Historieta Argentina

“El reino de este mundo” de Rodrigo Terranova

El demoledor regreso de un grande de la historieta

“El reino de este mundo” de Rodrigo Terranova

Rodrigo Terranova no es un historietista que se haya prodigado demasiado. Alguno lo recordamos del lejano 2006-2007 por su participación en Historietas Reales donde realizaba la página de los viernes, bajo el título de La Divina Oquedad, recopiladas por Domus en 2008. Ahí logró transmitirnos en clave autobiográfica, su vida de pibe del conurbano que terminó viviendo en San Luis, su matrimonio, sus hijos, su pasión por la música y la poesía, lo alienante de su laburo (el real, el que pagaba las cuentas) y los ratos que podía dedicarle al otro... el de historietista.

Pero esto no es lo único que logró porque también consiguió (y tal vez ese haya sido su mérito mayor) destacar en el registro autobiográfico justo en el momento en que todo el mundo lo estaba explotando. Y es que, siendo sinceros, salvo que uno tenga una vida apasionante y extraordinaria (¿Qué sé yo? El Che Guevara, Madame Curie... gente así) las autobiografías arrancan más bostezos que sorpresas. Excepto que el artista encuentre la vuelta para forzar, subvertir y, finalmente, ampliar los límites del género. Y Terranova siempre estuvo atento a eso. 
Muy brevemente, quisiera enumerar cuatro aspectos en los que La divina oquedad se alejaba de las convenciones del género:

- El uso de la tercera persona, en lugar de la consabida primera. 
- Las metáforas visuales que rompen completamente el verosímil realista incorporando elementos simbólico u oníricos. 
- La irrupción de elementos literarios en el plano de la “realidad” (alusiones a Conrad, Machado y Stevenson, poemas enteros de César Vallejo o León Felipe). 
- La utilización de tres personajes niños que fuman, hablan como poetas del siglo XIX y protagonizan algunas tiras en las que se tocan asuntos de actualidad que trascienden la vida cotidiana del autor como el regreso de Callejeros a los escenarios, el bombardeo israelí sobre El Líbano y la ejecución de Saddam Hussein. 
La subversión del pacto de lectura no era menor y despertó airados reclamos de parte de lectores que denunciaban el descarado alejamiento del registro autobiográfico. No recuerdo que Terranova haya dado mayores explicaciones pero algún otro lector del blog propuso que los tres niños podían ser parte del mundo interior del autor o aspectos antropomórficos de su personalidad, por lo tanto, admisibles dentro de la autobiografía... y por ahí se zanjó la discusión.

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Los poemas que Terranova le atribuye a sus personajes son un valor agregado enorme

La verdad es que poco y nada sabíamos del autor antes de su participación en el revolucionario blog de marras, no obstante, lo particular y efectivo de su grafismo, lo personal de su escritura y toda la batería de recursos narrativos y discursivos que describimos lo constituyeron en una promesa. Un nombre al que había que prestarle atención en el futuro.  
O como rezaba la contratapa de la edición de Domus:

“¿Cómo es que me encuentro con un artista en plena madurez sin haberlo visto evolucionar en público? (…) Ahora nadie puede alegar distracción si se pierde la obra de uno de los historietistas fundamentales entre los surgidos de esa cantera que, a falta de nombre mejor, suele llamarse “historieta independiente argentina”

Y atento estuve pero desde entonces hasta ahora, solo tengo presente sus dibujos en el libro Dos Estaciones que salió en 2011 sobre guiones de Federico Reggiani.

Cierto es que, aunque en la última década nos privó de sus historietas, nos ofreció, en cambio, tres libros de poemas Caballos a orillas de la ruta, Hornero y Vida de reyes pero todo parecía indicar que estaba oficilmente retirado del mundo de las viñetas.

“¿Y para qué nos cuenta todo esto -se preguntará el amable lector- si vinimos a leer la reseña de su última novela gráfica?”

Se los cuento porque todos estos elementos, destilados y macerados durante años están presentes en El reino de este mundo.

Genealogías y cultura

En 1949, Alejo Carpentier publicó una extensa y genial novela que habla sobre la revolución en Haití con la que se funda la corriente estética conocida como lo Real-Maravilloso. Su título, El Reino de Este Mundo, invierte el sentido de la frase que Jesús pronunciara ante Pilatos en el Evangelio según San Juan capítulo 18, versículo 36:

“Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.”

