Pasan los años, las revistas y las “novelas gráficas”, pero Dora queda. Siempre presente en la discusión sobre cuál es la historieta argentina más importante del siglo XXI, la saga de Minaverry se distinguió inmediatamente por la fineza de su estilo gráfico y su capacidad de crear ficción atrapante de un ejercicio historiográfico que habla tanto más de nuestro presente que del pasado. Lo que la hizo, simultáneamente, una favorita del público y un objeto de estudio dilecto de la academia.
Palpitando el 15to aniversario de la publicación de su primer capítulo en Fierro. La historieta argentina, allá por noviembre de 2007, acá en Ouroboros World nos volvemos a sumergir en las (aún abiertas) aventuras de Dora para ofrecer una lectura complementaria, comentada. Una “Dora anotada” con datos, análisis, ideas, contextualización histórica, etc., que aspira a invitar a volver a disfrutar de la obra magna de Minaverry una y otra vez.
Tan solo cuatro meses tras del fin de 20874, en los cuales Ignacio Minaverry aprovechó su estrella ascendente para comenzar a hacer algunas ilustraciones editoriales, por ejemplo, para Página/12, apareció una segunda historia de Dora en Fierro. La historieta argentina. Rat-Line se publicó originalmente a lo largo de nueve capítulos aparecidos entre los N° 23 (agosto de 2008) y N° 32 (junio de 2009) de la revista dirigida por Juan Sasturain, totalizando prácticamente 100 páginas. Promediando la serialización, en el N° 27 (enero de 2009), Dora Bardavid copa la portada con su motito símil Vespa y mapas todo alrededor. Como señalamos en la entrega anterior de esta columna, a fines de 2009 esta historia fue recopilada junto con 20874 en un libro editado por Común bajo el título Dora Número 1.
Como toda buena segunda parte, Rat-Line se apoya en lo ya contado y expande el mundo, en este caso, literalmente. Berlín queda atrás mientras la protagonista vuelve a casa de su madre en 1960, primero en Paris, y luego en el “conurbano” de la capital francesa. Más precisamente, Bobigny. En la segunda mitad, Dora salta el charco para llegar la provincia de Buenos Aires, al ficticio pueblo de Vivar.
Uno de los atractivos de la saga de Dora Bardavid en tanto historia de espías es su trotamundismo, el paseo vicario que nos ofrece por diferentes locaciones del globo. Esto potenciado por el ojo y el trazo de Minaverry, que se preocupa por retratar cada escenario con la diligencia de un cartógrafo. De hecho, mientras que en 20874 la incorporación de documentos metió cuatros tabulados y fichas mecanografiadas en las viñetas, esta vez la textura verídica la aportan mayormente los mapas, ajenos y propios, que Minaverry inserta.
En septiembre 2010, una vez finalizada la serialización de Rat-Line, Minaverry formó parte de la muestra “DOCUMENTO(S)”, desarrollada el centro cultural de Azul Blaseotto y Eduardo Molinari, La Dársena. Allí el artista expuso en pancartas de colores, que recuerdan a esas cartulinas de colores con las que “se pasa al frente” en la escuela primera, viñetas selectas acompañadas por el material de regencia utilizado para componerlas.
Si bien estos documentos originales expuestos en la muestra no son incluidos en las “novelas gráficas” de la serie (les propongo un sueño: una “edición absoluta” de Dora que los incluya, además de estandarizar formatos y criterios estéticos como la edición francesa de L'agrume), no puedo dejar de pensar que hay algo del orden del hipertexto en la manera en que Minaverry hace esta historieta. Escribiendo a mano alzada y sin nota al pie, no me animo a citar a Walter Benjamín, pero leo indulgente en esas viñetas “verídicas”, que aparecen como reveladas tras tocar un link en un artículo de Wikipedia, una vía de escape a la tiranía de la edición del historiador (en este caso, narrador), que permite ver la fuente por uno mismo. El velo se corre un poco y podemos ver la cocina donde se preparó la historieta.
