Historieta Argentina

Dora anotada, parte 4: Malenki sukole

Lotte descubre el poder del propio nombre

Dora anotada, parte 4: Malenki sukole

Pasan los años, las revistas y las “novelas gráficas”, pero Dora queda. Siempre presente en la discusión sobre cuál es la historieta argentina más importante del siglo XXI, la saga de Minaverry se distinguió inmediatamente por la fineza de su estilo gráfico y su capacidad de crear ficción atrapante de un ejercicio historiográfico que habla tanto más de nuestro presente que del pasado. Lo que la hizo, simultáneamente, una favorita del público y un objeto de estudio dilecto de la academia.

Palpitando el 15to aniversario de la publicación de su primer capítulo en "Fierro: La historieta argentina", allá por noviembre de 2007, acá en Ouroboros World nos volvemos a sumergir en las (aún abiertas) aventuras de Dora para ofrecer una lectura complementaria, comentada. Una “Dora anotada” con datos, análisis, ideas, contextualización histórica, etc., que aspira a invitar a volver a disfrutar de la obra manga de Minaverry una y otra vez.

Tras terminar El año próximo en Bobigny, allá por 2011, Ignacio Minaverry cuenta haberse encontrado un tanto agotado del mundo de Dora, que para ese entonces llevaba cuatro años de serialización en Fierro. La rigurosidad histórica, arquitectónica de la historieta demandaba mucho trabajo de investigación antes de siquiera apoyar un lápiz, y luego venia lo difícil, crear una narrativa técnicamente compleja y emocionalmente pesada. Además, después del giro íntimo de la tercera parte, de ese final feliz entre la protagonista y Geneviéve, el autor se había arrinconado en un punto del que no sabía muy bien cómo salir.

No habría más Dora por largos seis, siete años.

Mientras Dora descansa, Minaverry exploró otros personajes e ideas en Fierro
Mientras Dora descansa, Minaverry exploró otros personajes e ideas en Fierro

Como ya conté en una nota más general, esa etapa de la carrera de Minaverry se desarrolló mayormente dentro de la órbita de Télam, la agencia de noticias estatal, donde estaba empleado. Produjo ilustraciones para notas o contenido audiovisual, así como también serializó nuevas historietas en el suplemento HN dirigido por Lautaro Ortiz de Fierro, el cual se distribuía cada sábado digitalmente en el sitio de Télam y en papel con diversos diarios del interior. Fue allí que nació Noelia en el país de los Cosos, que luego sería terminada de serializar en Fierro, así como Bajo Flores, con guiones de Miriam Socolovksy. También de esa época es Matar al Tirano, la docuficción con guiones de nuevamaente Lautaro Ortiz y Pablo Túnica acerca de Soghomon Tehlirian, sobreviviente armenio que asesinó al dictador otomano Talaat Pasha.

Dora finalmente regresó a fines de 2017, cuando la editorial francesa L'agrume publicó el tercer libro del personaje. En Argentina, cambio de editorial mediante, Dora Malenki Sukole 1963-1964 apareció en los primeros meses de 2018, de la mano de Hotel de las Ideas y La Maroma como un libro de 128 páginas con solapas. Mas el tiempo y la ausencia habían sido amable con ella.

Tanto así que, cuando finalmente aparece una historieta protagonizada por ella, Ortiz se permite presentar al nuevo libro escribiendo lo siguiente:

“En la historieta argentina nadie cuestiona que Dora Bardavid es el personaje más importante surgido en los últimos 10 años: desde su aparición en 2007 en revistas del género y su posterior publicación en álbumes en Francia y España, la creación del dibujante argentino Ignacio Minaverry adquirió estatura de clásico, y así lo confirma la tercera aventura, Malenki Sukole, que acaba de editarse en el país y en Europa”

Ortiz no está solo en este diagnóstico, sino que como la cita señala, este era un consenso que fue sedimentándose en el mundillo a lo largo de una década.

