Robin Wood, paraguayo de ascendencia irlandesa y escocesa (lo que explica su nombre tan exótico) nació en 1944. Ya desde chico era un ávido lector pero las circunstancias económicas lo obligaron a empezar a trabajar a los trece años en un obraje en la selva. Años después, como tantas personas, viajó a Buenos Aires en busca de una oportunidad. Acá llevó la dura vida del obrero de fábrica, invirtiendo el poco tiempo, plata y energía que le dejaba el trabajo en cursos de la Escuela Panamericana de Arte.
En abril de 1967, este joven muchacho, mal alimentado y extenuado por las larguísimas jornadas laborales vio publicado su primer guión en la revista D’Artagnan. Era “Historia para Lagash” y cambiaría la historieta argentina para siempre.
Durante las dos décadas siguientes, Robin fue el escritor más prolífico, más popular y mejor pago de la historieta argentina. Sus obras tocaron todos los géneros, desde el bélico al romántico y desde la comedia hasta la ciencia ficción, el western o el policial, conmoviendo a públicos de diferentes latitudes y generaciones.
Este último año, Diego Accorsi, Julio Neveleff y Leandro Paolini Somers publicaron su imperdible biografía: Robin Wood: Una vida de aventuras. Además, en este mismo momento, se encuentra en pre-venta un repaso exhaustivo por su obra a cargo de Daniel Ferullo que, sin dudas, también se convertirá en bibliografía de consulta obligada. El investigador tucumano, además, tuvo la deferencia de conceder una extensa entrevista que pueden escuchar en la última emisión de Ouroboros Radio: Fuera del Espectro.
En Ouroboros analizamos Nippur de Lagash cuando salió la colección de Planeta y hablamos de Dago, Pepe Sánchez, Merlín e Ibáñez cuando analizamos los rescates de Columba. Por eso en esta despedida preferimos repasar brevemente algunas de las obras que no se mencionan con tanta frecuencia.
La noche del 17 de octubre, su viuda comunicaba su fallecimiento tras atravesar un cáncer de esófago. En el corazón de sus lectores, Robin va a vivir por siempre.
“Jackaroe” con dibujos de Gianni Dalfiume
Por Mariano Sicart
Mediados de siglo XIX, EE.UU. Un grupo de apaches se enfrentaba a la milicia confederada cuando ocurrió. Al interior de un árido valle los indios hallaron unas carretas abandonadas. Las vidas de aquellos colonos se habían apagado debido a la escasez de agua, pero un bebé de rubios cabellos logró sobrevivir. Adoptado por el aguerrido jefe Yaco, quien lo crió junto a su mujer como uno más de la tribu, el niño aprendió la destreza de montar a caballo, dominar el cuchillo y disparar el rifle.
Sabiendo que el tiempo de los pieles rojas sobre esa tierra estaba acabando, aquel cacique mantuvo la paz con el hombre blanco. Pero no todos pensaban igual. El joven e impulsivo Non-Pe-Whata desafió la orden de saquear una caravana, volviendo al poblado con una blonda chica a la que pretendió violar. Se impuso entonces el llamado de la sangre y ‘Viento de la noche’ (tal el significado del nombre que recibió el muchacho cara-pálida) lo impidió, dando cuenta de él con sus propias manos. Partió con la joven para nunca regresar.
Pronto conoció el amor, al casarse con la bella Annie Laurie, mujer a la que vería morir. Después se enrolaría en el ejército, para luego establecerse como un respetado ranchero. Pero aquello duró poco. Abandonó sus posesiones para recorrer el viejo oeste, haciendo amigos y enemigos. Tomando partido por causas perdidas y ayudando a quien lo necesite, Jackaroe se convirtió en leyenda.
Bajo la influencia de los ‘spaguetti westerns’ italianos, en 1968 Wood escribió cuatro capítulos del personaje para El Tony Álbum, siendo los dos primeros dibujados por el rosarino Gustavo Trigo. La cosa no funcionó y Editorial Columba iba a cancelar el proyecto. Pero siempre hay un pero, y en este caso fue el gran Gianni Dalfiume, a quien se le encomendaron ilustrar los dos episodios restantes. Wood encontró en la potente síntesis de estilo del lapicista la motivación que le faltaba y el cowboy obtuvo, además de continuidad, su aspecto definitivo. La serie devino en un clásico del sello de la palomita hasta entrada la década del noventa (con algo más de 300 entregas), ya en las páginas de Nippur Magnum, siendo continuada en los guiones por Ray Collins, Armando Fernández y Ricardo Ferrari, con Marcelo Basile haciéndose cargo del dibujo en la última etapa.
“Pepe Sánchez” con dibujos de Carlos Vogt.