En Rat-Line, el artista profundiza la vocación heurística de su historieta, aumentando el repertorio de fuentes históricas que pueden leerse: diarios, manifiestos militantes, marcas, banderas, y también mapas diversifican aún más la paleta de “texturas” documentales que dotan de diversidad la página lisa y refuerzan la verosimilitud del relato. En este sentido, también se redobla el esfuerzo por ofrecer un acercamiento documental, histórico a los espacios. En Bobigny, una locación que probará ser central a toda la saga, la desigualdad y el racismo de la sociedad francesa, pero también la comunidad y la residencia de aquellos expulsados extramuros, es explorada primero y ante todo, espacialmente: en los HLM (monoblocks de vivienda social en los que Minaverry encuentra/mete ecos de Lugano), en su feria/centro comercial donde la madre de Dora tiene una verdulería, y en los más o menos 13 km que los separan del Arco del Triunfo y la Torre Eiffel. En particular, la arquitectura social, y todo lo que ella implica, era por entonces una obsesión del artístia, la cual cultivaba en recorridos fotográficos archivados en su blog, La Teja.
El mayor uso de color en tramos selectos contribuye a este enriquecimiento. También augura el lento pero seguro deslizamiento estético de la historieta, del impresionismo claroscuro de 20874 hacia la psicodelia flower power que caracterizó el final de la década, que aquí está solo comenzando. Estas páginas a color, contó el artista posteriormente, probaron ser un problema de producción a la hora de editar el material en forma de libro, ya que implicaba medir precisamente que esas hojas “cayeran” todas juntas en un pliego, ya que el proceso de impresión es diferente.
Mas a diferencia de James Bond o Ethan Hunt, que hacen turismo militar, nuestra Dora habita los espacios a los que viaja. Se empapa en su historia y su gente. En Rat-Line, Dora se amiga con Odile y su banda de militantes estudiantiles comunistas, todos hijos de inmigrantes tensados por lo que pasaba por entonces en la Argelia francesa. El cruento trato del Estado con el Otro, parece decirnos el autor, no es prerrogativa de los nazis. Mas como nos tiene acostumbrado, no se trata aquí de “buenos” y “malos”, retratándose los conflictos internos entre los mismos comunistas, disparados por el manifiesto de Didouche. Un mundo lleno de términos específicos en francés, casi un lore historiográfico, que no es nunca presentado en forma de exposición, sino que el lector debe reconstruir a partir de frases sueltas, información contextual, la misma arquitectura que los contiene.
Si la situación en Francia tiene una pátina de urgencia, de tiempo presente, el viaje a Argentina nos vuelve a sumergir en los menesteres de la historia. Invitada por su amiga Judith Zylberman, y financiada por un misterioso hombre tuerto admirado por el trabajo archivístico de la adolescente, Dora viaja con la excusa de una visita amistosa, pero con la verdadera misión de dar con el infame Dr. Menguele.
En particular, el personaje de Otto Graf, jefe de Judtih y antropólogo escapado que termina a cargo de la biblioteca de Vivar, viene a reforzar una idea. Con su afición por la racista teoría acerca del rol de extraterrestres en la construcción de estructuras monumentales precolombinas (una de los principales promotores de esta teoría fue el suizo germanoparlante Erich von Däniken) y su aporte a la municipalidad con la “recreación” de un fortín de frontera, Graf personifica como los discursos sobre el pasado y el poder conspiran para construir verdades útiles para algunos (y condenatorias para otros). En esto, y me permito aquí una deriva licenciosa, Dora de Minaverry y One Piece de Eiichiro Oda tienen un punto de contacto: la historia es una herramienta de los poderosos para ordenar la realidad y someter a los desposeídos.
Graf, en acción y palabra, martilla una hipótesis ya central en 20874: que los relatos y “verdades” históricas no son dados, sino que se construyen. Y que, para combatirlos, se debe hacer el trabajo de hormiga que Dora comenzó en el Berlin Document Center, y que continua ahora gracias al material que Lotte contrabandea y le envía desde Alemania. Solo asi se puede llegar a la verdad debajo de la verdad, escapando del relato sancionado por poder y las instituciones, encarnado aquí en adustos burócratas y altivos científicos. De nuevo, como en One Piece, y en particular, la historia de Nico Robin, aquí se presenta a la historiografía y el trabajo con el pasado como un acto de rebelión. La historiadora como heroína.
