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Vidas cruzadas: El defensor y el castigador

Un crossover que trata de la justicia y sus perspectivas

Un crossover que trata de la justicia y sus perspectivas

Puntos de vista. Versiones y contradicciones. Un recurso narrativo que nos planta frente a la contrariedad de un mismo hecho contado desde perspectivas diferentes. A pesar de que dos por tres nos toca vivir episodios como estos, la cultura popular cuenta con una serie de ejemplos exitosos en los que prevalece esta forma de contar; entre ellos: Asesinato en el Expreso de Oriente (Christie, 1934), Rashomon (Kurosawa, 1950) y Barrio Western (Tehem, 2010). En estos, la subjetividad y la percepción de cada personaje focal se pone en juego y toma relevancia al punto de poner la diversidad de discursos a una misma altura. La potencia de obras como esas vive en hacer que el espectador se pregunte cuál de los relatos es el verdadero, el más sólido en cuanto a argumentos. Y por qué no, el políticamente correcto, o el moralmente reprochable. Sin embargo, cuando un episodio es contado una y otra vez con una coherencia conflictiva, ¿cómo decidimos a quién apoyar? ¿De qué lado nos ponemos como espectadores? Si llegaste hasta acá sin aburrirte, te propongo un simple estudio de caso traído desde las viñetas de Marvel Comics.

Todo esto surgió mientras estaba inmerso en la época en que de Ann Nocenti era la encargada de llevar al papel las aventuras urbanas de El hombre sin miedo. En medio del arco argumental que presentaba a la mortífera Typhoid Mary, me tocó intercalar un capítulo de The Punisher (el #10 del Vol. 2) con otro de Daredevil (el #257 del Vol. 1) para dar paso a El Cerdo / El Matón, una pequeña historia autoconclusiva. En ella se presentaba una premisa clara y sencilla: Hay un villano que está haciendo de las suyas y los héroes tienen que pararlo. Pero había dos particularidades. Uno, el villano era un psicópata que, cabreado con una empresa farmacológica, se dedicaba a envenenar medicamentos y artículos de limpieza que consumían los vecinos de Queens, Nueva York. Dos, Punisher y Daredevil se enteran y se ponen en campaña para atraparlo; cada uno por su cuenta y sin pisarse la capa. En un comienzo.

No hay mucha vuelta que darle. El Cerdo / El Matón es una de esas que juega a contar diferentes puntos de vista, haciendo hincapié en el modus operandi de dos justicieros “detectivescos”, en un encontronazo con mucha machaca, y con un final en el que vemos qué resuelven hacer con el criminal. No obstante, quiero hacer hincapié en esos mismos puntos. Me gustaría hacer un análisis y dar mi apreciación sobre aspectos de guión y dibujo en esta historia bipartita.

No quiero olvidarme de los responsables. Para esa época, teníamos los equipos conformados de la siguiente manera. En una esquina tenemos dúo superconsagrado de Nocenti y Romita Jr. En la otra, con un brevísimo recorrido de tres issues, el consorcio Baron-Portacio. Sin más preámbulo, It’s clobbering time!

Desde un principio del Daredevil #257 se nos plantea que esta historia va a ser un bifaz entre el día y la noche. Posturas extremas, quizás irreconciliables
Figura 1. Desde un principio del Daredevil #257 se nos plantea que esta historia va a ser un bifaz entre el día y la noche. Posturas extremas, quizás irreconciliables.

El modus operandi

Me parece interesante comparar a estos dos personajes porque, si bien comparten motivaciones iniciáticas trágicas, ambos tienen visiones muy antagónicas sobre qué es la justicia y el combate del crimen.

Por el lado de Matt Murdock, nos encontramos con un detective que trabaja en su disfraz a plena luz del día, una marca identitaria de la etapa de Ann Nocenti. Resulta que la última parte de los ochentas fueron tiempos en que la autora decidió hacer a un lado el trasfondo clásico de la era Miller: la noche, la mafia, los bajos fondos y la mística ninja. En cambio, Nocenti dotó al diablo rojo de una enorme carga simbólica, un contexto de política estadounidense, crítica ecológico-ambiental y compromiso social. En su etapa, el justiciero se muestra más humano que nunca, carcomido por la culpa, pues siente que todo se derrumba a su alrededor por sus propias faltas. (Basta con recordar el caso de Tyrone Janson, el pibe que Matt apadrina por haber perdido la visión al igual que él. O la mismísima huida de Nueva York, tras haber traicionado el amor de Karen Page.

