Desde el 13 de agosto, el Museo Comunitario de la Isla Maciel expone la primera muestra individual de Cristian Mallea tras veinticinco años de trayectoria en el ámbito de la historieta. La cosa, como se ve, es bastante extraordinaria y ameritaba el viaje que aprovechamos para conocer la enorme movida cultural que se está desarrollando en un barrio estigmatizado por el prejuicio pero también dotado de un inquebrantable sentimiento identitario. En ese marco, tuvimos la oportunidad de conversar con Cristian sobre su trabajo, sus convicciones y su visión del mundo.
Facundo Vazquez ―Vos llegaste a participar de esa tradición (tan común en el siglo pasado y tan poco frecuente ahora) de comenzar tu carrera profesional como ayudante en el taller de otros artistas consagrados. En tu caso, Horacio Lalia y Lucho Olivera. ¿Qué considerás que le aportaba eso a un artista joven? ¿Por qué creés que se perdió esa forma de trabajar?
Cristian Mallea: Fue en toda la línea, al menos para mí, una cosa buena. Imaginate a un pibe criado en Ingeniero Brian (un suburbio matancero) leyendo en la siesta bajo un árbol, o en mis días de San Juan mientras corría el prohibitivo zonda, “Nippur de Lagash”, “Nekrodamus”, “Jackaroe”, “Cabo Savino”, “El Eternauta”… ¡y después sentarme con algunos de esos tipos a dibujar!
Encima después seguir el hilo de oro correspondiente y conocer a gente como Zappietro (Ray Collins), escribir con él en su casa con una vieja Remington. Lo que sé de guión, me lo enseñó el comisario en largas horas de conversaciones sobre los griegos o el amor.
O Zoppi, al que leía en su maravillosa “Historia de la Humanidad” y llegar a quererlo como a un abuelo. Él -tanto a mis socios como a mí- nos mostró algunas cosas mucho más importantes que el dibujo o la historieta. Poca gente sabe que él fue EL gran presidente de la ADA en un momento durísimo, en dictadura, consiguiendo representación legal, bolsa de trabajo, etc.
A lo que le agregaría que también leía de chico “Consummatum est”, “El Incal” o “El milagro de las sirenas” y luego disfruté de la amistad de Oswal, que siempre me decía que lo llevara a la ruta cuando era camionero; tuve hermosas conversaciones con Giraud en Angouleme que se hubieran extendido acá en Argentina si no se hubiera ido tan rápido; y aún me escribo seguido con Jodorowsky, que es una verdadera leyenda viva.
O al gran Eduardo Santellán, que venía a nuestro estudio en Morón. Me acuerdo que tuvimos casi un año esa alucinante tapa suya de Fierro de la sirena, colgada en una pared y yo iba como a rezarle, todos los días.
Para rematarla, también disfruté de la amistad de Solano y viajamos juntos algún tiempo. Hubo un viaje que hicimos los dos solos a Tucumán por una semana de la memoria que no olvidaré jamás. Y, en algún momento, terminé dibujando un Eternauta.
En fin... ¿Cómo no sentirme afortunado? No está mal para un sanjua de Brian.
Todo ese lazo con el pasado se va diluyendo. Los viejos no están más y quedan pocos dando el ejemplo. Supongo que los ayudantes desaparecieron por la imposibilidad actual de contratar uno. Hay todavía algunos, pero a muchos clics de distancia para mi gusto y, más que nunca, muy mal pagos. Ahora los pibes están solos en esta. Y por ahí no está tan mal, así cambiará la historia definitivamente.
FV ―Como la mayoría de los artistas de tu generación, allá por los noventa tuviste tu fanzine Pluma Negra. Fuiste presidente de la AHI (Asociación de Historietistas Independientes) y después director editorial de La Productora. Es notable que, aunque eran todos muchachos casi de la misma edad y con experiencias similares, siempre te elegían para cumplir un rol de organizador. ¿Considerás que tenés madera de líder? ¿Qué recuerdos lindos y feos te quedan de esa época?