Hay aquí una apuesta de Minaverry por construir a Dora como un nuevo tipo de protagonista en la historieta argentina, que releve al ya cansado Juan Salvo. Una apuesta novedosa no solo porque es mujer, sino porque sus métodos de lucha son diferentes. Su búsqueda de justicia no es hiperbólica o aspiracional, no vuela ni se bate a los tiros. Sino que hace trabajo de archivo, investiga, recolecta pruebas con las cuales seguir el camino institucional (aunque las instituciones no lo quieran). Esbozado también aparece aquí el contraste con Tom Crane, a quien conocimos en 20874, un mercenario espía y envenenador. Crane hubiese sido el protagonista de una vieja historieta de “aventuras”, un “cazador de nazis” que podría haber entretenido desde las páginas de algún mensuario de la “edad de oro” columbera. Y, de hecho, aquella primera Dora de 2004 era también un poco así. Pero aquí el foco está puesto en otra Dora, una heroína anónima, que no sale en los libros de historia, sino que los escribe.
Otra pista que puede rastrearse en la primera historia, y aquí es subrayada, son los ecos que se entreleían en esta representación de los crimines de Estado y la historia alemana del contexto de la Argentina de 2007, 2008, 2009. La de los cuadros bajados y la reapertura de los juicios. Al igual que El síndrome Guastavino de Carlos Trillo y Lucas Varela, otra de las joyas de la segunda Fierro, las historietas de Dora se benefician de una lectura situada en el tiempo en que fueron producidas.
Para encontrar pruebas de la simpatía de Sasturaín y Fierro con el "oficialismo" de esos años no hace falta una exegesis profunda ni recordar que salía junto a Pagina/12, sino que es una postura palpable y, a veces, explicita en editoriales y contenido de la revista. De hecho, esta clave de lectura en tiempo presente era ofrecida contemporáneamente y desde la misma Fierro por Laura Vazquez, académica residente del mensuario, que publicó en el N° 53 (marzo de 2011), en su columna “Ojo al Cuadrito”, un texto titulado “Mina Berry, Kitsch nerista de primera hora”.
Minaverry mismo, quien nunca ocultó su militancia, se reconoce como uno de los tantos jóvenes que se volcaron a la política de manera más activa en 2008, movilizados por el conflicto con el "campo". Rat-Line, a partir de su vuelta por Vivar, Provincia de Buenos Aires, le ofrece el mayor lienzo en toda la serie para hacer historieta con su simpatía por el peronismo. En este caso, el peronismo proscripto de los sesentas, el cual aparece, nuevamente, como una historia borrada por el poder de turno. Pintadas tapadas, el nombre de las cosas cambiados. Pero también, como una memoria viva que no puede ser del todo eliminada. Para el hombre de traje y corbata, la calle se llama Moreno. Para el paisano de a caballo, Eva Perón ¿Habrá alguna vez una apropiación y uso de la imagen de Dora similar a la del Néstornauta?
Hay también lugar para los matices y las sombras. Por ejemplo, se pone en boca de un simpatizante un antisemitismo nacionalista que proliferaba entre algunos peronistas de la época. En ese sentido, la saga de Dora es una historieta política (¿qué arte no lo es?) y hasta militante si se quiere. Pero milita de manera "elegante", sin sacrificar complejidad o caer en cierta vocación panfletaria que puede encontrarse en posteriores historietas publicadas en Fierro (y con la, algunos dirían, el mismo Minaverry coquetea en Noelia en el país de los cosos). Dora, por su parte, logra mantenerse por encima de una visión blanco y negro (a pesar de estar dibujada justamente en solo dos tonos), quizás por el rigor documental que la respalda, o por la misma vocación narrativa de Minaverry, más interesado aquí a explorar la infructuosa realidad de pelear por llegar a la verdad. Un proceso, antes que una promesa o una meta idealizada.
El final de Rat-Line, como el de 20874, no ofrece resolución alguna. Menguele no estaba en Vivar. Graf sigue en su puesto como si nada. Mirko Gabric, el colaboracionista croata que gozaba de buena vida en Argentina, muere por las manos de Tom Crane sin enfrentar la justicia de los tribunales. La única certeza que se lleva Dora de las pampas es que si quiere “cazar nazis” deberá armarse de perseverancia y paciencia.
Hasta el próximo episodio.
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Muy linda la nota, gracias!
Agrego que irónicamente, todavía no era peronista cuando hice Rat-line. Pero las cosas que leí en ese momento para hacer la historieta me fueron inclinando para ese lado.