Dejamos la primera parte de este mega análisis sobre Alack Sinner con una situación al menos atípica: Dos argentinos (José Muñoz y Carlos Sampayo), viviendo entre Londres, Milán, Mallorca y Barcelona, triunfan con una historieta de un detective norteamericano ambientada en Nueva York... ciudad que ninguno de los dos había visitado nunca en su vida.
Como vimos estonces, Sinner empieza aparentando ser una serie de policial negro pero en sus tres primeras historias ya da los primeros pasos para alejarse de las convenciones del género. Esos primeros pasos abrirán un camino incierto que recorrerá el personaje de ahí en adelante. Y cuando digo “incierto” lo uso con un significado positivo porque cada vez que salía una nueva historia de Alack Sinner, tenía la enorme virtud de que nunca podías saber con qué te ibas a encontrar.
En esta segunda parte del análisis, vamos a tratar de pisar un poco el acelerador y repasar todas las historias que componen el periodo 1975-77.
La vida no es una historieta, baby
Hay tantos elementos notables para analizar en esta historia que, aunque suene a cliché, no sé por donde empezar. La cosa explota y explota maravillosamente bien.
Dos argentinos llegan a Nueva York buscando a Sinner y son nada menos que Muñoz y Sampayo. Resulta que, casualmente, ellos escriben la historieta de un detective que tiene exactamente el mismo nombre y como están en un bache creativo, fueron a visitarlo buscando inspiración. Esta premisa dispara el capítulo hacia la parodia y esa metaficción que en seguida nos remite a Unamuno o a Borges. No obstante, la intertextualidad y el homenaje más claro de este episodio es para otro argentino exiliado: Osvaldo Soriano, quien publicara “Triste, solitario y final” en 1973.

Para quienes no hayan leído ese clásico de nuestra literatura, en “Triste, solitario y final”, Soriano se convierte a sí mismo en un personaje de ficción: Un periodista argentino gordito y torpe que viaja hasta Los Ángeles a investigar la vida de Laurel y Hardy (el gordo y el flaco). Allí se encuentra con Phillipe Marlowe, el mítico detective creado por Raymond Chandler con quien compartirá el protagonismo durante toda la novela. En la premisa argumental, la relación entre los personajes y sobre todo, el tono de la historia de Muñoz y Sampayo se respira el homenaje a Soriano por todas partes.
Otro elemento fundamental en esta entrega será la primera aparición de lo que se convertirá en un tópico recurrente de la serie: los servicios secretos yankees y su relación con América Latina.
Pero tal vez, la novedad más importante que aporta “La vida no es una historieta, baby” es la forma en la que los autores hacen explícito un hecho que reafirmarán en numerosas entrevistas: Al contar las historias de Alack Sinner, de alguna manera, están contando la propia historia de ellos dos. Y es que al meterse en el plano de la ficción, ambos artistas pueden mostrarnos los dilemas creativos que les plantea el personaje: Ellos crearon un detective de serie negra pero ahora se encuentran con que eso es todo lo contrario de lo que ideológicamente quieren transmitir. ¿Qué pueden hacer? ¿Abandonarlo? ¿Convertirlo en otra cosa? ¿Hasta donde podrán forzar la evolución del personaje sin caer en la incoherencia o la autoparodia?
Ahí surge la mala vibra entre autores y personaje que, dentro de la trama, se resuelve con ciertas dosis de comicidad. Guionista y dibujante se quedan en el departamento de Sinner y le toman el whiskey pero no se llevan bien con él... de hecho, con Sampayo casi terminan a las piñas. El último diálogo de Alack con Muñoz es buenísimo. El argentino les dice que no tienen una buena opinión de los norteamericanos y que no les basta con que él sea “dentro de todo un buen tipo” (¿lo que hicieron del personaje a partir de “Viet Blues”?)... simplemente por vivir en los USA, con las comodidades que le brinda el imperio, ya es parte del problema.
La respuesta del detective es simplemente una genialidad:
“Amigos, yo sé muy bien como están las cosas y hago poco para destruirlas; pero perdónenme la vida, al menos como personaje. Me gusta vivir en la imaginación de los demás: se es menos responsable de los propios actos.”
