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“Twilight” de Howard Chaykin y José Luis García López

Renovando personajes de DC. Tercera parte

“Twilight” de Howard Chaykin y José Luis García López

Hoy resulta difícil dimensionar lo complicado que resultó seguir produciendo cómics de superhéroes después de la revolución que significaron Watchmen y DKR. Algunos críticos de la época no solo las consideraban las obras maestras del género, sino también, su canto de cisne. Es decir, ese momento culminante tras el cual sobreviene la nada.
Ingenuos.
Como si alguna vez la industria hubiera dejado de ordeñar la vaca aunque ya esté muerta.

No obstante, esa sensación de que algo podía llegar a terminarse fue muy beneficiosa para el cómic yankee ya que llevó a las editoriales a diversificar sus propuestas, arriesgándose por otros géneros que venían un poco relegados ante el imperio de las capas y los calzones largos.
En el caso de DC, además de la renovación post Crisis de sus personajes principales, vimos que ya le habían encargado a Chaykin la modernización de dos títulos fuera del género: The Shadow (1986) y Blackhawk (1987). Pisando la década del noventa, llegaría el turno de probar suerte con la ciencia ficción, apostando a revitalizar viejos personajes de la casa con tres miniseries en formato prestige: John Byrne como autor integral se encargaría de OMAC, Richard Bruning y los hermanos Kubert se ocuparían de Adam Strange, mientras que a Howard Chaykin y José Luis García López les tocaría el personaje más olvidado (y olvidable): Tommy Tomorrow.

Los tres proyectos tuvieron resultados de gran calidad y son una lectura totalmente recomendable aún después de tantos años pero, como suele suceder con nuestro enfant terrible, él fue mucho más lejos de lo esperado.

Whatever happened to the Tommy Tomorrow?

Pues, la verdad es que no sé si vale la pena contestar a esa pregunta. Solo digamos que entre 1947 y 1962, el personaje funcionó como un policía espacial más o menos genérico, imbatible pilotando su nave o disparando su pistola de rayos. Debido a sus hazañas, obtiene algunos ascensos y termina liderando a toda la fuerza espacial de los Planetarios.
Después de la Crisis, como DC quería hacer funcionar a todos sus personajes en una solo línea temporal, trataron de fusionarlo con los personajes que Jack Kirby había creado en los setenta, y lo convirtieron en un alter ego de Kamandi y nieto de Buddy Blank, alias OMAC.

Para mayor información sobre este y otros mamarrachos, pueden remitirse a la nota de Bob sobre futuros apocalípticos en DC. A él le encantan esas cosas.

Afortunadamente, Chaykin se pasó por los fundillos todo lo anteriormente escrito sobre el personaje y nos brindó una versión totalmente nueva, no solo del rubio paramilitar y sus Planetarios, sino también de una buena parte del universo de ciencia ficción de la editorial.

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Versiones originales de los personajes

El título ya nos brinda una pista porque esta es la única de las tres miniseries que mencionamos antes que no lleva el nombre de un protagonista. Crepúsculo no es solamente la historia de Tommy Tomorrow sino también de otros oscuros y olvidadísimos personajes como:
Los Star Rovers eran un simpático trío de aventureros espaciales creados en 1961 por Gardner Fox y Sid Greene. Homer Glint, Karel Sorensen y Rick Purvis tenía cada uno su propia nave y cierta rivalidad casi deportiva por ver quién realizaba las mayores hazañas y, previsiblemente, impresionaba a la chica. Originalmente publicados en Mistery in Space, después pasaron por Strange Adventures para finalmente desaparecer en 1963.
Star Hawkins/Axel Starker. Creado por John Broome y Mike Sekowsky también para Strange Adventures donde fue publicado cada tres meses entre 1960 y 1966. Era un investigador privado del futuro, siempre acompañado de su robot femenina Ilda.

Manhunter 2070/John Starker. También creado por Mike Sekowsky en 1970, tuvo un puñado de apariciones en Showcase. Caza-recompensas del futuro, ayudado por su robot Arky. Por sus semejanzas con el personaje anterior, en esta miniserie, Howard los convierte en hermanos.

Y los lazos con todos esos títulos cancelados no terminan ahí porque el conflicto con los animales antropomórficos inteligentes del comienzo remite claramente a Kamandi pero también aparece el Museo del Espacio, un Lord Ironwolf (la propia creación setentera de Chaykin) con su Legión de Sangre, Calicos y naves espaciales de madera... ¡hasta el Space Cabbie tiene alguna escena!

Es como si el autor quisiera tomar todos esos personajes segundones e inconexos y crear con ellos no solo una buena historia sino también un universo coherente. El problema (como con Watchmen) es que tal vez, dicho universo no se pudiera volver a utilizar una vez terminada la miniserie en cuestión.

