En Marzo de 2017, la editorial Salamandra de Barcelona lanzó la primera edición en español del tomo integral de “Alack Sinner” de Muñoz y Sampayo. Este fue, sin dudas, uno de los mayores acontecimientos editoriales del año no solo por la calidad indiscutible de la obra sino porque nos permitía a los lectores argentinos leer por primera vez algunas de las historias que nunca se habían publicado en nuestro país.
Sobra decir que el volumen es una gloria y que tenerlo en mis manos fue una de las mayores satisfacciones de mi vida como lector de historietas. Tras haber leído desperdigadas, incompletas y desordenadas sus aventuras en “Fierro”, “Tótem”, “Cóctel” o “El Víbora”, por primera vez teníamos la oportunidad de leer la obra completa y en orden cronológico… o casi.
Un error común en ese caso es agarrar el libro con la ansiedad lógica de quien ha esperado ese momento durante décadas y devorarlo a grandes bocados. Y digo que es un error porque lo que hay entre esas tapas feas es la obra de casi treinta años de dos de los artistas más importantes de nuestro país. Una obra que merece respeto y devoción pero también una lectura atenta y profunda.
En ese tomo podemos asistir no solo a la evolución de uno de los personajes más interesantes y humanos de la historieta mundial, sino también al desarrollo artístico de la dupla creativa desde sus primeros pasos inseguros, sus búsquedas de un tono y un estilo para la serie, el afianzamiento que trae la consagración definitiva y, finalmente, el regreso en el cenit creativo para poner el broche de oro al gran personaje de sus vidas.
Por eso, mi análisis de “Alack Sinner” se va a dividir en varios capítulos que tratarán de coincidir con los diferentes periodos que, a mi juicio, se pueden reconocer en el desarrollo del personaje.
El inicio de todo
Según cuentan en la entrevista publicada en la “Fierro” nº1, para 1974 Muñoz y Sampayo andaban por Europa un poco perdidos personal y profesionalmente. Los dos estaban haciendo trabajo comercial por encargo en sendas editoriales donde no podían expresar ni desarrollar su potencial creativo. Muñoz vivía en Londres, Sampayo en Barcelona, hasta que se produce el mítico encuentro (propiciado por Oscar Zárate, amigo en común) y la química aflora de inmediato. Enseguida acuerdan las líneas generales para una nueva obra, la ambientación, el protagonista… no obstante, el trabajo no resultaría fácil: Sampayo había escrito libros y publicidad pero nunca un guion de historieta; Muñoz, tras años de producir en un formato gris y estandarizado, lucha por encontrar su propio estilo. Con las dudas lógicas de quienes emprenden un trabajo nuevo para un mercado donde nadie los conoce, deciden recostarse en un formato que a ellos (y a los potenciales editores) les resulte familiar: el policial negro.
Como resultado tardan seis meses en terminar las 23 páginas de su primera historia: “El caso Webster”
Sé que me dirán: “Pero, profe, la primera historia en mi tomo es "Conversando con Joe”. Es verdad pero esa historia es de 1977 y ya representa un momento de evolución de los autores completamente diferente. De hecho, es un punto de inflexión en el desarrollo general de la obra y considero totalmente desacertada la decisión editorial de transponerla al comienzo del tomo. Así que acá vamos a analizar cada entrega en su orden cronológico de publicación, que es el que puede brindarnos un resultado más coherente.

Las reglas del género negro
En el policial clásico, el protagonista es un genio deductivo que puede, incluso, resolver los crímenes a distancia como un simple desafío de ingenio. En muchos casos, incluso el antagonista es un genio razonador: el “ladrón de guante blanco” que traza un plan aparentemente perfecto para robar una joya de valor incalculable. Son comunes también los espacios privados, los famosos “enigmas de cuarto cerrado” que proponen un número limitado de sospechosos cada uno con sus coartadas y motivos personales para cometer el crimen. En resumen, en el policial clásico todo es un juego: Un juego de ingenio que enfrenta al protagonista y su antagonista; que no es más que la expresión ficcional del juego que el autor le propone al lector, dándole todas las pistas para que descubra al culpable antes de que la trama lo devele.
Los manuales de literatura describen siempre de manera incompleta al policial americano como el reverso de su antecedente inglés: El detective es un tipo solitario, duro, cínico y desengañado de la vida, que se maneja en los límites de la legalidad, recorre los ambientes marginales y no duda en recurrir a la violencia para resolver sus casos. Acá se acabaron los juegos de ingenio. La novela negra despoja al crimen de su glamour mostrándonos las redes organizadas de tráfico, trata y extorsión. Y lo que es más importante, mostrando que todos estos son elementos funcionales al sistema en que vivimos y sus hilos pueden remontarse hasta el poder político y económico.
En ese contexto será central la nueva figura del protagonista: el detective de la novela negra pertenece al mundo de la marginalidad pero trabaja para el poder. Es el recuerdo incómodo de que (más allá de las apariencias que se quieran mantener con tanto esfuerzo) entre esos dos ámbitos hay relaciones muy estrechas. Por eso va a ser un paria despreciado por unos y otros.
Si quieren leer un ejemplo perfecto de esto en historieta, no lean “Alack Sinner” sino “El Husmeante” de Carlos Trillo y Cacho Mandrafina.
Los primeros casos
“Alack Sinner” se publicó de manera ininterrumpida entre enero 1975 y 1977. A las dificultades iniciales para venderle el primer material a “Alter Linus”, le sucedió un éxito casi inmediato que hizo que los editores pidieran más y más páginas y la edición se diera en forma casi simultánea en Italia y en la “Chalie Mensuel” de Francia.
Para decirlo sin vueltas, “El caso Webster” es el menos logrado en toda la trayectoria del personaje. La trama es bastante básica y no muy verosímil; el arma homicida resulta rebuscada y obvia a la vez; y todo se resuelve con una especie de homenaje a “Psicosis” que no termina de encajar. Como dijimos antes: hacía falta un producto que le abriera las puertas del mercado a dos desconocidos y se apostó por una fórmula reconocida. No hay mucho más que decir.
Pero en “El caso Fillmore” (sí… en la segunda entrega… apenas unos meses después) ya se empiezan a ver indicios de la evolución narrativa que va a llevar a esta dupla de creadores a ocupar un lugar de primer orden en la historia de la historieta. Voy a señalar solamente tres cosas que empiezan a definir lo que va a ser el estilo narrativo de la serie:
Las primeras dos páginas casi completamente mudas en las que el detective se levanta de la cama, va al baño y desayuna nos anticipan una ralentización en el tiempo de la narración. Si queremos que los personajes adquieran profundidad y complejidad hay que darles espacio más allá del rol que tienen que cumplir como parte del argumento y estas primeras dos páginas apuntan correctamente en esa dirección.

