Historieta Argentina

El Hacha y la Qaja

Prozines: Experimentos fallidos

El Hacha y la Qaja

Hablando de las revistas de antología fallidas de los noventas, alguna vez reseñamos la “Hora Cero” de la Urraca y “El Tajo” de Record… pero hubo docenas de experimentos que tuvieron menos éxito aún. Revistas de antología que quisieron seguir apostando por ese formato que había sido tradicional de nuestro mercado durante décadas pero que enfrentaba una etapa de agotamiento terminal. La mayoría de estas publicaciones caminaron la delgada línea entre lo profesional y lo amateur porque reunían a los autores que venían publicando en “Fierro” o “Skorpio”, con los pibes que nunca habían llegado a publicar y que con la crisis de los grandes monstruos veían que ya no iban a tener oportunidad de hacerlo nunca si no encontraban alternativas de edición.

¿Qué hacés si sos un creador de historietas y ves que las tres editoriales que coparon el mercado durante décadas desaparecen casi al mismo tiempo? La mayoría de los consagrados venían publicando simultáneamente en el país y el exterior así que se concentraron en la producción de exportación. Como ya analizamos en otro artículo, el mercado europeo (que es con el que Argentina tenía un intercambio más sólido) también estaba atravesando una crisis, pero surgió como alternativa trabajar para el mercado americano. Claro… siempre quedan las ganas de publicar en tu propio país y muchos de los autores reconocidos internacionalmente, siguieron buscando la forma de hacerlo.

A esto se suma el hecho de que no todos los autores tienen un estilo o una estética apta para el paladar de los mercados extranjeros. Olivetti, Manco, Alcatena, Lucas, Bobillo, Risso y muchos más pudieron realizar las adaptaciones necesarias en su estilo para dar el salto al mercado yankee pero los autores del palo del humor o los cultores de una estética más personal y localista lo tenían más difícil. ¿Se imaginan a Gustavo Salas, Dani the O o Ángel Mosquito triunfando en la Marvel de los 90s?

¿Y los pibes? ¿Qué pasaba con ese inagotable semillero de ganas y talento que siempre nutrió y renovó a la historieta argentina? La mayoría encontró su lugar en un espacio que creció exponencialmente durante toda la década: el circuito under o de fanzines. Acá tengo que hacer un paréntesis: el mercado de fanzines de los 90s fue un universo enorme y maravilloso que merece (y exige) una revisión crítica y un rescate histórico. Yo no tengo el tiempo ni el material para hacerlo pero espero ansioso a leer a quien sí lo haga. Fin del paréntesis.

Hasta acá todo bastante claro pero… con los grosos trabajando para afuera y los chicos fotocopiando fanzines, quedaría completamente vacío el espacio del mercado comercial de historietas argentinas. Y como la naturaleza (y el capitalismo) le tiene horror al vacío, surgieron muchísimos proyectos que intentaron llenar ese espacio. Sé que me voy a olvidar alguna pero “El tripero”, “Óxido de Fierro”, “Hacha”, “Suélteme”, “Qajas” o “Arkanov” eran verdaderas revistas con una calidad de impresión, tirada y distribución muy aceptable.

Además de las ya mencionadas, estas publicaciones comparten otras características: una existencia efímera (la mayoría duró apenas dos o tres números) y una virtual ausencia de la figura del editor. Y no me refiero a que nadie figurase como editor en los créditos sino que faltaba esa figura –antipática pero útil- de autoridad y control que podían representar desde un Ramón Columba a un Andrés Cascioli. El editor es el hombre malvado que uno imagina gritándole al artista cosas como “Para la semana que viene necesitamos una de piratas de doce páginas” pero también es el que le dice “Esto así no se puede publicar”, “Hacelo más corto”, “Explicalo más claro”, “Ponele más tetas” etc. En cambio, las revistas que estamos reseñando eran, en mayor o menor medida, proyectos cercanos a la autoedición. Grupos de artistas que, a falta de editoriales, reunían sus trabajos (y generalmente sus ahorros) para producir una nueva revista. ¿El resultado? Una libertad creativa deslumbrante y algunos errores que un buen editor hubiera podido evitar.

