En 1993, a sus tiernos veintitrés años, John Mueller ya era un gran ilustrador y un evidente seguidor de la estética de Simon Bisley. Había realizado portadas para “La cosa del pantano”, “Flinch”, “Juez Dreed” y “El Cuervo” cuando se decidió a escribir su propio comic. Dos años le llevó pintar a mano los tres números de su ópera prima, esta “Oink. El carnicero del Cielo” que fue publicada por Kitchen Sink Press entre diciembre de 1995 y abril de 1996.
A pesar de haber sido publicada en un editorial muy independiente, “Oink” no pasó desapercibida para la crítica que le prodigó numerosos elogios tanto por la historia del carajo que cuenta como por su increíble realización gráfica que incluso le granjeó algunos premios... independientes también.
Lo que tantísimas veces ocurre y ocurrió también en esta ocasión, es que las ventas no acompañaron. Tarde y mal se enteraron muchos lectores de la existencia de esta obra maestra y para cuando el nombre de “Oink” empezó a correr en el boca a boca, el título ya había sido cancelado en su segunda miniserie “Blood & Circus”. Eso le pasa a la gente por no leer a los abnegados críticos que siempre tiramos la posta.
“Oink” se convirtió, entonces, en una obra de culto. De esas que muchos hablan pero pocos leyeron. Esas que dicen que es una joya pero casi imposible de conseguir. Mientras tanto, el mercado voraz siguió adelante con nuevas novedades. Mueller se pasó a trabajar en cine, después en videojuegos, se convirtió en un maestro del arte digital y durante muchos años no supimos más de él.
Hasta que en 2010, empezamos a tener noticias de que había vuelto a dibujar a nuestro asesino psicópata con cabeza de chancho favorito. Por un momento me puse muy contento: Mueller iba a retomar las aventuras de Oink. Pero, con el paso de los años, resultó que no. No estaba dibujando nuevas historias sino redibujando íntegramente la primera miniserie.
¿Por qué? ¿Por qué redibujar una obra que fue aclamada y hasta premiada por su dibujo?
Porque sí. Porque la historia se merecía otra oportunidad de llegar al gran público. Porque al haber crecido y madurado como artista sintió que podía hacerlo mejor. Literalmente... por amor al arte.
Esta vez (John ya es un cuarentón con familia y empleo fijo) le llevó cinco años terminar la obra, robándole según él mismo declara, tiempos a las noches y los fines de semana.

En parte por el halo de prestigio que rodeaba a la obra original, esta nueva versión fue publicada por Dark Horse coincidiendo con el vigésimo aniversario de la primera edición. Sospecho que esta vez las ventas habrán sido mejores porque el kikcstarter que se lanzó para hacer una edición en tapa dura tenía 12.000 dólares como base para editar el proyecto y recaudó más de 57.000.
Esta versión redibujada es la que publicó en nuestro país IVREA en noviembre de 2016.
Tengo que confesar (perdóneme, padre, porque he pecado) que cuando me enteré de que IVREA estaba lanzando al mercado esta obra junto con otros clásicos noventeros como “Sin City”, “300” o “The Maxx”, me alegré mucho pero no pensé en comprarme ninguno porque era todo material que ya tenía y no creí que valiera la pena comprar una historia que ya había leído por más redibujada que estuviese.
Grave error que subsané esta semana.
La historia sin mucho spoiler.
La cosa va de futuro distópico con claras alusiones a “1984” y “Rebelión en la granja”, ambas de George Orwell pero con un componente de ciencia ficción más exacerbado. Un férreo control estatal disfrazado de discurso religioso oprime a la ciudad de “Heaven” (“El Cielo” en las traducciones). Pero de todos los sectores que conforman esa sociedad, uno es el que sufre la explotación de manera más brutal: una raza de híbridos entre cerdos y humanos, creados por manipulación genética, esclavizados y condenados a no salir en toda su vida del edificio en el que trabajan.
A esta especie pertenece Oink nuestro protagonista quien recorrerá un periplo que lo lleve a romper las cadenas (tanto simbólicas como físicas) que lo mantienen esclavizado.