Retomando, decía que en el #257, Daredevil se pone a laburar codo a codo con la cana de Manhattan y de Queens en un caso que cobraba relevancia mediática: Una ola de muertes civiles causadas por el uso de medicamentos y productos de limpieza contaminados con cianuro, todos procedentes de Laboratorios Zum. Ante la demanda pública, el abogado decide cargarse el caso en la espalda para llegar al fondo del asunto y encontrar al culpable. Cual Batman, se calza la máscara y empieza la acción.

Todo comienza muy alla Sherlock Holmes. Murdock se pone a olfatear la evidencia hasta que encuentra una pista clave que le da un rumbo a su investigación: un producto que usan los fisicoculturistas. Pero…no te voy a narrar todo. Prefiero dejarte con este esto este recorte:

La investigación de Matt Murdock. Notar la aclaración del empleado: “Otro de los tuyos también me lo preguntó esta mañana” en la segunda viñeta.
Figura 2. La investigación de Matt Murdock. Notar la aclaración del empleado: “Otro de los tuyos también me lo preguntó esta mañana” en la segunda viñeta.

¿Listo? No se vos, pero a mi me sonó raro que el diablo rojo de Hell’s Kitchen se paseara plácidamente por los pasillos de una química. Y encima, que tuviera la suerte más remota de dar con el empleado que iba a desembuchar todo. Viñetas más adelante, él mismo cuenta que la empresa había ordenado una serie de despidos cuando empezaron a implementar “las computadoras”. Y que uno de los obreros que echaron en esa bataola había sido Alfred Coppersmith.

Pero lo más más curioso acá es que Daredevil cumple el rol de un espectador más, tanto como los lectores. A lo largo de toda la charla, tenemos la voz omnisciente de Nocenti sonando a través de este encargado moreno anónimo. “Mirá…tratalo bien, Daredevil. Es un buen hombre, solo está enojado. El mundo giró demasiado deprisa y él se quedó atrás”, se atreve a recomendar. Un maestro el flaco, la tenía más clara que la autora casi.

Este puede ser un buen ejemplo de la rúbrica de Ann Nocenti porque se ve como vehiculiza su ideología y discurso personales a través de diversos personajes. Quizás se vea patente en esta historia ya que, naturalmente, toma la postura del abogado ciego y repudia el concepto del castigador. Tan es así que la autora se gasta en mostrar la ideología de Daredevil al punto de rayar lo ingenuo. En fin, con sus idas y venidas, todo esto vendría a ser un procedimiento detectivesco clásico.

Ahora dejemos eso a un lado y pasemos al mundo sórdido de Frank Castle, la antítesis. A pesar de las drogas, la tortura y los homicidios, que parecían superar en número a las páginas de los issues bimestrales, Punisher era un personaje que venía gozando de una creciente popularidad en La Casa de las Ideas. Punisher jugaba con los odios y temores de sus enemigos para conseguir penetrar en sus organizaciones. Punisher se abría camino a través de las paredes, ametrallaba a los malos sin pensárselo dos veces. Punisher mataba sin remordimientos. Y Punisher no podía vivir sabiendo que había un desequilibrado ahí afuera, que se dedicaba a contaminar productos de uso esencial con el veneno más arquetípico de las historias policiales. Si no me creés, mirá este mosaico de viñetas:

La investigación de Frank Castle, quien se toma justicia por mano propia
Figura 3. La investigación de Frank Castle, quien se toma justicia por mano propia.

Ya, en el primer recuadro, Mike Baron aclara que Frank Castle se le pudo haber adelantado a Matt Murdock, habiendo intervenido los archivos de personal de Laboratorios Zum. Pero, entonces, lo que no me queda claro es quién fue el “otro” que se acercó al empleado capo de la empresa (ver comentario en Figura 2); porque, si muestran que Punisher hizo el laburo desde su casa…Llamémoslo Inconsistencia editorial #1.

