No paramos con las novedades publicadas en la última Crack Bang Boom, y ahora nos centramos en la antología “Destrucción: 18 Relatos Secuenciales”, publicada por la nueva editorial Clan de Fomento. Tal como dice su título, en sus 72 páginas recopila 18 historietas (algunas publicadas previamente, otras hechas para el libro) contadas por 18 artistas y una guionista, y dada la proporción páginas/historias, cada relato dura entre dos y seis páginas. ¿Eso es suficiente para satisfacer a los lectores? Averigüémoslo.
Lo primero que uno entiende cuando tiene el libro en la mano es que es un documento 100% orientado a la exposición de artistas de la “nueva generación” de historietistas argentinos, lo que explica la cantidad de involucrados no solo en las páginas principales sino en el resto del libro (Jo Murúa en la portada y arte ocasional, Amadeo Gandolfo en el postfacio). Se nota que uno de sus principales objetivos es la difusión de estos artistas y figuras del medio, algunos de los cuales no habían saltado la frontera de los fanzines y el web cómic hasta ahora (lo que plantea un tema de debate interesante: ¿publicar en libro tiene un valor inherente mayor a publicar fanzines? Yo creo que no, pero sé que hay opiniones contrarias).
Ya cuando leemos de cerca la (extensa) lista de artistas que integran el destructivo volumen hacemos la segunda observación: entre algunos artistas menos conocidos (al menos por quien escribe) se encuentran grandes historietistas consagradísimos (como Sole Otero, Pedro Mancini, Camila Torre Notari y El Waibe) sin ninguna clase de predominancia en el libro, en una interesante y celebrable declaración de principios.

Pero hablemos de las historietas, que son siempre lo más importante. El concepto general que atraviesa a todas estas mini-historias es el que reza el título: “destrucción”. Recomiendo mucho leer el postfacio de Amadeo Gandolfo previo a leer las historietas porque contextualiza muy bien la relación entre la destrucción y la historieta (de forma narrativa, histórica y personal). Básicamente, cada autor destruye lo que quiere en el espacio que tiene, como haciendo una catarsis personal en forma de historieta. Bancame esa libertad artística.
El mix de relatos es bastante caótico, a tono con el concepto general. Es uno de esos libros que pueden no gustarle totalmente a todo el mundo, pero que es muy probable que le guste parcialmente a todos, porque la oferta de relatos secuenciales es absurdamente grande. Hay algunas historias con comedia (como la de Matías Boettner o la de Ignacio Mortero) y otras más heavys (como la de Muriel Bellini o la de Pablo Vigo), en algunas la secuencialidad es la prometida (como en la de Paula Sosa Holt o la de Krystopher Woods) y en otras el mismo concepto de “secuencialidad” es desafiado (como se atreven Iván Riskin y Mauro Gianetto -¿una imagen sin viñetas puede constituir la secuencialidad?-), en la trama de la historia y el concepto son más directos (como en la de Francisco Negrello) mientras que en otras los autores toman una ruta más abstracta (como en la del changuito de Juan Pez o la de Dani Arias); y en algunas la estética es más linda (como en la de Camila Torre Notari) mientras que en otra el diseño de personaje parece estar hecho para darnos un morboso rechazo (como en el caso del manchild de Florencia Pernicone). Nunca estuvo mejor dicho que “hay de todo un poco”.
Pasando a una subjetividad más notable, un repaso por los relatos que me gustaron más: La “Destrucción lenta y espontánea de la realidad en un momento dado” de Pedro Mancini me pareció fascinante, particularmente cómo en solo dos páginas pudo armar una atmósfera interesante para luego perturbarla violentamente sin perder su particular estilo de dibujo “estático”. La “Deconstrucción” de Gabicoco plantea una interesante variable a la consigna, pero la resalto por el arte, con una paleta de colores interesantísima y un dibujo que a voluntad se mueve de lo simpático a lo monstruoso. El aporte de El Waibe a la antología me gusta mucho pero por razones puramente personales: una es que la historia de venganza al bully tan desintegrada a sus elementos más puros me agarró por sorpresa, y la otra es que me encanta El Waibe en general, su humor, sus desprolijidades y su deformidad artística. El relato de Ivan Rískin, como dije antes, es un desafío a la secuencialidad pero aunque sea un garabato que se le ocurrió a las tres de la mañana pasado de merca igual logró atravesar mi impresión visual de “un montón de líneas con palabras mezcladas” para llegar a mi comprensión conceptual de “intento gráfico de desnaturalizar la vida y la nominación humana aleatoria” y se gana un lugar en mi podio personal por usar la destrucción para desafiar a la destrucción misma. Por razones completamente contrarias se ganan la mención las dos páginas de Panchopepe, que (similar a lo que hizo El Waibe) reduce su historia a los elementos más obvios y logró sacarme una risa en voz alta (algo muy difícil) con la frase “yogur la concha de tu madre”.

Pero solo puede haber un #1 y ese sin duda es para la única dupla (que no comparte pseudónimo, al menos) del libro: “Humpty Dumpty” de Johanna Garabello y Sole Otero (a quien les recuerdo que entrevistamos en una nota imperdible). El concepto de las autoras es la destrucción del patriarcado, de forma metafórica y literal, representado en una oscura Alicia arrastrada a un macabro Wonderland donde es entregada a un Humpty Dumpty más huevón que nunca. Acá los diálogos y el arte funcionan en pos de hacer avanzar una historia compleja y metafórica en solo seis páginas que dejan al lector sacar sus propias conclusiones.
Y si quieren saber más compren el libro y léanlo, porque además van a estar ayudando a una editorial joven a levantarse en el contexto más adverso posible para los que hacen libros raros desde la dictadura y es la destrucción (por ahora simbólica, quizás pronto física) de un país. Desde acá esperamos ver qué le deparara a la editorial de la luna con ojo y qué nuevos grimorios piensan liberar.