Cristian Mallea: Uh… nunca me pregunté nada de eso. Simplemente pasó. Me tocaron estos roles o supongo que algo vieron en mí (pobres). Porque yo nunca me impuse, se me eligió para ocupar ese lugar y yo traté de honrarlo. O quizá sencillamente pasa que soy más pechador o no tengo problemas para encarar a nadie en un ambiente que por lo general es bastante cobarde.
No suelo acordarme de los malos momentos, pero viví como un fracaso el fin del AHI. Aunque algunas sedes como la de Rosario o San Juan sobrevivieron muchos años a la debacle (¿cuando no?) porteña.
Así que lo que tengo presente de esos días es esa épica que me había propuesto imprimirle y que se dio en momentos clave. Como cierta reunión casi espontánea y federal en la Plaza del Che en Rosario, en 1998, en la que vibramos vitoreando el AHÍ como si Ernesto nos estuviera alumbrando.
Eso… y una vez que nos pusimos en plan patota sindical para recuperar una guitarra Gibson SG de Ayar Blasco, que se la había quedado en parte de pago el sorete que le alquilaba el departamento. Mosquito y yo le golpeamos la puerta, y el tipo ni se asomó: extendió el bracito con la guitarra y nos fuimos. Eso sí que fue épico, el vitoreo de la muchachada cuando bajamos a la calle.
Pero fuera de las anécdotas lo que siempre agradeceré de los días del AHI son los hermanos que conseguí para toda la vida: Gervasio, Aón, Jok, Luis Guaragna, Mosquito y todos y cada uno de los que pasaron por La Productora. Las demás batallas, todas las otras que me guardo en el corazón, las chiquitas y las otras quizá las juzgue la historia… si es que nos recuerda.
FV ―Después de las hoy míticas revistitas de La Productora (donde escribías Road Comic), sus trabajos empiezan a publicarse en la Fierro. Puntualmente, vos colaboraste con la serie “Gayolas” con Jok y Carlos Aon. Es curioso que esa serie se publicó manteniendo el logo y el nombre de La Productora. ¿Cuál era la intención al mantener la identidad del grupo dentro de una publicación más grande? ¿Qué les pareció la idea a la gente de Fierro? ¿La aceptaron sin objeciones o hubo que negociar mucho?
Cristian Mallea: Perdón, Facundo, pero todo no puede ser “mítico” a costa de que ya nada lo sea. Mítico es un tipo como el ítalo moronense Zavattaro que aparte de ser quizá el más grande ilustrador de principio de siglo era luchador de catch, o el brasileño Flavio Colin que creó un modo nuevo de hacer historietas sobre su gente (lo que hizo fue como inventar el samba) y nadie lo conoce fuera de Brasil. O Luis Medrano que fue tan grande como Quino pero todos se lo olvidaron hasta que Cascioli -en una última patriada- lo rescató con ese libraco hermoso que publicó antes de morir.
Nosotros no podemos ser míticos porque éramos unos imberbes que quizá la única visión que tuvimos fue la de seguir como ciegos ¡o como locos! publicando profesionalmente y distribuyendo en todos lados (no solo en kioscos), viajando por el país y Latinoamérica cuando ya nadie se atrevía a hacerlo: en esos primeros dos mil.
Y el festival Frontera, del que me gustaría hablar más adelante… Pero de ahí a ser míticos, no me parece para nada.
Aparte… a continuación decís “revistitas”. (Risas)
FV ― Para mí no hay contradicción. Puede haber una epopeya detrás de la producción de una “revistita”.
Cristian Mallea: Esas cuatro primeras, por ejemplo, se maceraron durante un año largo de reuniones a veces hasta tres por semana en la casa de Turi, de Agrimbau o en el garage de Jok, en el Abasto. Y así todas las demás, con un esfuerzo denodado porque fueran lo más serias y hermosas posible. Mucho, mucho trabajo.
Así que ahora sí, respondiendo tu pregunta y saltando a siete años después: esa energía fue la que llevé a la primera reunión con Juan Sasturain cuando me enteré de casualidad que iba a volver a salir la Fierro. Y él fue siempre tan comprensivo con nosotros que no solo nunca nos dijo nada por osar poner el logo de La Productora en la nueva Fierro, sino que nos impulsaba a seguir haciéndolo. Y Lautaro Ortiz también.
