Pasan los años, las revistas y las “novelas gráficas”, pero Dora queda. Siempre presente en la discusión sobre cuál es la historieta argentina más importante del siglo XXI, la saga de Minaverry se distinguió inmediatamente por la fineza de su estilo gráfico y su capacidad de crear ficción atrapante de un ejercicio historiográfico que habla tanto más de nuestro presente que del pasado. Palpitando el 15to aniversario de la publicación de su primer capítulo en Fierro, allá por noviembre de 2007, en Ouroboros World nos volvemos a sumergimos en las (aún abiertas) aventuras de Dora para ofrecer una lectura complementaria. Una “Dora anotada” con datos, análisis, ideas, contextualización histórica, etc., que aspira a invitar a volver a disfrutar de la obra magna de Minaverry una y otra vez.
Ya lo he contado en otras ocasiones. Como lector de Lazer y la línea manga de Ivrea que era por entonces, decidí darle una chance a sus publicaciones de autores nacionales, siendo una de las que más me gustó Legión de Salvador Sanz. Dos años luego, veo en el kiosco la Fierro N° 16, con una hermosa tapa de Sanz, y me decido a comprarla, abriéndose para mí un nuevo mundo de historieta argentina contemporánea. Pero si bien fue Nocturno el anzuelo que me hizo picar, fue 20874 de Ignacio Minaverry lo que enamoró y me obligó a seguir leyendo. Por primera vez, yo que me había criado a base de una dieta de productos culturales importados, a puro Queen, Spielberg y Evangelion, y por eso reincidía en esa desazón para con lo “nacional” propia de ciertos lectores mesocráticos, me encontraba ante una historieta hecha acá y ahora que sentía única, original, que no tenía nada que envidiarle a ninguna otra, fuese impresa en Portland o en Tokio.
20874, la primera historia de lo que sería la saga de Dora, apareció firmada por Minaverry a secas, y originalmente serializada a lo largo de seis entregas publicadas en la segunda época de Fierro. La historieta argentina entre su N° 13 (noviembre de 2007) y N° 19 (mayo de 2008), totalizando 49 páginas. En 2009 fue republicada junto con Rat-Line en formato libro por la Editorial Común de Liniers bajo el título Dora Número 1. En 2012 llegarían las ediciones internacionales, en Francia (L'Agrume), Brasil (Zarabatana Books) y España (Sins Entido).
Según Mariela Acevedo, quien escribió una tesis doctoral completa sobre las dos épocas de Fierro, la aparición de 20874, que ella adjetiva como “completamente novedosa y distinta”, marcó un quiebre en la revista. Un signo del recambio generacional del índice, una nueva camada de autores y obras que venían a relevar a los veteranos de los ochentas, quienes habían ocupado la mayoría de las páginas durante el primer año del relanzamiento. Pero mientras las otras firmas jóvenes eran conocidas dentro del ambiente, artistas fogueados en los noventas de la Comiqueando (donde habían dado primeros pasos Lucas Varela y Calvi) y el aguante fanzinero (Varela dirigió Kapop junto a Roberto Barreiro, Sanz fue uno de los factótums de Catzole), la persona detrás de Dora era un poco una incógnita. Tanto así, que no faltaron entre esos primeros lectores quienes lo confundieran con una mujer ¿Quién era este tal Minaverry?
Ignacio Minaverry, quien ya había publicado una breve reversión de La Sirenita llamada Fabula tonta en la Fierro N° 10 (agosto de 2007), fue presentado en sociedad a mediados de 2009 por el periodista especializado Andrés Valenzuela en su blog, Cuadritos, periodismo de historieta. Aparecida en dos partes, la entrevista revelaba que había nacido en Buenos Aires durante 1978, hijo de un diseñador gráfico, y que si bien la historieta siempre había sido parte de su vida, mientras atendía a clases en la Escuela Técnica N° 5 “Fernando Fader” pensó crecer para ser un director de cine o un arquitecto. Este último, un plan del que se disuadió escapando de las matemáticas, pero que claramente marcó su estilo gráfico tan atento al detalle y el diseño de los fondos y ambientes. Promediando los noventas y el final de la escuela, tuvo dos maestros en el medio. El primero, Luis Scafati, con quien tomo clases de dibujo un año. Luego vino Pablo Sapia en cuyo taller de historieta cultivó el oficio y conoció a otros dibujantes, como al ya mencionado Liniers.
En la entrevista de Valenzuela, se lee a un Minaverry muy presto a hablar de Dora y, en particular, de profundizar en tópicos predilectos que desbordan en la historieta, como la cultura y el diseño de los sesentas o la arquitectura de los pueblos de la provincia de Buenos Aires. Incluso se permite algunas tomas de posición fuertes, como afirmar que no le gustaba esa “corriente personalizadora de la historieta con el cómic autobiográfico” que estaba por entonces tan en boga.
