente, la cabeza, aunque después fue reemplazando todo su cuerpo por partes robóticas; Aghora, un brazo; Sin Nombre, el oído y una parte del cerebro. Todas las partes mutiladas son sustituídas por injertos biónicos superiores a los originales biológicos y en ello reside una parte de la fuerza de los Castaka.
Ya cuando Cabeza de Hierro le corte los diez dedos a Oda/Honorata, el momento que debiera resultar dramático, no nos mueve ni un pelo porque solo es una mutilación más en una serie que constantemente recurre a ese tópico.

El antecedente más obvio respecto a este tema de las mutilaciones, es la saga de Alef Thau, quien comienza siendo solo un tronco y en sus diversas aventuras va adquiriendo, perdiendo e incluso intercambiando algunas de sus extremidades y sus ojos.

Incesto, complejo de Edipo y otras porquerías.

Otra de las obsesiones de Jodorowsky que en esta serie alcanza su punto culminante es el tema del sexo. El sexo está presente constantemente ya sea de manera explícita o simbólica. Todo el tiempo aparecen formas femeninas como la “mama-concha” que transporta al feto emperoratriz o fálicas como la de la Torre Maxiprotónica de los Castaka o la imbatible metanave que Othon controla poniéndose un joystick justamente en el pubis.

El tema, sin embargo, siempre aparece en una dimensión problemática, perversa y de clara relación erótico-tanática. Pareciera que los metabarones preñan siempre a sus parejas en la primera relación (que siempre representa la culminación extática de un amor apasionado) y después solo queda aguardar la desgracia que sobreviene inevitablemente.
Así, en estos ocho álbumes asistimos a castraciones, violaciones y, sobre todo, incestos. Muchos incestos.

La cosa comienza con cierta sutileza. La primera vez que Agnar logra derrotar a su madre, Honorata, la besa en la boca y a mí me pareció medio raro pero, me dije: “como no soy Castaka, no opino”. Más adelante, cuando Oda quiera abandonar a su padre le dirá “Soy tu hija, no tu mujer”. La frase me pareció innecesaria pero me dije “tal vez soy yo el malpensado”.

Eso sí, ya cuando Honorata traspasa su conciencia al cuerpo de Oda para tener relaciones con su propio hijo, no me quedaron más dudas. Y cuando don Nicanor clonado no reconoce a su hija, doña Vicenta y trata de violarla en un frenesí de deseo incontenible, tampoco había lugar para las dudas.

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Te fuiste al pasto, Honorata

Y por fin, para rizar el rizo, Aghora, quien posee el cerebro del gemelo varón en el cuerpo de la gemela mujer, se hace inseminar con células extraídas de su propio cerebro (¿o es el de su hermano?) cometiendo el primer caso de auto-incesto.

Está claro que la tradición Castaka de convertirse en metabarón solo después de asesinar al propio padre va más allá de una mera demostración de fuerza y enraiza en la teoría psicoanalítica freudiana por la cual se debe superar la castración que implica la figura de autoridad paterna. No por nada, el primer metabarón es un castrado que, de todos modos, logra fecundar a su esposa.

Últimas objeciones

Además de lo repetitivo que son los temas que aparecen dentro de esta serie u en otras contemporáneas del Jodo y que, en tanto reiteración, le quitan fuerza dramática, hay otros dos motivos por los que no me gusta La casta de los Metabarones:

El relato marco, es decir, el diálogo entre Tonto y Lothar. Entiendo que la intención pretende ser la de alivio cómico pero, también acá incurre el autor en la repetición constante de los mismos chistes y situaciones. Con el agravante de que un chiste pierde toda su gracia la segunda vez que te lo cuentan. ¿Cuántas veces se supone que debo reírme de que a Lothar se le recalienta el aceite por la curiosidad o funde un diodo por la sorpresa?
Hay que destacar además que en cada álbum de sesenta y cuatro páginas, alrededor de diez se la lleva el relato marco. Cierto que en el final se le da una vuelta de tuerca que justifica su inclusión pero, en promedio, resulta mucho más un lastre que un aporte.

La última objeción que tengo respecto de la obra es la forma en la que cambia radicalmente el personaje respecto de su aparición original en la saga de El Incal. En la primera serie, veíamos que el Metabarón era un gran guerrero, eficiente tanto en el combate cuerpo a cuerpo como en el uso de armas. De lo que ocurre en este spin off debemos deducir que un metabarón es capaz de acabar sin mayor esfuerzo con la vida entera de un planeta e incluso de toda una galaxia. Hay una diferencia de poder apabullante que vuelve absurda la participación del personaje en la serie principal ya que él podría haber superado todos los conflictos planteados con las manos atadas a la espalda y, en vez de eso, se queda en un rol secundario y casi intrascendente.

Finalmente, lo inobjetable.

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Anatomía: otro punto fuerte de un autor que no tiene puntos flojos.

De lo que no hemos hablado porque nada puede decirse es del arte. Juan Giménez lo puede hacer todo bien, pero si encima lo dejás dibujar naves espaciales y minas, te va a volar las retinas. Es un genio atravesando uno de los momentos más brillantes de su carrera, con un dominio extraordinario de la anatomía, la narrativa, el color y una imaginación increíble a la hora de plasmar cualquier forma de tecnología futurista.

Cada página que dibujó el maestro mendocino es una fiesta y dan ganas de quedarse mirándola durante horas apreciando cada hallazgo y cada detalle. De hecho, a veces me sentía tan desconectado de la historia que seguía adelante solo para continuar disfrutando del arte.

Seguramente por eso, Reservoir Books ha decidido (acertadamente) que su nueva edición integral de la obra tenga el tamaño europeo que permite apreciar como corresponde lo más destacable de esta serie: el magnífico dibujo de Juan Giménez.

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Escrito por:
Facundo Vazquez
Guía su vida por el bushido y la frase de Benjamin "Ustedes nunca vieron morir a un burro".
Facundo Vazquez
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