Pero respecto a nosotros, no había ninguna otra intención más que persistir en que el grupo siguiera existiendo más allá de la “profesionalización de la historieta” que parecía llegar. Aunque, al final, eso no sucedió nunca, para desgracia de todos.
Así que quizá por eso, siga existiendo La Productora, aunque ya no trabajemos tanto juntos, ni publiquemos. Creo que lo que nos pasa ahora -que somos una especie de secta de amigos inseparables- es que no podemos dejar de ser La Productora. Yo, al menos, voy a morir siéndolo.
FV ―Otra particularidad de esa serie es algo que ya venía de las publicaciones anteriores: aunque son todos artistas integrales, rara vez producen en solitario. El que en un capítulo escribía los guiones, en otros dibujaba y en otros hacía el color. Además de demostrar la versatilidad que tienen como artistas ¿Qué otras ventajas considerás que te aporta ir variando en los distintos roles de la producción?
Cristian Mallea: No creo tampoco, y perdón por volver a disentir, en el “artista integral”. Los mejores historietistas que he conocido, fueron gente de equipo. O dieron lo mejor, al menos a dúo: Solano con Oesterheld, Muñoz con Sampayo, Alcatena con Mazzitelli, Moebius con Jodorowsky y así.
Habría que revisar, por ejemplo, el mito de Hugo Pratt: el tano aprendió todo de Oesterheld. Y el hecho que lo demuestra es que se ocupó muy bien de no mencionarlo cuando volvió a Europa. Eso lo ví con mis propios ojos, cuando noté incrédulo que en uno de esos “Tout Pratt” franceses ¡no había ni una mención a Héctor! Quiero suponer que debe haber sido tan grande la pelea con el Viejo, que el Tano se la pasó tratando de ocultar todo lo que había aprendido de él. Pero esto lo menciono para ir en contra de esa creencia romántica de que el historietista puede hacer todo solo. Y eso cuando lo llevás a lo profesional, a la olla, rara vez pasa. Necesitás al otro, un socio, un guionista, un editor. He visto que algunos que ¡ya ni al lector necesitan! (Risas)
Al menos nosotros, siempre tuvimos esa certeza, el trabajo tenía que ser en grupo, aún si lo firmara uno solo. Y nuestra arma secreta para eso era “el taller”, la hora temida por algunos, en la que poníamos a juicio todos y cada uno de los aspectos de una publicación. Yo aprendí muchas cosas de esas largas y exquisitas jornadas. Y creo que los demás, aun los que se fueron, también.
Ahora mismo ese tándem lo tengo con mis amigos de raíz jachallera, el poeta José Casas y el escritor Carlos Semorile, nieto de Buenaventura Luna (patriarca de nuestro folclor), con los que creamos Ediciones De La Montaña en San Juan.
FV ―Repasando toda tu obra publicada en Argentina, son casi todas colaboraciones en proyectos colectivos: Las dos historias de Carne Argentina, las de Néstor Comics, tu participación en el universo extendido de El Eternauta con “El perro llamador” del que ya hablamos, tu guion dibujado por Chingolo Casalla para La Patria Dibujada, tu colaboración en ese otro gran libro que fue La Patria también es Mujer. ¿Qué es lo que significa para vos trabajar con un colectivo de gente? ¿Explica eso, en parte que, después de veinticinco años de trayectoria, recién hayas presentado una muestra individual?
Cristian Mallea: Nah… yo nunca quise nada. Quizá por algo que leí una vez -creo que en un libro de George Gurdjieff- que decía: “HACER la cosa pero no SER la cosa”. Es como el “estar” de Rodolfo Kusch ¿no?
Pareciera que entre nuestros autores ha prendido lo del “ser” occidental. Como si lo único importante fuera alimentar el ego, caiga quien caiga. Eso son las redes hoy, con honrosas excepciones.
Mirá, yo no tengo un plan “de hacer carrera” en esto, de esa imposibilidad me dí cuenta publicando con La Productora. O escuchando a un colega decir que “había llegado al Olimpo de la historieta”… Me pareció tan triste. Me dije que ya no tenía caso insistir con ningún editor, ni argentino, ni yanqui, ni francés.
