En Agosto de 1984, Alan Moore estaba revolucionando el mundo del cómic norteamericano desde las páginas de “Swamp Thing”. En el clímax de una de las mejores historias de terror jamás escritas, El Mago hace que Matt Cable sufra un accidente automovilístico que lo deja al borde de la muerte. Con su cuerpo destrozado atrapado entre los restos del vehículo, asistimos a una escena que quedó grabada para siempre en la retina de los lectores cuando una mosca gorda se mete entre los dientes partidos de Matt y sigue su camino por la garganta hacia abajo.
La mosca representa el mal. Aceptar el mal, hacerlo carne con tal de salvar la vida.
La escena inicial de “Feliz”, tercer libro de la saga de Roberto, remite inequívocamente a aquellas famosas páginas y las reformula dejando en claro que acá estamos hablando de dimensiones distintas del mal. De un mal que elude la respuesta fácil de lo sobrenatural pero deja abierta la puerta para salir por el lado de la risa.
Quiero aclarar que Marcelo Dupleich niega que esta secuencia incicial sea un homenaje a aquel clásico del terror de los ochenta al cual (en su enorme humildad) manifiesta no haber leído en la puta vida. No importa. Porque la intertextualidad existe más allá de las intenciones que la generaron y estaba demasiado interesante como para no mencionarla.
Continuidades de un tercer tomo.
En 2018, cuando salió “Roberto, un tipo de mierda”, el autor se había impuesto el proyecto de completar esta saga publicando un libro por año. Con “Mierdapura” en 2019 y este “Feliz” en 2020, el plan se cumplió.
Roberto sigue siendo un personaje extremo y canallesco que se mete (y sale) de las situaciones más turbias y horrendas. En su recorrido, sigue topándose con diferentes personajes que ponen en escena diferentes discursos que serán sometidos a la burla y el escarnio. En este caso, el discurso del periodismo, el existencialismo ensimismado del artista o ciertas pamplinas esotéricas y pseudomísticas a la moda.
El libro sigue teniendo una cantidad ABSURDA de páginas de cortesía y separadores de capítulos. Por suerte, esta vez es bastante más largo así que también hay más páginas de historieta. El dibujo sigue apostando a los plenos con muchas sombras cerradas que se tragan partes de las figuras aunque, tal vez, ese trabajo vanguardista con la perspectiva y el escorzo se haya limitado un poco en este tercer tomo en atención a la claridad de un relato que se propone más lineal.

La alternancia de los fondos blancos y negros en algunas páginas, que apareció como innovación en el segundo libro, se convirtió ahora en un recurso narrativo habitual, integrado al relato. Lo mismo ocurre con el maquetado de la hoja que en la mayoría de los casos prescinde de las viñetas haciendo que sean los globos los que guíen la mirada del lector hacia esas imágenes que flotan o se hunden en los fondos plenos. Cabe destacar como recurso totalmente novedoso, que las páginas de fondo blanco, también producen “cerrados”. Es decir que el blanco también puede “tragarse” partes del dibujo como si se tratara de una luz muy intensa que cegara parcialmente al que mira la escena.
Rupturas en el final de una trilogía
Hasta ahí algunas continuidades que definen la coherencia de la serie.
Pero tres libros y una trilogía no son lo mismo. La trilogía implica un criterio de unidad, de desarrollo y de progresión entre las partes que la componen y eso puede verse claramente en este caso. “Feliz” no necesariamente implique un final (apuesto a que volveremos a leer aventuras de Roberto eventualmente) pero sí un cierre desde el punto de vista estructural y narrativo. Y el cierre de una trilogía, como Hollywood nos ha enseñado, tiene que ser espectacular porque el espectador está esperando que tiren la casa por la ventana.
Dupleich juega hábilmente con esa expectativa del lector y nos mete una verdadera historia de cine de acción con rehenes, policías y hasta helicópteros. ¡Hasta homenajes a “Duro de matar”! Para acompañar toda esta espectacularidad, el autor dibuja unos planos muy cinematográficos con algunas panorámicas nocturnas de la ciudad de Mar del Plata que son una locura.

Es como si después de tantas tomas oscuras, opresivas y asfixiantes, alguien hubiera encontrado el gran angular de la cámara tirado en el fondo del bolso y nos regala, por fin, un poco de aire. Esto que puede parecer una cuestión puramente técnica, tiene un gran impacto sobre la lectura. Tanto que, me atrevería a decir, la transforma radicalmente.
Pido disculpas de antemano a los metacríticos que se quejan cuando hablo de mí en mis notas pero aviso que no voy a dejar de hacerlo porque estoy hablando desde mi experiencia de lectura y no tengo intención de disimularlo. Es la primera vez que me río fuerte con un libro de Roberto. En los anteriores, intentaba forzar una risa que me permitiera eludir un poco el horror de la trama. Me reía como mecanismo de defensa... buscando la tranquilidad de pensar que nada de eso era en serio.
Esta vez no me pasó. La risa me surgió espontáneamente en varios momentos y creo que eso tiene que ver con varios recursos y elecciones estéticas que introduce este tomo y que no voy a develar para no spoilear a los que todavía no lo leyeron.
En conclusión: un libro que, a pesar de continuar el tópico de la violencia, se disfruta plenamente.
Aprovechen ahora que está en preventa y estén atentos a nuestras redes sociales que el 16 de octubre lo tendremos al autor en vivo para que le pregunten todo lo que quieran.