Donde no le gusta ahondar mucho es en sus “influencias” o “autores favoritos”. Tampoco se muestra con mucho ánimo de retroceder en su carrera artística anterior a 20874, años en los que formó para de “un estudio de diseño” y hacía trabajos “por encargo”. Algunas pistas de esa etapa pueden hallarse en su propio blog, donde posteriormente compartió páginas de su Schopenhauer para principiantes (2005), escrito por Ana Cohan y editado por Juan Carlos Kreimer, o los dibujos médicos que realizó para los tres tomos del Repertorio quirúrgico infantil (2006-2007) de Carlos Pablo Fraire, publicados por el Garrahan. Por esa época también comienza Barco Borracho, historieta dibujada a cuatro manos junto a Lucas Nine, que apareció entre los N°40 y 49 de la revista Lamujerdemivida.
Años luego, el autor afirmaría que la de Dora “fue la primera historieta más o menos seria” que hizo, “la primera que mirando para atrás, a grandes rasgos” lo dejaba “satisfecho”. Aunque también hubo Dora antes de Dora. El personaje, cuenta Minaverry, lo creó mucho antes de su debut en Fierro, en una primera versión inédita de Rat-Line dibujada en 2004, a la cual tuvo que dejar de lado porque lo ocupo una “historieta por encargo donde el malo también era nazi”. No quería que sus “personajes se contaminaran por esa historia”, explicó entonces, porque esa historia “era un dislate, un horror”, con un villano era un “malo cuadrado, como el rock chabón de la maldad”. Una vez terminado ese trabajo, volvió al ruedo de su propia obra y el resultado fue Alif Aleph, una historieta de casi 90 páginas que se desarrolla en el contexto de la Guerra de los Seis Días. Publicada en Francia por Emmanuel Proust/ Atmosphères en 2008, permanece inédita en Argentina, aduciendo el autor que tenía “un montón de problemas de continuidad”, por lo que prefirió dejarla “en el olvido”.
Y tiene sentido que Minaverry sienta, cuanto menos, satisfacción al volver a leer 20874, barriendo bajo la alfombra (y fuera del CV) trabajos previos que considera como un entrenamiento que los llevaron a esa obra. Por cierto, una actitud atípica en la historieta reciente argentina, donde la línea que separa el amateurismo y lo profesional es tenue y las origin stories fanzineras se llevan con orgullo, como heridas de guerra. Si bien, como veremos en esta serie de notas, hubo margen para el desarrollo y el crecimiento, la Dora que pudimos leer en Fierro aparece como el producto de un artista en control de sus capacidades narrativas, contando lo que quiere contar precisamente como quería contarlo.
Los temas y motivos que articulan a la serie toda, y que motivaron que críticos y académicos vuelquen millones de bits en procesadores de texto en su análisis, están presentes desde el comienzo. El trabajo con la historia y la memoria, puesto en primer plano no solo por la historia personal de Dora, hija adolescente de un judío holandés asesinado durante el Holocausto que busca pistas sobre su padre mientras trabaja en el archivo del Berlin Document Center durante 1959, sino por la manera en que Minaverry construye el relato. Profusamente investigada, esta historieta no se contenta con dejar a los documentos como insumos de la ficción, sino que los pone en primer plano, los hace parte del relato. También aparece graficada, en una escena de masturbación que no se presta al voyerismo de la mirada masculina, en el deseo de Dora por Lotte, una política de género rupturista en el contexto de la gran “historieta nacional”. (Más aún si tenemos en cuenta que esto se leía emparedado entre páginas de El Tomi y Quattordio).
Pero las historietas entran por los ojos. Lo primero que me llamo la atención cuando la leí durante su serialización original, y ahora de nuevo en la relectura, fue el dibujo y la sensibilidad gráfica. La investigadora francesa Claire Latxague califica a la estética de Minaverry como “trans”, en el sentido que transgrede, transciende, transfigura sus elementos constitutivos para crear algo nuevo y propio. Ya hemos hablado de la influencia del diseño publicitario de la primera mitad del siglo XX, de la Belle Epoque hasta los groovies sesentas, pasando por el impresionismo alemán. Que hay algo de la ligne claire francesa no cabe ninguna duda tampoco, como delata la limpieza y precisión del trazo simple, pero efectivo. De los rostros reducidos a una mínima cantidad de líneas, y aun así tan expresivos. Si me transportó a mi primera lectura, estoy seguro que esos ecos de Tintín fueron un factor en mi atracción por la historieta. No las conocía entonces, pero también hay algo de las chicas de los Hernández Bros. en las chicas de Bobigny.
Pero hay una fuente más subterránea en la estética de Minaverry, la cual me llamó como lector de historietas formado por Ivrea, y que pocas veces se menciona cuando se escribe sobre su trabajo: la del manga. De hecho, las dos únicas veces que Juan Sasturaín se permitió deletrear ese vocablo cipayo en sus Contraindicaciones con las que abría cada Fierro fue de manera alusiva a Minaverry. Aunque lo hizo para describir a Noelia y el Pais de los Cosos, cuando claramente Dora es más manga.