¡A la mierda!
A mí no me afecta si no le dan pelota a lo que hago, ni deseo que me imiten ni que me premien ni nada. Hoy miro en las redes tanto deseo de exposición, no solos en las selfies de los pibes, también lo hacen algunos viejos maestros pidiendo la pelela por premios o notas o invitaciones… ¡Qué tristeza!
Uno es grande por lo que hace, eso no se puede pedir. A mí me alimenta el grito colectivo, esa vibración que se produce entre muchos ante una lidia ganada, ante un logro que nos favorezca a todos. Es como bailar o hacer taichi, algo pasa a nivel físico y mental. ¡Nos elevamos todos!
Ahí encuentro yo mi camino.
Y si el olvido es lo que nos toca: ¡A llorar a la iglesia!
Lo mismo va por lo de “mi muestra individual”. Pienso que por suerte no hubo tal cosa. Me invitaron al Museo Roca una vez a hacer una así, yo nunca lo había pensado pero… ¿Cómo iba a ir a exponer ahí, bajo ese nombre maldito?
La segunda vez que me invitaron fue esta y por suerte dije que sí. Y fue en el mejor lugar que me podía tocar, uno desconocido para mí, en donde descubrí que hay muchos modos de militancia y de orgullo identitario sincero. ¡Así que gracias, muchas gracias, Isla Maciel!
Luego, si esta es la última, no me preocupa. En el fondo, pienso como Breccia (o como dicen que dijo el Viejo): “El día que las historietas subieron a las paredes, se bajaron de los kioscos”. Y yo añadiría: “el día que entraron en las universidades”.
FV ―¿O sea que no tenés ganas de escribir o dibujar una novela gráfica que hoy es el formato más “prestigioso”? Que un pibe vaya a la librería y diga “Quiero el libro de Cristian Mallea”
Cristian Mallea ― En absoluto. No me preocupa en lo más mínimo y no le tengo mucho afecto a la llamada “novela gráfica”. ¿Qué sería? ¿Un libro ilustrado? ¿Algo mejor que una historieta corta? ¿Qué ganaría? ¿Ser un gran autor equiparable con un escritor? ¿En qué se ha convertido la historieta actual?
Aclaro que ninguna de estas preguntas las he respondido. Solo sé que lo que yo quise siempre fue meterme en la cabeza de los pibes. Lo logré con el AHÍ (para mí siempre fue “el ahí”, pues lo imaginaba como un lugar adonde ir). Lo logré durante un lapso de tiempo con La Productora y ahora extiendo esa costumbre con la Escuela Zoppi.
Aunque quizá tenga que explicarme mejor: Siempre sentí que todos esos hermosos viejos dibujantes y guionistas se habían metido en mi cabeza a través de sus personajes. ¡Nippur me ha enseñado tanto de la vida como la Biblia o los filósofos griegos! Entonces, eso es lo que yo esperaba que pase con la historieta que pretendimos hacer. Quizá en el caso de Mosquito o Jok, que son mejores, eso esté pasando. Pero dudo que conmigo.
Entonces encontré en la Escuela Zoppi un buen modo de entrar en el futuro con algunas de mis ideas. Tampoco tengo tantas, pero creo que son útiles:
1) Hay que leer a los clásicos, a nuestros fundadores, estudiarlos a fondo.
2) hay que seguir su ejemplo, no solo en el tablero, también en lo editorial.
3) Una vez aprendidas la 1 y la 2, hay que romper todo y comenzar de nuevo.
Pues ya no tiene caso intentar “hacer guiones como…” Fue algo muy pesado para todos intentar escribir como Oesterheld o dibujar como Salinas. Ya tendrá que pasar otra cosa, algo que quizá ya no se llame historieta. Pienso que algo de esto ya está ocurriendo. Lo veo a diario en la Zoppi, siento ese futuro llegar.
Ese es mi plan para conquistar el mundo.