Por Mariano Sicart
El Centro de Espías Sofisticados (CES) es una organización secreta destinada a proteger al mundo de cualquier barbaridad que pueda llegar a pasar. Eso es algo que todos saben. Pero muy pocos conocen la ubicación de su cuartel general, menos aún la localización de las subsedes continentales. Y nadie, absolutamente nadie sabe (ni entiende) por qué el agente 00, Pepe Sánchez, es el mejor hombre del servicio. Lo cierto es que a partir de los convulsionados setentas, se encargó de que las amenazas insinuadas por la Guerra Fría no se vuelvan una realidad. Para ello debió desbaratar peligrosos planes internacionales urdidos por los jefes de diversas células criminales.
Pepe es un típico porteño de barrio. Flaco, alto, rubio y desgarbado, aunque simpático. La valentía no es una de sus virtudes, pero ello no interfiere con su trabajo. Para peor, es hincha de Chacarita. Suele vestir informalmente, remera blanca, campera verde, jeans y zapatillas de lona. Le gusta el mate amargo y ejerce una inexplicable atracción sobre el sexo opuesto, lo que le ha generado varias conquistas, ademas de problemas. Siempre tiene una excusa a mano cuando sus superiores deciden enviarlo fuera del país, para cumplir misiones imposibles. Sus métodos son poco ortodoxos, pero efectivos. De modo que se las arregla para cumplir con lo que le piden, casi siempre, y salir ileso, casi nunca.
Segunda colaboración en clave humorística entre Wood y el inolvidable Carlos Vogt, iniciada en 1975 para “El Tony Supercolor N° 1” bajo la premisa inicial de parodiar la exitosa franquicia cinematográfica de James Bond, creada por el escritor Ian Fleming. Pronto el foco se centró en otros géneros exitosos del cine y la televisión de la época; aventura, ciencia ficción, terror, artes marciales y acción. Claro que para permanecer en la preferencia del público (con intermitencias) hasta la década del noventa, logrando 250 y pico de capítulos, la serie tuvo que ser algo más.
El fuerte elemento costumbrista que los creadores imprimieron al espía, solventó gran parte de su vigencia por dos décadas y media. Vogt se encargó del resto, con su estilo de dibujo simple pero preciso, capaz de generar variedad de climas narrativos y gestualidades únicas en los personajes. Verosimilitud a prueba de todo recurso, gráfico y textual.
Tras la partida de su creador, tomaron las riendas argumentales Ricardo Ferrari, Héctor Bellagamba y el propio lapicista, devenido en artista integral. Nada como releer Pepe Sánchez cuando las sonrisas escasean. Cambia el humor. Hagan la prueba.
“Aquí, la legión” con dibujos de Luis García Durán
Por: Facundo Vazquez
1871. La Legión Extranjera fue utilizada para reprimir a la Comuna de París (caso excepcional en el que se los obligó a actuar dentro del territorio francés y en contra de ciudadanos franceses) y después fue pésimamente conducida por oficiales inútiles en la Guerra Franco-Prusiana. Derrotados, humillados, desmoralizados… los hombres del segundo regimiento de legionarios vuelven al fuerte de Sidi-Bel-Abbès al borde de la insurrección.
Solo quedan dos opciones, disolver el cuerpo o encontrarles un líder capaz de devolverles el orgullo guerrero de pertenecer a la Legión. El coronel Max Chevallier, apodado “Caballo de Hierro” será quien acepte el desafío.
Ahí comienza la aventura.
Robin estaba profundamente enamorado de la épica y la mística que rodeaba como un aura a la Legión Extranjera. Incluso intentó ingresar en la fuerza. También consideró la posibilidad de alistarse en el ejército norteamericano durante la guerra de Vietnam… pero esa es otra historia.
Ideológicamente, casi todo está mal en “Aquí, la Legión”. La obra no solamente reivindica el colonialismo europeo en el África sino que cae en la trampa de asignarle a los nativos (mayormente tuaregs y bereberes) el rol de antagonistas y caracterizarlos como pueblos primitivos, supersticiosos y sanguinarios, obturando de esta forma cualquier posibilidad de que el lector empatice con ellos. Su exaltación del militarismo y la viril camaradería cuartelaria, prácticamente excluye a las mujeres, no solo como personajes válidos sino aún como lectoras.
Por contraposición, narrativamente, casi todo está bien en “Aquí, la Legión”. Desde la llegada de Chevallier, cada capítulo irá dosificando el protagonismo entre diferentes personajes, todos humanos, todos reconocibles, todos geniales: El juerguista y mujeriego capitán Francis Didier, el aristócrata Jacques de Fonternac, el maestro del disfraz y especialista en infiltración René Bosch, el sargento gritón Schwartz, el rígido pero inexperto teniente Jean Pierre Legrand… cada uno formará parte de la construcción de un gran héroe colectivo y tendrá una historia que aportar a esa gran narrativa coral que es la serie.
