Contraindicaciones
Con este artículo comenzamos a pagar una gran deuda, porque desde que empezamos con este sitio web sabíamos que era necesario analizar, reseñar y rescatar la segunda encarnación de “Fierro”. Pero (¿para qué mentirles?) nos asustaba el tamaño de la empresa. 125 números, once años de publicación... son números que apabullan. Así es que cada vez que nos sentábamos a hablar de que “habría que hacer algo con la Fierro Dos” surgían mil ideas pero ninguna se concretaba. De a poco, yo repasé la primera andadura y Matías Mir analizó exhaustivamente la tercera, y la segunda quedó para el final. No porque nos pareciera menos interesante o relevante que las otras sino, acaso, por lo contrario.
Pero eso quedó atrás porque acá comienza el mega análisis de la segunda etapa de “Fierro”, aunque primero quisiera hacer algunas aclaraciones y describirles brevemente el plan de obra antes de que empiecen a quejarse de que falta esto y lo otro. Primeramente, tenemos previsto publicar cuatro artículos analizando, más o menos cronológicamente, las series más importantes. En estos no vamos a poder hablar de las historias autoconclusivas, ni de las tiras, ni de las notas escritas, ni de las ilustraciones... o sea que apenas vamos a poder analizar las series y no todas. También es cierto que algunos títulos ya fueron reseñados en Ouroboros por lo que, cuando se los mencione, simplemente se enlazará al artículo preexistente. Como anexo, se publicará una quinta entrega con el índice completo, cronológico y alfabético de TODO el material publicado.
Sin más preámbulos: manos a la obra.
Entre la tradición y la innovación.
Cuando en aquel noviembre de 2006 abrimos el número uno de la nueva “Fierro”, daba la impresión de que el tiempo no había pasado, es más... diría que había retrocedido de golpe. No solo nos permitimos volver a albergar la ilusión de que una revista de antología podía ser viable en Argentina después de tantos fracasos sino que, además, esa revista pudiera revivir el título más prestigioso de la historia de nuestro medio. Y esas primeras entregas apostaron fuerte a afirmar la continuidad con su ilustre antecedente. No solo invocando a los artistas que la hicieron grande sino, incluso, ofreciendo páginas nuevas de las series ya conocidas por el público: Ahí estaban Carlos Nine con su “Keko el mago” y “Patito Saubón”; El Tomi con “Polenta con pajaritos” y su lírico “El desmitificador argentino”; Guillermo Saccomanno y Cacho Mandrafina rescatan al clásico skorpiano “El condenado” y Enrique Breccia nos regala nuevas entregas de “El sueñero”. ¡Pero si es que estaban todos!
Comprueben si no la lista de nombres que (además de los mencionados) publicaron en la primera revista: Carlos Trillo, Oscar Grillo, Patricia Breccia, Copi, José Muñoz, Carlos Sampayo, Tati, Pablo de Santis, El Marinero Turco, Max Cachimba y Maitena. En el segundo número se suman María Alcobre, Lucas Nine y Rep, y en el tercero vuelven Marcelo Birmajer, Alfredo Flores y Horacio Altuna.
No obstante, como bien trataba de advertir Juan Sasturain en el primer editorial, el tiempo había pasado. Los pibes de la vieja “Óxido” ya eran hombres grandes, mientras que los grandes nombres de aquella época de gloria ya estaban viejos. Y aunque todos estuvieron ahí demostrando que mantenían la magia intacta, esos quince años que la historieta argentina había sobrevivido sin “Fierro” no habían pasado en vano.
El mercado se había reformulado casi por completo, algunos proyectos surgidos desde la autoedición se habían profesionalizado exitosamente, el libro ganaba terreno como el formato natural de la historieta y comenzaban a vislumbrarse las primeras experiencias digitales con la meteórica popularidad del blog “Historietas Reales” surgido en 2004. ¿De qué manera “Fierro” daría cuenta de esos cambios y, sobre todo, de los nuevos talentos que habían surgido durante su ausencia?
Digamos que en estos primeros números, los nombres que uno no asociaba directamente con la primera etapa de “Fierro” eran pocos pero pisaban muy fuerte. Quiero hacer una pequeña aclaración: sé que todas las revistas de antología tienen como característica el combinar autores reconocidos con otros que están dando sus primeros pasos en el mercado profesional pero el caso de esta segunda encarnación de “Fierro” es totalmente anómalo porque los “nombres nuevos en la revista” eran tremendas bestias totalmente profesionales.
Gustavo Sala venía del fanzine “Falsa modestia” pero ya desde su paso por “Comiqueando” se había granjeado un público incondicional; Liniers venía de “Suélteme” pero ya llevaba cuatro años desarrollando ese auténtico fenómeno social que fue “Macanudo”; Lucas Varela también surgió en “Comiqueando” y era reconocido por el público pequeño pero fiel de su fanzine “Kapop” pero ya había laburado con Trillo en “El cuerno escarlata” y “Ele”; por último, el que a mí no me sonaba de nada era ni más ni menos que Juan Sáenz Valiente que ya había publicado “Sarna” (también con guiones de Trillo) pero se me había escapado del radar.

De más está decir que cada pelota que tocaban cualquiera de estos “nuevos” había que ir a buscarla al fondo de la red. En parte por eso cada vez se pudieron incorporar más autores jóvenes. Antes de terminar el primer año ya estaban ahí los chicos de La Productora (Carlos Aón, Jok, Cristian Mallea), Salvador Sanz, Fernando Calvi y Pablo Túnica, y “Fierro” dejó paulatinamente de ser una revista que reunía a todas las glorias de los ochentas, para transformarse en la que publicaba a los mejores artistas del momento.