Ahora bien, si alguna vez -aunque sea viejito- consigo tener un material que sea pasible de ser publicado como libro, disco, remera, afiche, fanzine, webcómic o como corno se llame, veremos. Quién te dice… Quizá pase que me dí cuenta a tiempo que esta carrera por el bronce no me interesaba para nada. Hay muchas otras vidas que he vivido mientras tanto y muchas más por ahí que quizá me toque vivir. Si están dentro o fuera de la historieta me tiene sin cuidado.
FV ―En 2018, cuando hicieron la muestra La productora for Export en la Casa de Viñetas Sueltas, algunos nos enteramos de que sí tenés libros publicados (por ejemplo Robert E. Lee. La historia del mayor general confederado) pero no tienen edición en Argentina. ¿Cómo fue tu experiencia trabajando para el exterior? ¿Te gustaría que algunas de las páginas que produjiste para afuera se publiquen acá? ¿Qué pensás de que, por lo limitado del mercado local, algunos de nuestros grandes artistas sean más conocidos en el extranjero que en nuestro propio país?
Cristian Mallea: Fue más o menos. Sirvió para que viviéramos mejor, tuviéramos una casa donde hacer lo nuestro y cambiáramos el auto. A mis hermanos Gervasio, Aón y Jok, quizá también a Luiggi Guaragna -que ahora desde Noruega dibuja guiones de John Carpenter- les va mejor con eso. Pero yo lo sufrí. Y sé que Mosquito también.
Mientras pasaba eso yo me imaginaba como esos profesionales que dibujaban para un lector argentino y un día se dieron cuenta de que estaban haciendo culos para Italia. Aunque no sé si lo vivieron así, yo me sentía así. Muchas de esas cosas que publiqué afuera (y lo digo por mí, no por mis socios, cuyo trabajo siempre fue impecable) a mí no me representan y más de una vez la manqueaba. Por eso no tengo ningún ánimo de publicarlas acá, ni creo que sean necesarias o relevantes.
Por otro lado, vos hablás de mercado local pero eso, para mí, casi no existe. No al menos en términos de “gente viviendo de hacer historietas para un lector argentino”, como nos gustaría a todos. Como en Francia y tantos otros lugares, la mayoría de los dibujantes, necesitan otro trabajo para sobrevivir: dan clases, hacen dibujos que no les gusta hacer para editoriales o diseñan o lo que sea... un segundo o tercer laburo.
Por lo que es perfectamente entendible que los que pueden, opten por mirar hacia afuera y dibujar lo que otros quieren que dibujemos. Por ejemplo, nunca verás a un guionista argentino publicando en EEUU. Y a todos los que me cruzo de los que publican para Francia, me cuentan lo difícil que se tornó venderles material con temática local. Ni hablar de la utopía japonesa.
Pienso por ejemplo, que es triste que un pibe de quince años como era yo en los ochenta no pueda ver a Chichoni en la tapa de una revista y lo tengan los yanquis allá trabajando para su cine. ¡Qué lindo sería repatriar unos cuantos talentos! Pero así como no veo ya a nadie en el gobierno con ganas de repatriar científicos otra vez, no hay ninguno pensando como llevar la historieta o nuestro dibujo en general a otro nivel. No le interesa a nadie excepto a los dibujantes. Los proyectos que surgen de otros lugares en los que no participan los dibujantes directamente, suelen ser garompas como las de Clarín.
Pero eso fue siempre así: la historieta grande acá la hicieron los autores, no los editores. Amén de Civita -que fue un visionario en Abril- fueron los Quinterno, los Columba, los Divito, los Oesterheld, los Cascioli, los que llevaron la historieta argentina al podio universal. Que el único editor puro, serio y de fuste durante estos últimos 20 y pico de años haya sido Javier Doeyo, confirma mi teoría. Pero que yo tengo fe de que los Farías, los Rey, los MAFIA o los autoeditores por llegar, sean quienes lo hagan. Guionistas y dibujantes con visión, como tratamos de ser nosotros alguna vez.