Sigamos. El antihéroe empieza a hacer el seguimiento pseudológico cruzando datos de exempleados “descontentos(¿?) con datos de otros empleados de otras empresas químicas, porque el cianuro se consigue fácil (¿?). A la vez, elimina a las mujeres como sospechosas (¿¿??), porque sí. Y, como si todo este camino digno de Hercule Poirot fuera poco, acude a pedir información a la congregación de Testigos de Jehová más cercana (¿¿¿???). Llamemos a todo este paquete Inconsistencia lógica #1.

Pero la cosa no termina acá, porque seguro querrán saber a qué llevó ese encuentro con el generoso feligrés (Figura 4).

Nunca pensaste ver a Punisher en estas condiciones.
Figura 4. Nunca pensaste ver a Punisher en estas condiciones.

Acá medio que se empieza a desvirtuar la cosa. Por un lado, vemos a un “Castigador” disfrazado al mejor estilo Clark Kent. Pero por el otro, nos cuentan que los Testigos de Jehová tienen un registro de todas aquellas puertas que tocan. Y que, en una de esas, había un loquillo de esos que Frank Castle odia enardecidamente. “Entonces no se diga más; ya tengo al culpable”, debe haber pensado, porque unas páginas adelante Punisher le cae a Alfred Coppersmith con todo el peso del plomo, dispuesto a matarlo.

Con esto se marca una postura diametralmente opuesta a la de Daredevil. En este caso es Mike Baron quien se ocupa de llevar al extremo el pensamiento tan cerrado y extremista de Punisher. Y es tan alevoso que ya roza lo grotesco. Sin embargo, creo que ese estereotipo bien marcado fue lo que hizo que el personaje encontrara su nicho de lectores a mediados de los ochentas, cosa que alentó que se entremezclara rápidamente con el resto del universo Marvel.

El clímax

Y llegamos, el momento esperado por todos. Luego de acorralar al criminal en su azotea, Punisher se dispone a ejecutarlo, no sin antes sufrir la “mirada” inquisidora del abogado. Al borde de una cornisa, Daredevil le para el carro, lo que da pie a la pelea por cómo ajusticiar a Coppersmith.

Este es un encuentro tan formidable que no van a bastar las páginas de una de las series, únicamente. ¡Nos lo cuentan por partida doble! Como lo leés, el encuentro es retratado en las páginas de ambos títulos. Tanto John Romita Jr. como Whilce Portacio tienen la chance de lucirse en los lápices en el encuentro épico que se da en la terraza del edificio de Alfred Coppersmith. Acá es donde me gustaría comentar un poco sobre el apartado gráfico.

La Figura 5 sugiere que Portacio es un dibujante de limitada capacidad narrativa, hijo de la más triste generación de artistas estrella que surgió en el panorama de los comics de superhéroes a finales de los ochentas. Entre esa oleada, recordemos a su amigo y colega Jim Lee, a quien el filipino intenta emular en esta oportunidad sin mucho éxito. Pero indaguemos un poco más.

Poco tiempo había pasado de las primeras incurrencias de Portacio en Marvel Comics. Entre sus colaboraciones iniciales, destaco el Uncanny X-Men #201 (un favorito personal) en el que entinta a Rick Leonardi para el capítulo Duelo, curiosamente. Por desgracia, no puedo decir que haya tomado lo mejor de ese episodio para el duelo en el Punisher #10. Aún así, la contienda entre Daredevil y Punisher es uno de sus trabajos más pulidos, si lo comparo con lo que depararían sus trabajos futuros. Sin mucho que destacar, tiene una estructura básica, de plano y contraplano. Una típica secuencia de pelea mano a mano de personajes físicamente exagerados y de escasa movilidad. Como si fueran dobles de riesgo ensayando una escena. Sin embargo, hay algunas inconsistencias anatómicas que podrían haberse atendido mejor.