Segunda: Mientras “El caso Webster” es bastante austero en el uso de personajes secundarios hasta el punto de que aparecen en cada viñeta casi exclusivamente los individuos necesarios para el desarrollo de la acción; en “El caso Fillmore” los cuadritos se van a empezar a llenar de gente. No solo secundarios sino personas que simplemente están ahí haciendo sus cosas y teniendo sus propias conversaciones y vidas. Este recurso que en principio le da anclaje y verosimilitud a la narración, progresivamente se irá transformando en una marca del estilo de Muñoz y Sampayo, hasta el punto en que, a veces, el telón de fondo parece pelearle el protagonismo a la historia principal.
Por último, Sinner cambia de cara. Puede parecer raro pero a lo largo de su historia, Sinner cambió de cara varias veces. En ocasiones esto se debe a la experimentación que Muñoz va teniendo en su estilo, otras veces es el personaje el que va envejeciendo… pero este primer cambio creo que obedece al simple hecho de que la imagen inicial resultaba demasiado convencional y estereotípica. El nuevo Alack tiene la cara más redonda, es más feo y desprolijo pero también adquiere una apariencia única e inconfundible.
¿Por qué se me ocurrió caminar por Harlem?
Según Sampayo este tercer capítulo es en el que “el trabajo comienza a ser bueno y no es un mero producto presentado de cara al editor”. Acá Alack no cambia de cara y, sin embargo, sufre una de las transformaciones más radicales en su evolución como personaje.
Ateniéndonos a la caracterización que dimos antes sobre los dos tipos de policial, encontraremos que los primeros capítulos juegan en el límite entre el subgénero inglés y el americano. Tanto los criminales como las víctimas en los casos Webster y Fillmore pertenecen a la alta sociedad. Si bien el detective privado es más un Phillipe Marlowe que un Sherlock Holmes, falta esa descripción del submundo y de la marginalidad que caracteriza a la novela negra.

En “Viet Blues” la historia alcanza con plenitud esa crítica social que venía faltando y, al mismo tiempo, empieza a romper los límites del género. Viet Nam, los conflictos raciales, las mafias que extienden sus redes desde las calles del gueto hasta las lujosas oficinas de los empresarios... todo emerge de golpe en esta entrega de la serie. El problema es que el conflicto principal en esta historia no lo trae un cliente a la oficina del detective. Hay un par de clientes para recordarnos que todavía estamos leyendo un policial pero un caso se resuelve en dos páginas y el otro en UNA SOLA VIÑETA.
En el conflicto principal que atraviesa la narración, el protagonista entra sin cliente, sin contrato y sin paga. Ni él mismo acaba de entender como terminó en medio de esa trama sórdida que le puede costar la vida. En varios momentos se lo cuestiona y no será el único en hacerlo. Varios personajes le preguntan a Sinner por qué se metió en semejante quilombo en el que nadie lo había llamado. Incluso el villano le dice que al interferir en sus asuntos sin que le paguen por ello está rompiendo las reglas.
Los personajes no hacen más que expresar en el plano de la ficción las dudas que tenemos los lectores ¿Qué hacen estos dos locos? ¿Se están cargando al detective duro y escéptico del policial negro y lo están reemplazando por un tipo con conciencia social, capaz de jugarse la piel por unos negros a los que apenas conoce?
Es genial como esa ruptura de las convenciones del género se manifiesta en el propio desarrollo de la historia: Los mismos personajes a los que Sinner intenta ayudar desconfían de él y rechazan su ayuda. Él no pertenece a ese lugar, no quieren su condescendencia ni su culpa de hombre blanco; él tiene que ser (como indican las convenciones del género negro) una herramienta al servicio de los poderosos.
La respuesta la da el propio protagonista en la página final y con esa respuesta, Muñoz y Sampayo dan un salto sin red que proyectará al personaje hacia un futuro en el que la única alternativa será abandonar la zona de confort que brindaba el género policial... un futuro totalmente impredecible pero maravilloso:
“Antes de irme voy a decirle una cosa: sus enemigos son los míos pero algo nos distingue. Yo soy un escéptico, no tengo esperanzas. Solo creo en la amistad”