Pero lo mejor de “Aquí, la Legión” es la carga dramática que Robin sabe imponerle a sus aventuras. Porque esto no se trata solo (ni principalmente) de agarrarse a tiros con los beduinos. Las historias se tratan sobre los códigos de honor que pueden existir entre un grupo de hombres, sobre la abnegación y la capacidad para el sacrificio y, quizás, sobre todo, del culto brutal al coraje como valor último.
Durante muchos años, esta fue una de mis series favoritas y de las primeras que leía cuando llegaba a mis manos una D’Artagnan. Tiempo después, me llegó el desencanto de comprender lo nefasto de su perspectiva histórica pero, aún así, aún hoy, sus historias no dejan de conmoverme porque el valor como virtud profundamente humana conmueve siempre, aunque esté al servicio de la causa equivocada.
“Wolf” con dibujos de Jorge Zaffino
Por: Facundo Vazquez
Sin dudas, la creación más recordada que salió de la pluma de Robin en la década del ochenta fue Dago pero no es la única digna de mención.
“Wolf” comenzó a publicarse en enero de 1980 y rápidamente se convirtió en una de las cabeceras de Fantasía, la revista que tal vez haya dado menos cantidad de éxitos a la editorial.
El primer capítulo narra el nacimiento del protagonista, el hijo del rey Marlin y último con la sangre sagrada que une a los sajones con las criaturas mágicas de la isla de Britania. Los invasores daneses se internan en el bosque mágico de Magenham intentando matar a la parturienta o al niño si es que ya nació pero el poder de la tormenta, una pareja de druidas y una loba se combinan para evitarlo.
Desde entonces, el niño que tiene una parte duende y una parte lobo, será el símbolo y la última esperanza de la resistencia del pueblo sajón contra la dominación vikinga del rey Ragnar. Pero a Wolf le costará asumir ese rol ya que al crecer en el bosque y sin contacto con la sociedad humana, apenas comprende la ambición, las guerras y las intrigas políticas.
Si bien la historia del niño que sobrevive a toda su familia y es criado fuera del entorno social que le corresponde puede remitir a la premisa básica de “Jackaroe”, en “Wolf”, Robin se toma mucho más tiempo para desarrollar el crecimiento del personaje, su adolescencia, si temprana juventud y el proceso plagado de aventuras que deberá atravesar para aceptar su destino.
La serie también fue afortunada respecto al apartado artístico ya que a los grandes nombres de Jorge Zaffino y Eduardo Barreto, se le sumaron a lo largo de sus 118 episodios, los de otros brillantes profesionales como Rubén Meriggi y Sergio Ibáñez.
“Morgan” con dibujos de Cacho Mandrafina
Por: Anibal Berrey
Por mucho tiempo ignoré el nombre de esta historieta. En mi memoria sobrevivían imágenes de algo a mitad de camino entre Blade Runner y Skreemer (ese era mi mapa de referencias al momento). Y si bien Morgan no era tan tecnológica como la primera, compensaba esa falta con aridez. Wood siempre fue sinónimo de aventuras históricas, épicas, tragedias y héroes, y así como Sergio Leone, él también lograba crearle mítica a sus personajes, y por eso no lograba dar con Morgan, lo que no tenía de mítico tampoco lo tenía de “héroe”. Sí era un tipo con resentimiento. Luego de pasar encarcelado y en aislamiento por dos años, es liberado en una New York irreconocible del año 2045, donde cualquiera puede ser presa o depredador según la circunstancia.
Hace unos cuantos años Oscar Capristo me desasnó de ciertas cuestiones referidas a Wood (cronológicas en su mayoría) y pude dar finalmente con Morgan. Y para mi sorpresa, era más Wood de lo que recordaba, sobre todo la prosa. Como pocos escribas de este medio, Wood podía extraer poesía de los callejones sórdidos de aquella ciudad ficticia. Aún si el dibujo no lo hacía, vos entendías qué clase de lugar era. Y con frases llenas de sarcasmo o humor negro, te transmitía la herida y mirada hacia el mundo que tenía el protagonista.
Morgan era un solitario pero no estaba solo. Entre tantos mutantes y “cibernéticos”, existían aliados como Elmer, el dueño del bar, Paterson, un oficial de policía y la más interesante, Texas, una joven de armas tomar que toma el lugar de asistente y colega, manteniendo con Morgan una relación para nada sencilla.