El duelo según Whilce Portacio
Figura 5. El duelo según Whilce Portacio.

Desde la otra vereda dibuja JRJR, un clásico de la Marvel de los ochentas, que estaba en su mejor momento creativo. Hay que decir la verdad: Romita Jr. es un ilustrador que da que hablar, pero que poco se le puede reprochar de etapa con el diablo guardián. Su narración visual es impecable. Lo bien que entiende la anatomía y las formas de ambos personajes es simplemente apabullante (Figura 6). Hay movimiento, velocidad y cierto realismo en la violencia. Realmente sentimos la dureza de cada golpe. Como si esto fuera poco, se permite jugar con la cámara de una manera tan sencilla como eficaz.

Vale aclarar que aquí se suma el valor agregado de la narración en off que usa Nocenti (Figura 6). En esta versión de la pelea, los cuadros de pensamiento cuentan lo que le pasa por la cabeza al malviviente, quien observa la pelea con admiración y desprecio. El silencio del combate hace que JR JR pueda destacar en todo su esplendor.

El duelo según John Romita Jr. Notar los cuadros de pensamiento dedicados a Coppersmith.
Figura 6. El duelo según John Romita Jr. Notar los cuadros de pensamiento dedicados a Coppersmith.

El final

Todo concluye al fin. Luego de ser el espectador en primera fila de la pelea de dos titanes, Coppersmith se aviva y agarra el arma que se le había caído a Frank Castle. Pero claro, no hay chance de que triunfe. Daredevil, más rápido que la percepción, se encarga de amedrentarlo. Sin embargo, tenemos tiempo para una inconsistencia más.

final portacio
Figura 7. El final según Whilce Portacio.

Les presento la resolución del conflicto en los lápices de Portacio (Figura 7), primero, y luego el de Romita (Figura 8). De más está decir que no coinciden, por un pelo de rana calva. Vos decidirás, pero personalmente me quedo con el final que dibuja el estadounidense. Simple, eficaz y contundente. No está cargado de líneas, manchones ni musculatura. Tenemos la vista en primera persona del malviviente, su mano temblorosa y su último recuerdo de aquella fatídica noche. Todo en un cuatro viñetas y un solo golpe.

El Final según John Romita Jr.
Figura 8. El Final según John Romita Jr.

Conclusiones

En definitiva. Esta no me pareció una historia muy interesante, ni ocurrente, ni novedosa. Es más, la sentí algo confusa. Los personajes no me parecieron muy empáticos tampoco. Quizás haya sido porque fue un momento en que la patronal le pidió a Nocenti que saque un mini-crossover de la gatera. De hecho, no hace más que dedicarle dos terceras partes del issue a este relato, porque no descuida la trama de fondo con Typhoid Mary (con la que estaba labrando un nuevo desplome moral y emocional del superhéroe carmesí). Obviamente, esta es una historia de Punisher, y hay que tratar de juzgarla como eso.

Sin embargo, creo que me juego por el episodio de Daredevil. Tener la narración en off del criminal durante la pelea muda de los justicieros me pareció interesante. Desde su visión, tanto el abogado como el castigador son lo mismo, dos tipos rudos que no lo entienden e interfieren en su camino de fechorías. A partir de ese punto de vista, tanto Daredevil como Punisher se ubican en extremos irreconciliables. Nocenti llevó al rojo a casi rozar lo inverosímil. Y Baron, en cambio, hizo a Frank rayar lo monstruoso.

Desde el aspecto gráfico, considero que Portacio termina perdiendo frente a la suavidad y simpleza con que Romita Jr. trata las secuencias, en especial las de acción. Pienso que sus figuras más limpias y más anatómicamente creíbles le dan la delantera.

No sé si esta historia aporta algo realmente significante sobre el gran debate moral que encierra la díada Daredevil/Punisher. No lo creo. Por eso invito a que me comenten si conocen otras historias un poco más comprometidas al respecto. Y, por qué no, que me recomienden otras historias de puntos de vista, vidas cruzadas y aterradora simetría, que les gustaría ver reseñadas.

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Escrito por:
Martín N. Fasanelli
Martín N. Fasanelli
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