El regreso de Dora, ahora de la mano de Hotel de las Ideas y La Maroma
El regreso de Dora, ahora de la mano de Hotel de las Ideas y La Maroma

En este sentido, resulta interesante que justo cuando la saga de Minaverry realizaba el inevitable éxodo contemporáneo de la publicación serializada a historieta como libro, a “novela gráfica”, se la reconociera como la más importante de la “nueva historieta argentina” justamente por su continuidad, su permanencia.

Años atrás, en 2013, Minaverry despotricaba contra el “horror” del concepto novela gráfica, que ya entonces se instalaba como el término du jour en el circuito: “la novela gráfica es una especie de pose intelectual para vendérsela a la gente que le da vergüenza leer historieta”, afirmaba entonces. “Las novelas son las novelas y las historietas son las historietas” y “me parece que no se gana nada tratando de poner a la historieta a la sombra de la literatura”.

Que las condiciones de producción habían cambiado la manera de hacer historieta, no hay forma de negarlo. En un mundo donde una revista como Fierro pasó a ser la excepción más que la regla (e incluso allí lo que se pagaba apenas alcanzaba), firmar contratos con anticipo para producir libros para Europa es la mejor salida posible, solo disponible para los mejores historietistas argentinos (o los mejores en adoptarse a la demanda del mercado francés, que en este contexto vendría a ser lo mismo). Sin embargo, Minaverry de alguna manera sigue siendo fiel a sus dichos, sigue resistiendo al síndrome de la “novela gráfica” en su apuesta por la serialización.

Si bien la serialización es una característica compartida por buena parte de la cultura masiva, es particularmente central a la historieta, nacida en las páginas de esa revolucionaria maravilla de la reproducción técnica que fue el periódico diario. Es gracias a esa serialización que fue posible erigir los universos compartidos de los superhéroes yankis, y fue bajo esa presión impiadosa de las imprentas que no paran que se forjó la estilizada y vertiginosa manera de narrar que distingue al manga. Sin serialización, esa flecha en el ojo de Nippur no hubiese dolido tanto (hay algo de la dimensión de lo emotivo en la narrativa serializada), ni la deriva plástica Muñoz en Alack Sinner hubiese sido tan rupturista.

Dora, entre los protagonistas de la segunda era de Fierro
Dora, entre los protagonistas de la segunda era de Fierro

El debate “personajes sí, personajes no” es uno instalado en el seno de la “nueva historieta argentina” y el cual sería un buen ejercicio crítico recopilar. Por mi parte, opino que Dora es el mejor argumento a favor. Primero, porque prueba que serialización no significa solo cultivar la “marca” que es en definitiva un personaje, sino que permite construir un mundo a su alrededor, con otros actores interesantes, con una “mitología propia” (en este caso, histórica y basada en hechos) y desarrollar conflictos más ricos y complejos. Segundo, porque Minaverry prueba acá que “serializar” una historia, aunque sea en libros y no en capítulos, no significa resignar ambición gráfica o narrativa. Por el contrario, Malenki sukole es quizás la mejor entrega de toda la saga, y no podría existir sin lo que vino antes.

Pero ya entremos en el libro. Tras un pequeño salto temporal, nos encontramos a una Dora Bardavid totalmente integrada al equipo de Beatrice Roubini, y nuevamente sumergida en los archivos alemanes. Allí sigue contribuyendo a armar un caso contra Brunner, el encargado del campo de Drancy y, en su “tiempo libre”, busca pistas sobre el destino de su padre y la familia de Geneviéve.

De nuevo a perderse en el archivo
De nuevo a perderse en el archivo

El regreso al lugar de partida, esa escenografía berlinesa de 20874, le permite a Minaverry expresar visualmente el crecimiento de Dora, ahora más confiada en sus habilidades investigativas y asumida como una mujer enamorada de otra mujer. “La Iglesia está distinta, en mis recuerdos no era así”, piensa Dora caminando por Kurfürstendamm. La catedral destruida, antes un bloque negro ominoso, un agujero negro que simbolizaba la opresiva presencia de la ausencia, ahora es un edificio con contorno.