Entonces, cuando Rodrigo Terranova participó del II Premio Literario de Novela Gráfica convocado por la Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas en Madrid, eligió un título que jugaba a ser la intertextualidad de otra intertextualidad.

Y está muy bien que sea así porque le da una pista al lector sobre la complejidad y la profundidad de las lecturas que puede encontrarse en estas páginas. Una pista de que el texto está atravesado de literaturidad pero también que establece una genealogía de la que se considera heredero... o al menos, un eslabón más. Desarrollo:

Diego Balza, el protagonista, está todo el tiempo sosteniendo relaciones intergeneracionales. Por un lado porque tiene a su padre, Rogelio (que en algunas viñetas se parece mucho a Roberto Arlt) y a su hija Rosa. En ese sentido, él es -como somos todos- un eslabón de la larga genealogía humana.

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Combinando negros plenos y diferentes tramas manuales y mecánicas

Pero además de un padre, Diego tiene un mentor: Tristán Lucero, el hombre que lo incentivó con sus lecturas y, de alguna manera, lo llevó por el camino de la poesía. Esa otra cadena formada por la cultura también puede remontarse y proyectarse porque siendo joven, Lucero debía asistir a la conferencia que dicta un J. L. Borges ya anciano en San Luis, pero la conferencia de Borges reza sobre “su ilustre antecedente puntano”, Luis Crisóstomo Lafinur (1797-1823) y en ella habla sobre la toría de Thomas Carlyle (1795-1881) de que todo el mundo es una escritura sagrada. La sala en la que Borges conferenció era el aula magna del Colegio Nacional, que también lleva el nombre de Lafinur, en el que Balza estudió y ahora enseña. 
De hecho, la conferencia de Borges fue antes del nacimiento del protagonista pero llega a él a través de un escrito de Tristán que le entrega el rector del colegio. Todo se enhebra con el mismo hilo y teje una red.

Pero, tal vez, la conexión más linda se insinúa cuando el hilo se conecta a la generación siguiente. Mientras Balza cuenta su primera conversación con Lucero, uno de sus alumnitos lo está escuchando por la radio. Así, el mensaje del que fue su antiguo mentor vuelve a llenarse de significado cuando llega, a través de él, a otro niño: Lisandro, el que de alguna manera cierra el relato.

“Más real que la realidad”

Es lo que cuentan que dijo Art Spiegelman (por entonces editor de la revista RAW) cuando vio las páginas que estaban produciendo José Muñoz y Carlos Sampayo. Lo curioso es que el grafismo de Muñoz abundaba en estilizaciones y deformaciones que lo alejaban de lo que convencionalmente llamaríamos “realista”. Y algo de eso hay acá.

En la entrevista que le concedió recientemente a Lautaro Ortiz y que salió publicada en Página/12 confiesa que:

“Copiaba a Pratt y a todos los que descienden de esa línea conmovedora, desde José Muñoz a Fontanarrosa”

Aunque ya en La divina oquedad contaba la anécdota de cómo a los doce años copió el primer librito de Boogie completo antes de devolverselo al amigo que se lo prestó.

No por nada, Muñoz escribe el prólogo del libro y le encuentra cierto aire a la atmósfera de “Otoño y Primavera”, la última historia de Sudor Sudaca. Pero las similitudes no se limitan a la atmósfera sino que se traducen a lo gráfico y a lo narrativo.

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La obra está llena de referencias al periodo de Historietas Reales

Respecto al relato, lo más notable es la dislocación de la historia que se fragmenta en un montón de personajes secundarios que entran y salen de la acción como si tuvieran vida propia por fuera de la anécdota que se narra. En cuanto al dibujo, la herencia de Muñoz se ve en esas caras llenas de líneas gruesas que a veces representan arrugas, a veces sombras y otras veces rompen la representación realista y simplemente son rayas que no representan nada.  
Otra marca muy reconocible del estilo de Muñoz y casi un guiño al lector son esos pequeños globitos vacíos que pueden interpretarse como un silencio o un suspiro. Algo que sale del personaje pero que no se llega a verbalizar.

¡Ojo! No quiero decir con esto que se esperen acá a un epígono de Muñoz. En parte porque Muñoz hay uno solo (“y tal vez el muchacho” dice señalando a Giffen), y en parte porque Terranova tiene su propio estilo muy fuerte y reconocible. Un estilo que cobra entrada y no es barata.