El personaje pide seguir existiendo. Parece ser conciente de sus limitaciones pero no son su culpa sino de sus creadores. El avión de los argentinos parte y el pedido de Sinner queda sin respuesta como dejando abierta la posibilidad de discontinuar la serie.
Por suerte sabemos que no fue así.
La última historia publicada en 1975 fue “Él, cuya bondad es infinita”. Aquí aparece la crítica a otro de los pilares de la sociedad norteamericana: la iglesia; mientras se presenta una de las formas más siniestras del crimen organizado: las redes de trata de personas. Fuera de esto, la narración es bastante clásica y parece que retrocediera un poco al estilo de los primeros relatos.
Chispas y fogonazos
Pero, atentos que si el 75 terminó con una obra tranquila, el 76 empezó muy fuerte con la publicación de “Chispas” que retoma esa línea argumentalmente menos rígida que se iniciara con “Viet blues”.
La nueva entrega aporta dos elementos de desigual importancia para el desarrollo de la serie. Por un lado, la primera aparición de Sophie, uno de los principales intereses románticos del título y el personaje femenino más popular entre los lectores. Hasta tal punto que fue la única en protagonizar su propio spin off.
Por otro lado, Muñoz introduce algunas viñetas que rompen completamente la estética de blancos y negros plenos, duros y límpidos con que venía trabajando. El nuevo estilo parece una contracara del anterior porque es sucio y lleno de rayas que forman tramas caóticas. Estos cuadritos se usan para representar la proyección de la interioridad de los personajes. En “Chispas”, Sinner imagina que es atacado por una pandilla, mientras que en “Constancio y Manolo”, el viejo combatiente de la guerra civil española evoca su pasado en flashbacks que integran oníricamente fragmentos del “Guernica” de Picasso. Pura magia.

Aunque la nueva propuesta estética aparecerá apenas en unas pocas páginas desperdigadas entre estos dos capítulos para luego desaparecer (al menos aparentemente) del abanico de recursos de Muñoz, esta experimentación formal dejará su huella en las obras posteriores. Pareciera que, a partir de aquí, el trazo del dibujante se superara en una síntesis que asimila los dos estilos en uno. Claramente, predomina el blanco y negro pleno pero esas líneas sueltas y algo azarosas pasarán a ser parte habitual de la estética de la serie.
Por otro lado, la propuesta narrativa no para de evolucionar. Los protagonistas de este par de historias serás dos familias de inmigrantes (polacos y españoles) y sus vidas se verán mezcladas en tramas llenas de violencia... pero donde no hay unos buenos y unos malos claramente diferenciados. Ya no hay un plan malvado tramado por el criminal y que el detective deberá resolver sino, cada vez más, un conjunto de fuerzas que parecen empujar de manera inexorable a los personajes que terminan cayendo en el delito por necesidad o como la única forma de hacer justicia.
Mirarse al espejo
Entre finales de 1976 y 1977, cuando “Alter Linus” publica “Ciudad sombría” la cosa ya marchaba sobre ruedas. Tanto la serie como la dupla creativa habían alcanzado un nivel de consolidación impensable en tan poco tiempo. Cualquier artista hubiera sucumbido a la tentación del estancamiento y la repetición de fórmulas... pero no Muñoz y Sampayo.
Así que el comienzo de la nueva entrega nos sorprende mostrándonos a Sinner manejando un taxi. Un par de viñetas perdidas por el medio del capítulo liquidan la duda fundamental que se plantea en el lector: Alack tenía que pasar a retirar la renovación de su licencia de detective privado por la comisaría pero decidió no hacerlo.
No hay más explicaciones y, tal vez, teniendo en cuenta las últimas historias, tampoco hagan falta. El cuestionamiento del protagonista sobre su rol como agente (aunque sea a medias) de la ley es cada vez más profundo y termina planteándose como una imposibilidad.
Si el título había empezado a romper con las convenciones del género policial casi desde el inicio, acá la ruptura termina de formalizarse al despojarse del último rasgo que seguía ligándolo a la novela negra: Alack Sinner ya no es un detective privado.