Por tener dos propuestas estéticas y editoriales diametralmente opuestas, reseñaremos en esta nota dos de las revistas que integraron ese gran conjunto de experimentos fallidos de los 90s: “Hacha” y “Qajas”

Hacha o los buenos conocidos.

La revista “Hacha” toma su nombre de la primera asociación de artistas que se reunió para buscar alternativas a la crisis del mercado editorial: la “Asociación de Creadores de Historieta Argentina”. El núcleo duro de este grupo eran los autores consagrados de “Skorpio” que decidieron formar una especie de cooperativa de trabajo para continuar en el mercado más allá del cierre de la mítica antología. Todos participaban del proyecto aportando sus trabajos, la revista se llevaba completamente armada a una editorial (que solo se encargaba de imprimir y distribuir) y, eventualmente, si había ganancias, se repartían.

Ante todo quiero destacar que un proyecto como este demuestra el enorme compromiso de estos creadores con el mercado local. Con este emprendimiento demostraron que sus ganas de producir para el público argentino no eran una pose o una frase que se dice para quedar bien en un reportaje. Quique Alcatena, Eduardo Mazzitelli, Walter Slavich, Horacio Lalia, Luis García Durán y Leonardo Manco (creadores con toda la chapa en Argentina y en el exterior) estuvieron dispuestos a retroceder casi al nivel de autores amateurs para seguir publicando en el país. Y sus nombres por sí solos convocaban suficiente público como para soñar con que el proyecto resultara comercialmente viable. Aunque, finalmente, no resultó.

La revista salió a la calle en mayo de 1996 con una portada increíble de Ariel Olivetti que parecía venir del futuro. Casi como diciendo: “para este lado tiene que agarrar la historieta argentina”. El tema es que la portada contrastaba con el interior que eran unas 60 páginas en blanco y negro dentro de un formato muy clásico que no se alejaba demasiado de la estética de la difunta “Skorpio”

El caso más notable es el de “El Inquisidor”. Slavich y Lalia siguen trabajando como si “Skorpio” no hubiera cerrado. El resultado es excelente (los mejores guiones de la revista) pero repite la estética y las fórmulas de las que el público ya se había alejado por hartazgo.

García Durán sí que nos ofrece un aire algo más fresco con su “Villa Caraza Blues”. Una trama bien actual y marginal: pobreza, crimen organizado, corrupción policial y una protagonista femenina exuberante y siempre lista para el fan service. Tenía todas las fichas para ser un golazo porque el dibujo es muy efectivo pero, con García Durán como artista integral, la historia rápidamente se deslizó hacia lo predecible.

Si en el caso anterior se notó un poco la ausencia de un equipo creativo completo, en “KHZ 203.3” el guion directamente es apenas una ilusión que le brinda cierto soporte a los dibujazos de Leonardo Manco. Porque eso sí que hay que reconocerlo: Manco no podría dibujar mal ni aunque se lo propusiera. Cada papel que agarra está destinado a convertirse en una obra de arte. No obstante, ese mix de frases sueltas de tono grandilocuente onda “V de Vendetta” no termina de ser un guion en ningún momento.

Resulta difícil de creer si tenemos en cuenta el nivel de los autores mencionados, pero todavía nos faltaba hablar de la carta más fuerte de “Hacha”: “Esquizoopolis”. Es que Mazzitelli y Alcatena la venían rompiendo con una genialidad atrás de otra desde hacía varios años y, hasta cierto punto, fueron responsables de una renovación tanto en la narrativa como en el dibujo de la historieta argentina de la época. En esta serie, el dibujo de Alcatena es espectacular como siempre pero en los textos, Mazzitelli queda lejos de sus mejores obras. La historia desborda delirio e imaginación pero le falta la mínima cohesión que le permitiría mantener la atención del lector.