Como ocurre muchas veces en el género de ciencia ficción, la historia no es tan relevante como la recreación del contexto en el que va a transcurrir la acción. Porque el esqueleto argumental del protagonista que se rebela y enfrenta al poder del estado ya lo leímos tantas veces (desde “Un mundo feliz” de Huxley a “Caín” de Barreiro y Risso o desde “Fahrenheit 451” de Bradbury hasta “Ministerio” de Barreiro -que tenía la idea fija- y Solano López) que parece tener poco para aportar.
No obstante, Mueller se las arregla para pintar tan bien ese marco en el que ocurren los hechos que la historia no solo nos resulta fresca y nueva sino también efectiva y muy inmersiva. Te mete en ese contexto de los pelos.
Las dos versiones
La primera diferencia que salta a la vista es el cambio en la técnica del dibujo que reemplaza el color directo por un tratamiento digital omnipresente. La precisión digital, permite oscurecer mucho la paleta sin perder (y en la mayoría de los casos, aumentando) el nivel de detalle, por lo que los colores brillantes y exagerados de la primera versión son reemplazados por otros mucho más sobrios. Estos factores conjugados dan como resultado una realización gráfica de aspecto más realista que, sin embargo, no pierde en impacto visual.
La paleta no es el único aspecto en el que cierta sobriedad reemplaza a la exageración original. El diseño de varios personajes secundarios también abandonó el tono caricaturesco y en eso encuentro otro acierto porque, cuanto más pueda creerme los personajes y situaciones, más impactante me va a resultar la historia.
Mueller, además, agregó algunas páginas al principio para hacer que la puesta en marcha de la acción dramática no sea tan abrupta y artificial. Digamos: para que la toma de conciencia del protagonista sobre la perversidad de la sociedad en la que vive resulte un poco más fluida y no parezca un mero pretexto para que empiece la machaca.
Hasta acá, todo son ganancias con respecto a la versión original pero tengo dos objeciones: En el primer “Oink”, Mueller trabaja con dos estilos de dibujo. El más pictórico que se lleva la parte del león de la narración y otro casi monocromático en el que los acrílicos no tapan las tramas trazadas a tinta y que transmite una sensación de trabajo inacabado, más suelto y flexible. Este segundo estilo desaparece en la nueva versión dando como resultado una obra visualmente más homogénea y prolija pero sacrificando riqueza de registros.

Reconozco que este es un detalle menor y que mi evaluación como un aspecto negativo puede ser totalmente subjetiva. No obstante, mi segunda objeción es mucho más importante y objetiva: En su afán por morigerar los excesos noventeros, el autor modificó o directamente suprimió tres de las escenas más impactantes de la obra.
Ahora sí, spoilers:
El cardenal Bacaar tiene una mujer-cerdo encadenada a una cama en una cuarto lleno de instrumentos de tortura a la que usa como esclava sexual.
La “fábrica de partos” originalmente era un galpón lleno de camas con mujeres en posición ginecológica, enmascaradas, con las manos y pies amputados y un tubo saliéndole de la entrepierna por donde le extraían los fetos. Fue reemplazada por una máquina muy futurista onda Matrix dentro de la cual se entiende que están las mujeres pero solo muestran a una y de forma muy “cuidada”.
En el enfrentamiento final, Oink tiene que matar a una de su propia especie para llegar a Bacaar. Como es la esclava sexual de la primera escena eliminada, esta desaparece también.
Fin de los spoilers.
Juro que terminé de leer la nueva versión y no podía creerlo ¿Dónde estaban esas escenas? Tuve que volver a buscar mi edición vieja y compararlas página por página para descubrir que, efectivamente, habían sido suprimidas.
Puedo entender los motivos pero me parece innegable que la obra pierde fuerza e impacto al eliminar algunas de sus escenas más viscerales y traiciona la propia esencia del relato que se basa en la caracterización de una sociedad sumida en la perversidad más aberrante.
No soy el mayor fan de los noventas y su ultraviolencia gratuita de adolescente rebelde, pero me preocupa vivir en la era Disney en la que nuestra sensibilidad debe ser preservada como si tuviéramos cuatro años... aún cuando ya somos adultos.
¿Ustedes qué piensan?