Por otra parte, el estilo expresionista de Muñoz se acentúa cada vez más hasta prácticamente transformarse en otra cosa. Algo nuevo y difícil de clasificar. Los personajes (algunos secundarios pero, principalmente los de telón de fondo) son cada vez más deformes. Los rostros a veces se acercan a lo caricaturesco y otras resultan aterradores o repulsivos. El caso es que esta “Ciudad sombría” parece poblada por monstruos.

Las últimas dos historias de 1977 son “Recordando” y “Conversando con Joe”, la que (si me permiten decirlo otra vez) desacertadamente se coloca al comienzo del integral de Salamandra. Si llegaron hasta acá y leyeron todos los cambios tanto gráficos como narrativos que experimentó la serie en sus primeros tres años, creo que quedan suficientemente claros los motivos por los que sostengo que fue un gran error transpolar ese episodio al principio del volumen.
Volviendo a las historias en sí, encontramos muchas coincidencias: son las primeras en publicarse en Francia antes que en Italia; el protagonista sigue sin oficiar de detective; prácticamente no hay acción y solo vemos al personaje encerrado, tomando alcohol y recordando momentos de su vida. Dos elementos en común son evocados en los flashbacks de ambas historias: el pasado de Alack dentro de la policía y su hermana, Tony.
“Recordando” es muy experimental porque además de las alteraciones cronológicas juega con el delirio, justificado argumentalmente con una botella de whiskey que no termina de convencerme... ¡Vamos, Alack! ¡Nadie tiene semejante viaje lisérgico por un poco de alcohol! ¿Dónde escondiste el ácido? Al final, los pescaditos de la pecera adoptan el rostro de los padres del detective y lo llaman, dando pie a una continuación que solo se publicaría cinco años después.
Pero no nos adelantemos...
A pesar de lo interesante que puede ser “Recordando”, “Conversando con Joe” tiene mucho más peso en el desarrollo argumental de la serie ya que narra los motivos por los que Sinner abandonó la policía. Este capítulo es especial por muchos motivos y lo primero que salta a la vista es la composición de página. Mientras las planchas, tanto en las entregas anteriores como en las posteriores, solían dividirse en tres tiras, esta es la única historia que divide casi todas las páginas en mitades. Es como si, desde el primer vistazo, quisieran ponernos sobre aviso de que estamos leyendo una historia diferente.
Juan Sarturain analiza en “El domicilio de la aventura” el punto de inflexión que esta historia representa para la serie, y lo hace relacionando el conflicto moral que debe enfrentar el protagonista con la disyuntiva estética que debieron superar los autores. Al respecto dirá: “El sujeto real y aparente de la historia es el policía Sinner; el sujeto metafórico son el escritor y el dibujante, y el problema en cuestión, uno sólo: el choque ético contra la REALIDAD social y sus leyes, y los modos de supervivencia luego de esa colisión existencial”
Y no es solo que ambos hayan abandonado la seguridad de los empleos que tenían para buscar sus propias voces y el vehículo que les permitiera un mayor desarrollo artístico. También hay que considerar que mientras ellos estaban triunfando en Europa, desde Argentina le llegaban noticias cada vez más oscuras: la muerte de Perón, el gobierno de Isabel, el golpe de estado y los primeros desaparecidos. Sampayo dirá: “Además, paradójicamente, en medio de estos sentimientos, nos empezó a ir bien económicamente. Y teníamos nuestras contradicciones al respecto”
Esa disyuntiva que vino atravesando toda la serie estalla en este “Conversando con Joe” y la respuesta posible para Muñoz, para Sampayo y para el propio Sinner es una sola: ser coherente hasta el final va a ser la única forma de poder mirarse al espejo.
Si “La vida no es una historieta, baby” plantea todas las contradicciones que se producen entre los autores y el personaje, el final de esta historia parece el de una reconciliación. Alack por fin es suficientemente humano para expresar las dudas, los temores y los sentimientos de sus creadores. Sin embargo (para sorpresa de todos), tras estas páginas se abrirá el primer bache importante del título y será de nada menos que cinco años.
¿Quieren saber por qué? ¿Qué pasó? ¿Qué hicieron los autores durante ese tiempo? No se pierdan la tercera parte de este mega análisis.