Ciencia ficción de altísimo nivel

No voy a mentirles: la lectura de esta obra presenta algunas dificultades. La primera es que uno comienza por preguntarse “¿Quién carajos es toda esta gente?”. Porque The Shadow o Blackhawk, a pesar del paso del tiempo, habían conservado cierta popularidad, pero ya para 1990 nadie se acordaba ni lejanamente de todos estos fiambres.
Ahora bien, supongamos que ustedes ya leyeron el subtítulo anterior y ya saben “quien es quien”, tampoco viene fácil la cosa.
El guion propone una de esas estructuras narrativas en las que cada uno de los protagonistas sigue su propia línea argumental y esas líneas por momentos se cruzan pero en seguida vuelven a separarse. Para complicarlo más, todos los personajes principales se conocen de antes y tienen mucha historia previa. Parte de esa prehistoria se reconstruye a través de flashbacks pero otras partes hay que deducirlas o suponerlas.

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La publicidad mostraba las versiones antiguas y las gloriosas recreaciones de José Luis García López

Como siempre, Chaykin exige de un lector activo y atento, capaz de manejar esta narración compleja y fragmentaria, pero también es cierto que entre tanta complejidad se cuelan algunas inconsistencias y hasta alguna incoherencia.

Ejemplo de incoherencia: en el segundo tomo, Brenda Tomorrow encontró a la raza que creó a los matusalenoides y está por llevar a Karel a conocerlos. Pero en el tomo tres los sigue buscando.

Ejemplo de inconsistencia: de repente, Axel Starker sale con que tiene que matar a Tommy Tomorrow porque se lo prometió a alguien importante para él. Así no más. No dice a quién se lo prometió ni por qué. Nunca antes lo mencionó y en toda la serie ni siquiera vemos que demuestre el más mínimo interés o al menos empatía por nadie para tener una pista. O sea... hay como diez páginas de Homer Glint hablando con la gata. ¿Y ni siquiera una para mostrarnos una cuestión tan relevante al desarrollo de la trama?

Y a pesar de todas las dificultades que plantea la estructura y aún de los pequeños baches argumentales, es una obra brillante porque la premisa es tan fuerte que el lector no puede despegarse de las páginas hasta terminarla.

Lo que nos hace humanos

Por lejanos que sean la galaxia y el futuro en que se ambienten las historias, la buena ciencia ficción siempre habla de nosotros, de nuestra vida, de nuestra sociedad, de nuestras luces y sombras. Si eso funciona, la anécdota y aún las leyes del universo planteado pasan a un segundo lugar.

En este caso, Chaykin y García López se meten con uno de los grandes temas universales de la filosofía: la certeza de la muerte. Las máquinas no viven, los dioses que imaginamos no mueren, los animales viven y mueren sin tomar conciencia de su propia finitud. Solo el ser humano sabe que va a morir y sigue viviendo igual.

La conciencia de la muerte es, por lo tanto, uno de los elementos que más fuertemente nos identifican como especie. Una de las cosas que nos hace humanos.
No obstante, a la ciencia ficción le encanta problematizar estas certezas y ofrecernos máquinas que sienten, animales que piensan y hablan ¿Qué pasa, entonces? ¿Habría que considerarlos humanos?

¿Qué pasaría si al hombre le fuera dada la inmortalidad? ¿Sería acaso igual a los dioses? El Dios abrahamico en el Génesis, prácticamente dice que sí:

“Ahora el hombre y la mujer son como uno de nosotros, pues conocen el bien y el mal. Si llegaran a comer algún fruto del árbol de la vida, podrían vivir para siempre”

Pero los autores de Crepúsculo nos dan una perspectiva muy distinta. 

Acá tengo que hacer un paréntesis porque sé que van a decirme que el tema de la inmortalidad no solo no es novedoso sino que es casi un tópico recurrente que ya contaba con ilustres exponentes en la historieta argentina como Mort Cinder, Gilgamesh o El Eternauta. Cierto. Pero en los tres casos mencionados, el don de la inmortalidad se limita solo al personaje protagónico mientras que en Twilight se le concede a la humanidad en su conjunto. Para nuestros tres inmortales locales, la eternidad representa el riesgo de caer en la locura o en la apatía (Mati Mir lo analiza hermosamente en esta nota) pero, por sobre todo, implica el pesado estigma de la soledad.

