Antes de ahondar en esta maravillosa mini serie que La Casa de las Ideas publicara en 2007, escrita por el talentoso J. Michael Straczynski e ilustrada de manera magistral por el croata Esad Ribic, deberíamos tomar en cuenta un elemento vital para la comprensión de esta historia: ¿Qué es un “Réquiem”?
El réquiem es una forma musical sacra que proviene de la Misa, otra forma musical anterior. Réquiem (‘descanso’ en latín) es, en sí, una Misa para los difuntos. Como muchas otras obras musicales, el Réquiem tiene varios movimientos -diez, en este caso- aunque algunos tienen subdivisiones que componen lo que llamamos “una secuencia”. Dicho esto, aclaro que los autores estructuraron la obra en cuatro movimientos (capítulos) principales porque esto no es un Réquiem musical sino un comic con sus respectivos requerimientos editoriales, aunque en la progresión dramática encontramos el mismo procedimiento narrativo. Y ahora sí, empecemos:
La obra se centra en narrar los últimos días de Silver Surfer, un personaje que apareció por primera vez en el número 48 de la serie regular de Fantastic Four, en marzo de 1966, presentándose como el heraldo de Galactus, el devorador de mundos; pero, si estás leyendo esto, es lógico que ya lo sepas y no necesites que te lo recuerde, dado que es una de las tantas míticas historias que ya tienen su lugar en los altares de la cultura pop. Sí agregaría, si se me permite, que este fue el personaje favorito de Stan Lee, creado para reflexionar metafóricamente acerca de Dios, la religión y demás asuntos metafísicos.
Vienen los spoilers
I – KYRIE. “Señor, ten piedad. Cristo, ten piedad”.
En este primer capítulo, nuestro plateado protagonista atraviesa la majestuosa Galaxia, llega a la Tierra y va en busca de Reed y Sue Richards a comunicarles que pronto va a morir. Mientras el matrimonio superheroico más famoso del mundo intenta buscar una solución a esta inminente tragedia, Norrin nos hace un racconto de su vida, resumida en los eventos más trascendentes: su vida como astrónomo en Zenn-La y su gran amor, Shalla-Bal; la llegada de Galactus y cómo se convirtió en su heraldo en el afán de salvar a su planeta de la destrucción; la pérdida de su consciencia y su participación en el apetito insaciable del devorador de mundos; por último, su arribo a la Tierra y cómo la lucha estoica de Los Cuatro Fantásticos lo inspiró a recuperar su identidad y rebelarse contra su amo para luego derrotarlo y convertirse en un mensajero de la paz y un hijo adoptivo de nuestro planeta. En esta diégesis interna no hay nada que no sepamos ya, aunque cumple la función de informar a quienes no conozcan su origen secreto y, a la vez, darnos una hermosa y fresca mirada de los hechos.

II – SANCTUM. “Llenos están el Cielo y la Tierra de tu gloria”.
Con la certeza de que su tiempo se agota, el último deseo de Norrin Radd es recorrer la Tierra por última vez, contemplar su belleza y retornar a su planeta natal, quizás el impulso más intrínseco y genuino que existe. Su camino, como siempre, se ve interrumpido por el deber. Se detiene a ayudar a Spider-Man, que está teniendo problemas para derrotar a un hombre que se robó una enorme e imparable máquina militar destructora. En ese encuentro, manifiesta su incomprensión por la condición autodestructiva del ser humano y, gracias a una idea del desinteresado Trepamuros, le regala a toda persona existente cinco minutos de iluminación, de ver el mundo a través sus ojos y su alma. Segundos antes de abandonar la atmósfera, el Dr. Stephen Strange lo intercepta y le ofrece un presente en nombre de la humanidad: la fulgurante flama que contiene todo el conocimiento que hemos conseguido, todas nuestras historias y nuestros pesares, nuestras penas y nuestras glorias, para que el “surfista” pueda contemplar lo que fuimos antes de su llegada y en lo que nos hemos convertido desde entonces, para que sepa que su partida será un lamento que muchos cargarán sobre su espalda para siempre.