Es allí, hundida en el archivo, curioseando en torno a los documentos de la Lebensborn, una organización del estado nazi dedicada a la apropiación y “germanificación” de niños y niñas, que Dora descubre el hecho que desencadena el argumento central del libro: Lotte, su compañera de piso y primera amiga alemana, fue una de esas bebas, robada a una familia polaca. Una revelación que, de nuevo, pega más porque a ella la conocemos desde el comienzo, porque la sabemos una alemana convencida de serlo.

La vuelta al archivo de Dora, esas viñetas donde la representación de los documentos (y en este caso, el tratamiento visual sobre fotos reales), permite un poco volver a las raíces de la saga. El despliegue de texturas tomadas de la historia también aparece patente en la segunda mitad del libro, durante el periplo polaco, donde pueden apreciarse objetos tomados de ese lugar y tiempo. Por ejemplo, los programas infantiles soviéticos con marionetas que se ven en la tele, o las imágenes de artistas polacas de la época que son integradas dentro de la viñeta.

Es interesante en este punto destacar que para la historia de Lotte, ante la imposibilidad de encontrar bibliografía sobre la experiencia de las víctimas de la Lebensborn, el autor recurrió al libro de Angela Urondo Raboy, hija del periodista asesinado “Paco” Urondo, llamado "¿Quién te creés que sos?", reforzando nuevamente esa conexión certera entre su representación del pasado nazi y la propia tragedia argentina.

La psicodelia pop blanco y negro de Jorge de la Vega
La psicodelia pop blanco y negro de Jorge de la Vega

Pero lo que más destaca, naturalmente, es lo diferente. Minaverry fue y volvió al país de los cosos, pero regresó cambiado. En Malenki sukole puede apreciarse un giro pop, un desborde de psicodelia en blanco y negro que permea las viñetas angulares y evoca al trabajo del artista Jorge de la Vega (la incorporación de texturas con puntos, la manera en que las caras parecen flotar en cuerpos negativos comidos por las sombras). Allí donde la reproducción arquitectónica fiel y el respeto por los documentos cultivaban una prolijidad historiográfica, ahora aparece una veta onírica, metafórica que no borra lo anterior, sino más bien permite explorar sus consecuencias por otros medios

Porque lo que le da más potencia a este despliegue psicodélico es que su uso está ligado a un uso narrativo. A la hora de plasmar el viaje, no el desplazamiento en el espacio desde Berlín a Varsovia, sino en el que emprende Lotte en su fuero interno para redescubrirse, para hallar una nueva identidad en la historia propia que ahora sabe cierta, Minaverry deja de lado las líneas rectas y los puntos mecánicamente alineados, y suelta el trazo. Lotte se sumerge en las aguas curvas y a mano alzada de la incertidumbre y resurge como Nina.

(Si me permiten insistir con la que se está convirtiendo en la hipótesis central de esta columna ¿No se ve algo de las heroínas guerrera de pelo crispado de Miyazaki, de las reinas alienígenas de Moto Hagio en esta Lotte/Nina psicodélica?)

La transformación de Lotte
La transformación de Lotte

El efecto de este juego visual no es solo plástico, sino también emotivo. Releyendo el libro se me llenaron los ojos de lágrimas al llegar a estas páginas, algo que rara vez me produce una historieta ¿Qué mayor argumento a favor de la potencia del lenguaje narrativo de este medio que esas dos páginas donde la vida y búsqueda de Wirginina, la madre de Lotte/Nina, aparece expresada en una serie de viñetas que permiten verla de manera secuencial pero también simultánea?

Al final, se emprende el viaje de vuelta a Alemania, y todo se siente un poco como un sueño. En el epílogo, de regreso en la oficina, pervive el aire de frustración de estar trabado en una lucha imposible de ganar, donde a cada vuelta hay un arreglo. Pero como señala Beatrice, es un trabajo que se hace porque “hay que hacerlo”. Y, cada tanto, hay pequeños momentos como ese abrazo entre Lotte y la madre que no sabía que tenía que justificar todo el esfuerzo. Que transforman a los personajes, y a los lectores también.

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Escrito por:
Diego Labra
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