Quiero decir que la obra exige que el lector acepte muchísimas convenciones antes de sumergirse en el relato. Los personajes no son tan feos y deformes como en La divina oquedad pero, en cambio, la viñeta resulta mucho más saturada de tramas manuales y mecánicas. Las bocas no siempre parecen bocas, los ojos suelen ser reemplazados por dos puntitos, el cabello... definitivamente no parece cabello. Los cuerpos pueden tener entre cinco y seis cabezas de alto. Un rostro de perfil puede tener el ojo visto de frente (en la mejor tradición del cubismo) y a la viñeta siguiente recuperar la perspectiva tradicional como por arte de magia.

Y, sin embargo, la realidad está ahí. En cada viñeta y en cada diálogo. Palpable y omnipresente. Más real que la realidad.

Microcosmos y macrocosmos

El concurso en el que Terranova presentó la versión original de esta novela gráfica (la edición actual de Maten al Mensajero tiene varias páginas más) y en el que obtuvo el accésit, proponía como tema “narrar la ciudad”.

El reino de este mundo cumple con la consigna. Nos muestra una San Luis en constante crecimiento, en un proceso de modernización y urbanización. Una ciudad que merced a las políticas de promoción industrial, hace décadas que viene incrementando sostenidamente su población pero en la que todavía conviven las costumbres de los pueblos del interior de nuestro país. Un lugar donde todos se conocen, donde al vecino se le habla por arriba del alambrado, donde al hijo de don Sosa se lo llama “Sosita” aunque don Sosa haya muerto hace veinte años y el hijo ya tenga cincuenta pirulos, donde cualquier empleado municipal es considerado una persona prestigiosa y con contactos importantes, donde el cacique político (en este caso la familia Rodriguez Saa) solo disputa su autoridad con Dios Padre Todopoderoso. Una urbe que crece pero que sigue estando a veinte minutos de la zona rural o del mismísimo monte.

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Hay una lucha entre la inmersividad del relato y la fuerte estilización del dibujo

Paulatinamente, el crecimiento urbanístico y demográfico de la ciudad pondrá a sus habitantes en la disyuntiva de cambiar su estilo de vida. Este conflicto se expresa simbólicamente en el hecho de cambiar la vieja casa con patio trasero por un departamento en un edificio o mudarse a las afueras de la ciudad. 
No obstante, el libro cuenta mucho más que eso.

Cuenta una historia que se desarrolla en cuatro planos temporales y que, como vimos, conecta diferentes generaciones pero que se centra en un protagonista: Diego Balza. Balza, como Terranova, nació en el conurbano pero se mudó a San Luis de chico cuando su padre consiguió trabajo en una fábrica de las muchas que se instalaron en la provincia debido a las ventajas impositivas. Balsa, como Terranova, desde chico sintió el atractivo magnético del dibujo, de adolescente vivió fuerte la movida rockera y de grande se volcó a la poesía. ¿Es Balsa una proyección de Terranova?

Puede ser aunque tal vez sea un poco más complejo. La primera diferencia que salta a la vista es la edad porque Balsa en el presente de la narración tiene 34 años pero Terranova ya pisa los 50. De hecho, Terranova tenía 34 años... ¡en La divina oquedad! ¿Coincidencia? No lo creo.

Ahora hablando en serio, tal vez los tres personajes que forman la genealogía que rodea al protagonista (Balza, Tristán y Lisandro) sean el vehículo de sus experiencias en diferentes momentos de la vida.  
¿Por qué no, si ya aceptamos que en sus tiras autobiográficas había utilizado el recurso de que tres personajes niños representen su yo? Por eso el final (que no voy a destripar) funciona como un humilde Aleph o una alegoría del eterno retorno en la que el tiempo y las líneas vitales de los personajes se cruzan y se complementan.

Perlita final y última referencia a La divina oquedad de esta reseña que ya se me extendió demasiado: el tópico de las casas que se compran en San Luis para demolerlas y construir un edificio de departamentos ya había aparecido en la tira del 18 de mayo de 2007. En ambos casos, el protagonista (antes Terranova, ahora Balsa) recurre a Google Maps para ver la imagen de la vieja vivienda que ya no existe. Solo que ahora que Terranova es poeta, Balsa escribe un poema muy hermoso.

Gracias a los que leyeron hasta acá. Ahora corran a leer El reino de este mundo. Probablemente sea la novela gráfica del año.

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Escrito por:
Facundo Vazquez
Guía su vida por el bushido y la frase de Benjamin "Ustedes nunca vieron morir a un burro".
Facundo Vazquez
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