III – BENEDICTUS. “Plegarias y alabanzas ofrecemos en tu honor. Acéptalas en nombre de nuestras almas”.
Luchando contra la dolorosa agonía de su cuerpo, Silver Surfer viaja a la velocidad de la luz con destino a su hogar. Su tercer y última interrupción es la señal desconocida de un planeta cercano. Una vez más, el deber apremia como un acuciante llamado al que acude rápidamente. Allí se encuentra con los líderes de dos especies que desde hace cincuenta generaciones están en guerra. Ambos gobernantes han obligado -inspirado, dicen ellos- a los habitantes de sus respectivos planetas a sacrificar sus vidas en pos de un conflicto bélico absurdo e injusto, destinado a dirimir cuál de sus creencias es la definitiva, cuál de sus deidades es real y cuál héretica y pagana. Mientras tanto, ellos observan cómodamente. Norrin Radd, lejos de tomar partido por una posición, libera a ambos pueblos que se unen en contra del poder y éstos, en muestra de agradecimiento, erigen una enorme estatua en su honor, con la promesa de no olvidarlo y nunca más sucumbir ante los engaños del poder corrupto y déspota.

IV – AGNUS DEI. “Que la Luz Eterna brille para ellos, Señor”.
Ya sin energías, Norrin Radd llega, por fin, a su planeta natal. Llorando junto a su lecho de muerte está el amor de su vida, Shalla-Bal. Ella insiste en tratar de encontrar una cura, una última alternativa para su salvación. Él confiesa que el único consuelo del desdichado moribundo es saber que sus seres queridos vivirán. Miles de habitantes de Zenn-La se acercan a despedir a su salvador hasta que, sobre ellos, se ciñe la terrible sombra de la nave de Galactus. Su antiguo amo lo llama por última vez y, como nunca antes, en su rostro colosal se adivina la tristeza. El devorador de mundos promete jamás destruir Zenn-La y, en un acto piadoso de respeto y admiración, eleva el alma de Norrin Radd hasta los cielos, convirtiéndolo en una estrella que brillará por sobre todos los mundos como un símbolo de paz y prosperidad.
REFLEXIÓN FINAL
El camino del héroe es siempre un derrotero de constantes sacrificios. El sacrificio de la identidad; el de la vida próspera, plena y feliz; el de la moral, si con eso lograran su objetivo de un mundo mejor y, por último, el sacrificio final: el de la propia existencia.
“Silver Surfer: Requiem” es la obra definitiva de este amado personaje y rescata toda su esencia original. Una historia desgarradora que se va convirtiendo en esperanza al igual que su protagonista. Un guion por demás contundente de Straczynski, que ya nos había regalado una de las mejores versiones de Spidey jamás hechas, y un apartado gráfico arrollador por parte de Ribic que utiliza un estilo realista pictórico que invoca a Alex Ross, aunque no tan exacto anatómicamente, cosa que cuadra perfectamente para que el dibujo no opaque al guion, para que no nos distraiga de la emotiva trama bíblica ni de la misión crística de Norrin Radd.
Cualquier persona que aún no haya leído esta joya, debería hacerlo ya mismo y le garantizo que no se arrepentirá ni un instante. Me gusta imaginarme al gran Stan Lee emocionado mientras leía esas páginas, con ojos húmedos y lentes empañados, con una media sonrisa bajo el bigote y gritando “¡Excelsior!” por la heroica muerte de su creación más querida, que no merece otro final que este.
Como soy ateo, la última frase la extraigo no de un réquiem, sino del inigualable William Shakespeare que es, por cierto, el cierre de este cómic:
Y cuando muera yo, tómalo a él y córtalo en estrellitas, pues darán al firmamento tan hermosa faz que el mundo entero se rendirá de amor a la noche y no adorará al deslumbrante Sol
¡Hasta siempre, Norrin!