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Las portadas le aportan un nivel extra de belleza y epicidad

La inmortalidad común a todos es lo que permite abordar el tema desde otra perspectiva o, mejor dicho, desde una multiplicidad de enfoques.
Está claro que, a los efectos del género, eliminado el límite temporal que implica el fin de nuestras vidas, la ciencia trendría un desarrollo ilimitado y podríamos alcanzar aun las estrellas más lejanas pero... ¿Qué pasa a nivel individual? 
¿Qué pasa cuando un cínico desengañado de todo se encuentra con que va a vivir por siempre? ¿Que le pasa al que carga sobre sus hombros con una culpa insoportable? ¿Qué le pasa al alcohólico depresivo con el corazón roto? ¿Qué le pasa al ególatra, megalómano y psicopático?
La respuesta de la miniserie es contundente: nadie se convierte en Dios. Simplemente, los vicios y defectos de cada uno se potencian de manera exponencial.

Esa es la segunda clave de lectura del título. Crepúsculo nos plantea el ocaso de la humanidad. Una decadencia moral que parece no tener límites ni fin, potenciada por la plaga de la inmortalidad.
Esa premisa y ese enfoque son uno de los pilares en los que se sostiene la genialidad de esta serie.

Un genio de otro mundo

El segundo pilar se llama José Luis García López.

Para 1990, yo tendría doce o trece años y mi principal fuente de información sobre las novedades USA eran las retiraciones de portada de los comics de editorial Zinco. Ahí leí por primera vez la noticia de que se estaba produciendo esta miniserie. La reseñita incluía además una escueta declaración de Chaykin en la que decía:

“No me merezco los dibujos que José Luis García López está haciendo para mi guion”

Por entonces, yo ya era fan de Chaykin pero (pecado de juventud) el nombre de García López apenas me sonaba, así que el elogio me pareció exagerado. Afortunadamente, el tiempo me permitió conocer y disfrutar del indescriptible talento de este artista y así reconocer que se merece todas las flores que podamos tirarle.

García López es un autor de la escuela clásica que alcanzó una maestría absoluta en la anatomía, el movimiento, la perspectiva y la narración. Pero además, acá se luce renovando radicalmente y de manera espectacular el diseño de los personaje, crea naves espaciales, ciudades del futuro y tres portadas que ya forman parte de la historia de las más bellas de la industria.

Es el dibujante soñado para la serie porque su estilo remite a esa estética de los años cincuenta pero tiene la creatividad, el talento y el oficio para llevar a los personajes y su universo a un nivel de calidad artística fuera de escala.

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Doble página del maestro. Sobran las palabras.

La estructura narrativa de esta miniserie, además, hace que el dibujo adquiera una relevancia muy particular. Homer Glint (ciego como el Homero de la Ilíada) es el narrador de la historia. Su poder como periodista es el poder de la palabra. Él es el encargado de transformar la realidad en épica o tragedia. Pero desde el principio nos advierte que no es un narrador confiable y que él mismo no se cree ni la mitad de las historias que cuenta. Así que, mientras los textos están filtrados por la “mirada” de Homer y la suspicacia que nos genera, en el dibujo es donde recae la garantía de veracidad. Y también para esto, el detallado dibujo del maestro García López es insuperable.
Lo acompaña Steve Oliff (otro genio) en los colores, para completar un apartado gráfico que tiene el impacto visual de una superproducción de Hollywood pero sin renunciar a la belleza, el cuidado al detalle y la perfección de cada línea.

Recepción y ediciones

Aparentemente, la miniserie no fue un éxito de ventas. Tampoco lo fueron, a pesar de su notable calidad, la de OMAC ni la de Adam Strange. Por el lado de la crítica, Crepúsculo recibió valoraciones heterogéneas. Si bien todo el mundo aclamaba unánimemente la dupla visual arrolladora formada por García López y Steve Oliff, muchos se quejaron del tono excesivamente amoral que Chaykin le había impreso a los personajes clásicos y de que la excesiva cantidad de texto le restaba demasiado espacio al arte. Ambas cosas son características del autor y pocos años antes habían sido elogiadas pero, evidentemente, habían comenzado a perder parte de su atractivo.

Poco tiempo después, DC le encontró la vuelta a esos otros géneros y temáticas alejados de lo superheroico con la consolidación de la línea Vertigo, aunque esta, en principio estuvo más volcada hacia lo fantástico y el terror. Recién en 1996, la editorial volvería a probar suerte con la ciencia ficción al crear el sello Helix, en el que Howard volvería a tener una participación destacada con la serie Cyberella.

En cuanto a las ediciones en español, la miniserie fue publicada por Zinco en su formato original de tres prestige en el año 1991 y no fue reeditada hasta 2007 por Planeta de Agostini. Desde 2017, puede leerse en un solo tomo recopilatorio publicado por ECC, imprescindible para rescatar del olvido esta joya.

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Escrito por:
Facundo Vazquez
Guía su vida por el bushido y la frase de Benjamin "Ustedes nunca vieron morir a un burro".
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