El personaje, que nació en el anuario #9 de la Nippur Magnum, se mantuvo en la revista por 41 capítulos, hasta que en 1989 se publicó su última historia. Pero como cualquier otro personaje de Wood, no significa que haya muerto, solo está a la espera de ser leído por alguien por primera vez y comenzar el ciclo de nuevo.
“Martin Hel” con dibujos de Lito Fernández
Por Facundo Vazquez
Pocas cosas resultan tan fuertemente anacrónicas como el pasado reciente. Robin siempre supo conmovernos con lo que hay de universalmente humano en sus historias. Por eso no importaba si el conflicto transcurría en el oeste americano, las islas británicas invadidas por los vikingos o la Florencia del renacimiento… su drama siempre tenía la actualidad de lo perdurable.
En cambio, esta obra producida y ambientada en los noventas parece imposible de despegar de ese contexto.
Pero este no es el único sentido en el que Martin Hel representa una excepción dentro de la obra del autor. Y es que gran parte del atractivo de los personajes de Wood radica en el estoicismo con el que afrontan la adversidad de su destino: La caída de Lagash, el asesinato de la familia Savarese, la traición contra el noble veneciano al que luego llamarán Dago, la injusta y cruel condena al padre de Ibañez… Como diría Robin: “La mayoría de mis historias tratan sobre un hombre que cae y se levanta”.
Martin Hel, en cambio, además de gran maestro de las artes ocultas, es un yuppie fachero de pelito largo (en los noventas era lo más… hasta Superman lo usaba así), maneja un Rolls Royce y tiene a todas las mujeres rendidas ante la sonrisa que nunca se borra de sus labios sensuales. Una mezcla de Dennis Martin y Dylan Dog.
A falta de la motivación dramática que impulsa a los personajes más clásicos del autor, por muchos capítulos, las historias tratarán de que ocurre algo sobrenatural, alguien acude al protagonista en busca de ayuda y este exorciza al demonio, derrota al monstruo o destruye el objeto maldito sin despeinarse demasiado.
La prosa de Robin en esta serie también resulta bastante atípica. Alejado de los grandes bloques de texto pero también del vuelo poético que era su marca registrada, la narración es aquí más concisa y ágil. Tal vez más moderna pero, definitivamente, menos bella.
Podría considerarse que fue la última creación popular de Robin en Argentina. Acompañó los avatares finales de Columba aunque resultó mucho más exitosa en Italia donde casi alcanzó las doscientas entregas, muchas de ellas semanales.
“Merlín” con dibujos de Quique Alcatena
Por: Mariano Sicart
‘Más vale tarde que nunca’, reza el dicho popular. Y uno no puede menos que agradecer a quién corresponda el hecho de que allá por 1993, los talentos del gran escriba paraguayo y nuestro Enrique ‘Quique’ Alcatena (confeso admirador del maestro), hayan confluido en ésta, su única colaboración, para Italia. Con el color espantoso característico de la casa y cierta censura en materia de desnudos y sexo, Editorial Columba serializó la obra ese mismo año en la antología Nippur Magnum. Hubo que esperar más de una década para la ansiada recopilación local (tal y como fue concebida), que llegó mediante la extinta Thalos Editorial en un tomó único lanzado hacia 2005. Tiempo después, en 2014, comenzó a circular en el país una edición compilatoria de ECC España, parte de la efímera Biblioteca Robin Wood, que constituyó la segunda oportunidad de obtenerla para el público nacional.
Esta inspirada reversión del mito artúrico, presenta al veterano hechicero como un férreo custodio del mundo mágico y sus seres, existente paralelamente al de los hombres, en el utópico reino de Camelot. Más temprano que tarde, el frágil equilibrio entre ambos planos existenciales comienza a resquebrajarse, debido a las mezquindades y pasiones propias de la especie humana. En tal sentido, el equipo creativo va desarrollando hábilmente los sucesos que conforman la conocida leyenda, tomando como punto de partida la vida de aquel niño que, sin saberlo, sella su destino al arrancar la espada Excalibur de una roca. Sobre el final, invariablemente, la colisión entre ambos mundos sucede, tornando el denodado esfuerzo de Merlín por evitarla, inútil. Como su propia, y ahora vacía, existencia.
Todo ello narrado en apenas nueve actos por Wood, mediante una prosa tan precisa como efectiva, de elevado vuelo poético, que se da la mano con una faz gráfica realmente sublime. Los trazos de Alcatena van de lo barroco a lo imaginativo, volviéndose violentos y expresivos toda vez que el guión lo requiere. Así de íntimamente imbricados están ambos apartados artísticos en este pequeño clásico, que pide a gritos una reedición en nuestro mercado. Lo dicho, un trabajo atemporal. Universal. Tan único e irrepetible como sus mismos creadores.