Lamentablemente, las relaciones comerciales entre el colectivo de autores y la editorial que se ocupaba de la impresión y distribución (“Símbolo” del polémico Pablo Muñoz) no fueron satisfactorias y la revista como tal duró solo tres números. Un cuarto se editó solo con el sello de “ACHA” completando en forma monográfica los capítulos que faltaban de “Esquizoopolis” y, años después aparecieron los especiales “Buenos Aires Fantástica” y “Hacha 2001” que no le daban continuidad a ninguna de las series que formaron la publicación original.

Qajas: Los buenos por conocer

En el ángulo opuesto del mercado editorial, aparece “Qajas” en mayo de 1998. La portada del primer número ni siquiera llevaba impresos los nombres de los autores (bastante desconocidos) pero sí tenía un collage digital en un estilo cercano al de Dave McKean que no se parecía a nada que se hubiera publicado antes en Argentina. Y en este caso, el interior se correspondía con la portada.

“Qajas” contenía un nivel de experimentación gráfica y narrativa nunca antes visto. El primer número proponía ocho historias autoconclusivas y solo dos con “continuará”: “Sombra & Alma” de Jotar es una romántica de vampiros bien narrada, con buenos dibujos en escala de grises y brillantemente resuelta en solo dos capítulos. La otra serie es “ELLA” (Carosia, Víctor y Emilio Maligrino, Jotar) que se publicaba en las páginas centrales realizadas digitalmente, a todo color y en papel ilustración. No sé si los más jóvenes toman conciencia de lo que esto significaba pero en 1998, la mayoría de los lectores no sabíamos ni usar el paint y estos pibes estaban publicando páginas completas de ilustración digital. ¡Estaban en la puñetera vanguardia del arte!

Al uso de las herramientas digitales se sumaba la experimentación con técnicas pictóricas mixtas y una intención clara de acercarse al tono de algunos de los experimentos más arriesgados de Vertigo o Piranha Press. Jorge Tarruella y Edgardo Carosia (directores de la publicación pero también creadores de muchas de las obras) habían reunido un equipo que logró romper con una estructura esclerosada desde hacía décadas pero sin renunciar a contarnos una historia. ¿Para qué dar más vueltas? Lo que quiero decir es que si tuviera que elegir una revista argentina de toda la década del 90, sin dudas sería esta “Qajas”. Un gol de media cancha.

Obviamente, había fallas. La admiración de los jóvenes creadores por algunos artistas consagrados a veces se traducía en imitación y otras… digamos que iba más allá de los límites del homenaje. Cosas comunes en autores casi amateurs pero que resultaban extrañas en una revista que por su presentación parecía 100% profesional.

Quizás, el lector echara en falta los recursos y la estructura narrativa tradicional de la historieta ya que muchas de estas obritas se parecen más a una narración ilustrada que a un comic clásico. La mayor parte de las páginas prescinden de las viñetas y uno se pasa más de media revista sin ver un globo de diálogo. Después de tantos años pidiendo un poco de aire fresco en el panorama argentino, “Qajas” te tiraba tanto oxígeno que hasta mareaba un poco.

Tal vez eso haya contribuido a su fracaso comercial. Tal vez el público no estaba preparado para el producto, tal vez el mercado simplemente estuviera colapsado… El caso es que este proyecto también fue cancelado después del tercer número, con el agravante de que a la mayoría de los autores (menos al incombustible Ángel Mosquito que nos dio una entrevista exclusiva) los perdí completamente de vista durante años.

A veces me sorprendo pensando cuánto hubiera cambiado el panorama del comic argentino si esta iniciativa hubiese tenido el éxito necesario para publicar al menos una decena de números. Lamentablemente no fue así y solamente nos queda el recuerdo de esa “Qajas” que con apenas tres revistitas hizo que el reloj de la historieta argentina diera un salto adelante de más de dos décadas.

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Escrito por:
Facundo Vazquez
Guía su vida por el bushido y la frase de Benjamin "Ustedes nunca vieron morir a un burro".
Facundo Vazquez
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