FV ―Además del compromiso estético que todo artista debe tener con su obra, es posible percibir que en tus trabajos existe también otra clase de compromiso que tiene que ver con lo social, con lo político y, hasta diría con lo ético. Si tuvieras que ponerlo en palabras, ¿Cómo definirías ese compromiso? ¿Cómo ves a la sociedad y de qué manera te gustaría que tu obra impacte sobre esa realidad que ves?
Cristian Mallea: Lo del compromiso no sabría ponerlo en palabras, solo pude ponerlo en acto cada vez que pude (y espero seguir pudiendo).
Respecto de lo social, lo que sí pienso es que ese ego pelotudo que tienen algunos, esa cosa de contar la boludez que uno piensa mientras está sentado frente al mar o declararse a sí mismo artista, siempre me ha dado repulsión y lo combato firmemente. Sobre todo porque nunca les oí llamarse “artistas” ni llamar “obra” a lo que habían hecho a tipos como Solano, Zoppi, Lalia, Chingolo… Si esos grandes no lo hicieron, yo no tengo derecho a hacerlo.
La sociedad es lo que nosotros hacemos de ella, y la historieta, la ilustración, la gráfica no son la excepción. Fijate como la gente ya se rindió con la política o la militancia, ahora quieren largar todo y salirse del sistema.
Esta es la aceptación de la muerte. Y en esto no es ajena la historieta. En Argentina, justo acá con las tremendas bases que tenemos, hemos aceptado su muerte. Vale como prueba que Nik sea el dibujante más reconocido por la mayoría del público, reemplazando a un Quino o a un Fontanarrosa. Así que siento una profunda tristeza cada vez que un cualquier me dice: “Pero la historieta ahora está en auge ¿No?” Cuando en lo que piensa es en los putos superhéroes.
Fijate que nos dejamos ganar por reuniones pedorras llamadas comicones, donde algunos dibujantes locales tienen que dibujar cosas del mainstream para sobrevivir o los disfrazados de personajes japoneses reemplazan al viejo lector argentino orgulloso de leer a tipos como Ferro ¡Cuando no hay un solo libro publicado de él!
Por suerte hay lugares de resistencia como Dibujados o los eventos de las chicas, que la rompen por su lado. Nosotros lo hicimos con el Festival Frontera, donde juntamos a lo mejor de la vieja guardia con lo mejor de la nueva historieta latinoamericana; pero calculo que ya nadie se acuerda de eso: metimos 10.000 personas en la Plaza de Morón, quizá quede un testigo vivo para contártelo…
(Nota del profe: de hecho, hablamos mucho de eso en esta entrevista a Ángel Mosquito)
Esto -como el oro- también lo entregamos muy alegremente. Vos y yo nos criamos leyendo historieta argentina, no estaría pasando eso ahora con los pibes.
Y al respecto del impacto de mis dibujos, no tengo esperanzas de ninguno a nivel masivo. Sí, espero que algún día lejano, un pibe se tope con algo mío y le provoque lo que a mí me provocaba cualquier historieta de Pez, por ejemplo. Eso de decir: “pucha, qué lindo es ésto.”
FV ―Teniendo en cuenta que hace añares que sos el director de la Escuela Zoppi y dictás clases y talleres en la universidad, te iba a preguntar si te considerás más artista o más docente... Pero mejor reformulo (risas) ¿Qué te aporta cada una de las dos actividades?
Cristian Mallea: Es que... ni una cosa ni la otra, pues no me pienso ni artista ni docente. Así como la palabra “artista” no me interesa, tampoco la palabra “profesor” o símil. Me tocó dibujar y creo que lo he hecho lo más honestamente posible y casi siempre bajo mis propias reglas. Quiero decir: siempre hice lo que quise aunque el precio por eso siempre es alto. Así que pienso que si nadie me recuerda como artista o docente, pero sí recuerda alguna de las cosas que hice -sea una revista, sea una pequeña historieta de tres páginas o por la escuela Zoppi- para mí está muy bien.
Pero hago otros trabajos, algunos que no lucen acá, pues Bs. As. está ciego para lo que pasa campo ajuera. Por ejemplo lo que hago en San Juan, más precisamente en Jáchal. Como te dije antes, allá creamos junto a un puñado de talentosos amigos -poetas, sociólogos, gente de radio, de escritura, de campo, músicos, chamanes, luchadores sociales, ex presos políticos- el Centro Cultural Jáchal La Montaña.