Demasiado mayor para ser barrido por la ola del Magic Kids de mediados de los noventa, es posible imaginar al dibujante como uno de esos primeros lectores de historieta japonesa, los que miraron Heidi, Mazinger y Robotech en la TV abierta y compraron el Akira coloreado de Ediciones B en el kiosco. Lector de Ran, no de Lazer. Pero no hace falta recurrir a la imaginación para fundamentar la influencia del manga en el artista. Su primera obra publicada, desconocida por él y firmada como Ignacio Rodríguez, fue El Regreso de Daigar editada en 1999 por Comiqueando Press y arengada como el “primer manga argentino” desde su portada.
Más acá en el tiempo, es posible encontrar un punto medio entre Daigar y Dora en Callejones Rojos, esa “historieta por encargo” publicada en 2005 que Minaverry considera un “horror”. Escrita por Silvia Debor y editada por De los Cuatro Vientos (una de esas editoriales que publican a pedido y que depende de la más conocida Gárgola), Callejones Rojos retrata la vida en el puerto de Buenos Aires durante 1970, y varios personajes que se ven enredados en una trama que incluye contrabando, prostitución y un nazi fugado. Lo que me interesa destacar aquí es que, si bien los rostros aquí están muy cerca de los que podemos ver en 20874, hay algo en la filosofía de diseño (¿el pelo, tal vez?) que delata una influencia nipona que en Dora es más difícil de asir. En particular, Ruck parece un personaje escapado de un manga de Leiji Matsumoto de los setentas.
Pasa algo aún más interesante con la representación de movimiento y la puesta en página. En Callejones Rojos, que adolece de problemas de ritmo y transiciones temporales confusas, el despliegue de la viñeta está principalmente dirigido, como en el manga, a conferir la sensación de movimiento. En cambio, en 20874 puede verse una solución más elegante, quedando el movimiento fuera de cuadro y sugerido al lector por la expresividad del movimiento, o “trucos” como hacer llegar la “cámara” de la viñeta tarde, encuadrando solo una pierna en retirada o una acción en media res. Esta economía del movimiento y del relato, atenta al detalle, que utiliza la secuencialidad de manera elegante, divide la diferencia entre el manga y la ligne claire. De hecho, cuando leí originalmente la historieta, recuerdo haberla sentido hermanada con el cine de otro gran deudor de Hergé, Wes Anderson, cuyas películas descubrí simultáneamente.
En las páginas de 20874 es, sin duda, allí donde se fragua esa esa transfiguración que señala Latxague. Donde la influencia deja de ser un lastre y pasa a ser una herramienta más en servicio de la obra.
Dicho esto, permítanme hacer un par de puntos más acerca del rastro del manga y el anime en Dora. Primero, creo que podría argumentarse que hay algo de manga en esa arquitectura detallada, esa sensación de lugar tan preciso que logra transmitir Minaverry en sus historias. El uso de referencias fotográficas y la importancia de los fondos, tan importantes aquí, son una característica de la historieta industrial japonesa. Si bien el Berlín de 20874 está lejos del Tokio futurista de Akira o Ghost in the Shell, hay una sintonía en el rol protagónico que juega la ciudad, casi un personaje más que nos habla a través de sus edificios y su cartelería. De neón furioso en la película de Otomo al alto contraste blanco y negro impresionista en 20874. De hecho, en esta primera historia tiene un juego de sombras y del negro, volcado sobre la geometría de la capital alemana para conferir los sentimientos de Dora que no estará presente con igual ímpetu en los siguientes capítulos
Segundo, y en un sentido profundamente relacionado con lo dicho arriba, creo que 20874 tiene algo del espíritu del manga en su apuesta sin reservas por el dibujo. Ante una historieta argentina que suele pecar de demasiado diálogo y cajas de texto (quizás producto del divorcio entre la responsabilidad del guión y el arte), aquí Minaverry, autor integral, reduce los parlamentos a un mínimo y transmite información al lector de manera altamente visual. Incluso cuando debe recurrirse a la palabra, esta se presente de manera gráfica: como carteles, como diagramas, como calendarios, como fichas de investigación, como la leyenda de una caja de preservativos. La representación en la página de documentos es dotada de textura, que hace de diferentes tipografías y superficies textuales no solo métodos para conferir información a los lectores, sino un juego de tramas que hacen atractiva la historieta a la vista. Al lector no le cuentan que Dora investiga, sino que ve como Dora está investigando, el proceso y los resultados.
Asi es precisamente como nos enteramos en el último capítulo que el jefe de Dora, Ernst Zillman, fue un oficial nazi, lo cual nunca es dicho en voz alta. Igual que su envenenamiento por Tom Crane, el misterioso doble agente que se ganó el cariño de Lotte para poder acceder al centro documental. El final es abrupto, quizás porque ya era sabido que unos meses más Dora volvería a la carga en Rat-Line, en la misma Fierro. Pero el desenlace inesperado, en el cual los conflictos no se resuelven como uno esperaría, también anticipa una marca narrativa de Minaverry, y de la saga de Dora en particular. Ella es una chica común y corriente, una heroína anónima en una historia/Historia marcada por la injusticia y la no resolución, el final abierto. Después de todo, rara vez las cosas termina bien en la vida real.