Desde ahí motorizamos toda clase de accione culturales como ferias, encuentros de historia, conciertos y acciones para perpetuar la memoria colectiva, la ancestral, la de los pueblos olvidados, oprimidos y extirpados de la tierra por la estulticia de la megaminería.
¡Qué me vienen a contar de lucha!
Allí la gente pugna por el agua, porque no se le mueran los animales y los sembradíos, mientras acá comemos bróccoli y rúcula cultivados en las márgenes de Buenos Aires por hermanos bolivianos que me dicen: “¡Qué pena que el argentino no quiera a su tierra!”. Juro por Dios que me lo dijo el verdulero de mi barrio.
Ahora mismo, aquella fuerza que hacemos con mis camaradas del CC Jáchal La Montaña, siento que es mi épica mayor. Dibujo, diseño, edito, programo y organizo cosas con ellos, que superan ampliamente lo vivido acá con la historieta.
Por ejemplo, durante la pandemia no paramos de hacer vivos recuperando parte de estos casi diez años de exploración de aquellas tierras con José Casas, Carlos Semorile o Marcelo Castro Fonzalida. Y tenemos un proyecto editorial ambicioso. Por ejemplo, nuestro primer hijo fue el libro de Huaco, donde hice una historieta corta sobre la salida de esos pagos de un hombre fundamental para nuestro folclor como Eusebio Dojorti (Buenaventura Luna). Yo he visto leer llorando este libro a algunos viejos pobladores, agradecidos de que alguien cuente su historia. Eso y Chumbita diciéndome que lloró con mi historieta de Doña Victoria Romero y el Chacho que hice para el libro de Las Juanas, me paga todo. No necesito más. Y espero ahondar en esta senda.
FV ―Por último, creo que todo lo que venimos hablando (tu interés por el trabajo colectivo, tu compromiso social, tu rol como artista y como docente por más que te pesen los títulos) confluye en la muestra actual en el Museo Comunitario de la Isla Maciel. Así que acá contame lo que quieras. ¿Cómo llegaste? ¿Qué impresión te causó el barrio y el trabajo cultural que se viene desarrollando? ¿Qué significa para vos exponer en la Isla? Lo que quieras.
Cristian Mallea: Me invitó un amigo de un amigo, como suele ocurrir. Al curador y restaurador Fernando Onega lo conocí en el fogón de mi hermano Martín Ramos, músico quichuista e hijo del grandísimo pintor moronense de temas criollos, Rodolfo Ramos.
Fernando me quiere convencer de que le encanta lo que hago y que por eso me invitó a exponer. Pero yo creo que él sabía que mi sentir conectaba con el de la Isla. Ese desdén de pobre, esa altisonancia en la palabra bajita pero dicha con rabia, quizá todo eso pueda verse en un dibujo mío o en esta vociferadas que te estoy diciendo acá y es parecida a la forma de hablar o enfrentar la vida en un pibe de la Isla.
Mirá, crucé en el bote llevado por El Moncho y apenas pisé en Maciel y me vino a saludar un chango que hace murales ahí (Gonzalo), nos abrazamos y supe que era por eso. Creo que Fernando vislumbró que así sería. Y yo me encontré con unos luchadores formidables en una tierra única. Desde Horacio Vañasco, histórico cinco de San Telmo y ahora presidente del Museo (ojo con estos cruces entre cultura y deporte, son más importantes de lo que parece), pasando por Gerardo y todos los muralistas del programa “Pintó la Isla”; hasta “las chicas” del ‘56 - Amanda, Marta y Mabel- que militaron tanto tiempo allí, brindando educación y salud y dándole a la Isla 280 viviendas para su gente en 1972… me tomo el atrevimiento de sentir hermanas y hermanos a todas estas personas. Qué gracia encontrármelos ahora.
Y si mis dibujitos no desentonan con todo eso, fantástico. Todo garpa.
FV ―Muchísimas gracias por la entrevista y por hacerme visitar la Isla.