Esa tensión entre el pasado y el presente va a ser la que defina los primeros números de la publicación y su director demuestra ser perfectamente consciente de ello en el editorial del número seis (donde se comienza a publicar “El hipnotizador” y “Gayolas") y que, a pesar de contar con una notoria disminución de las páginas dedicadas a la vieja guardia, será, según Sasturain, “el que tiene las mejores historias”.
“Trillo y Grillo” de Carlos Trillo y Oscar Grillo
Si vamos a hablar del sentimiento de volver en el tiempo, no podemos comenzar por otro lado que por esta serie. Una mañana, como por arte de Kafka, dos hombres grandes despiertan trasladados otra vez a su niñez. Ambos niños conservan sus caras de adultos pero nadie parece darse cuenta. Las caras son las de Grillo y Trillo, los nombres Oscarcito y Carlitos... no obstante, los autores en sendos prologuitos aclaran que esos personajes no son ellos. Solo una excusa para evocar las luces y las sombras de la infancia: la escuela, las historietas del Pato Donald y Vito Nervio, las emisiones radiales de Tarzán, el cantor de tangos que volvía de mañanita de cantar en el cabarulo, el tranvía...
Obviamente, con Trillo en los guiones, la serie también tiene una anécdota con conflicto narrativo y resolución, pero se toma su tiempo (y hace bien) para detenerse en todas esas otras pequeñas historias y diálogos que la enriquecen y le confieren su verdadero espesor. Personajes como los hermanos de la carbonería y la partera/abortera del barrio, que aparecen apenas un par de páginas, son tan interesantes que nos dejan con ganas de tenerlos como protagonistas de sus propios relatos.
Por el lado del dibujo, Grillo depura un estilo limpio y claro, cercano a la estética de Disney pero logra transmitirnos esa sensación de que algo oscuro subyace y el sueño puede convertirse en pesadilla en cualquier momento. No digo más para no destripar el argumento. Si la información no me falla, no está reeditada.
“La Nena” de María Alcobre
La nena pertenece, al menos por parte de su madre, a una familia danesa. Vive en Los Juríes, un pueblito del interior de Santiago del Estero en el que la escuela no tiene ni agua corriente y, mientras hace calor, todas las nenas se pasan el día entero en bombacha. Ocurre que la acción se sitúa en el año 1956, pero ese dato, como todos los demás, hay que inferirlo por referencias veladas.

“La nena” no parece tener una estructura narrativa fuerte detrás de las breves anécdotas que nos presenta en cada una de sus entregas. Escapa, pues, a la forma clásica de la novela de iniciación porque no hay aquí un momento culminante que, a la manera de los antiguos rituales iniciáticos, defina el pasaje del niño a la vida adulta. Aquí los pequeños hechos que definen la experiencia cotidiana se suceden y se superponen con la parsimonia y la calma de la vida en el pueblo.
Quizás su principal recurso sea eso que en teoría literaria llaman “mirada adánica”. La nena ve las cosas por primera vez y nos obliga a desnaturalizar la mirada, a remontarnos a ese momento de nuestra infancia en el que también nosotros estábamos descubriendo el mundo. Los ejemplos abundan. En el primer capítulo ve un transatlántico pero, al estar tan cerca, no le parece un barco sino una pared muy alta que se mueve. Hasta ahí el lector está a salvo porque todos sabemos como es un barco y entendemos que a la nena simplemente la engañó la perspectiva. Pero la mirada adánica tiene, en esta obra, otro efecto más profundo y movilizador porque la protagonista se va a encontrar en la situación de preguntarse por la muerte, la religión, el sexo propio y el de los otros, las apariencias, el deseo y hasta el peronismo. Y a medida que leemos cómo ella construye sus respuestas (bastante endebles), también nosotros damos una corridita a revisar las nuestras... que a veces, no están mucho más firmes.
María Alcobre, para el lector distraído podía pasar por una de las artistas de la nueva generación que se incorporaba a “Fierro” (tal es la actualidad de su estilo) pero, en realidad, venía publicando en La Urraca desde el año 1981. En 2019 “La nena” formó parte de una muestra curada por el colectivo Unfalduo en el Centro Cultural Néstor Kirchner pero, hasta donde sé, no fue reeditada en libro.
“Paolo Pinoccio” de Lucas Varela
─Pero entonces ¿Usted dice que este es uno de los mejores personajes de la historieta argentina?
─Sí y estoy harto de fingir que no.
Paolo Pinoccio es totalmente inmoral y degenerado pero odia recurrir a la violencia. Su herramienta preferida es la mentira. Una especie de Loki pero muchísimo más gracioso. Es curioso que el personaje pueda despertar la empatía (en el sentido aristotélico) del lector cuando todos sus valores son totalmente negativos. Supongo que Varela construye tan bien su comedia que logra hacernos suspender no solo la incredulidad sino incluso cualquier evaluación moral.
No soy bueno analizando los recursos del humor (no sé hasta qué punto puede hacerse un análisis muy objetivo de eso) pero puedo decirles que cada página de “Paolo Pinoccio” me resulta graciosísima. Creo que buena parte de la efectividad cómica de la serie descansa sobre una combinación de guiones imaginativos, diálogos perfectos y un diseño de personaje genial. Ese Pinocho con cuello isabelino y bonete capaz de cometer las peores aberraciones sin reflejar ninguna expresión en su rostro es todo un hallazgo.
El dibujo es soberbio, claro y detallado hasta la locura y está perfectamente acompañado por una paleta de colores en la que predominan los grises y los ocres rojos... Es que Paolo suele terminar en el infierno por culpa de la hipocresía de la sociedad.
Lucas Varela creó este personaje para la extinta revista de cultura y actualidad “TXT” que dirigía Adolfo Castello. Lamentablemente sus apariciones en “Fierro” fueron muy esporádicas y no están compiladas en forma completa en ninguna reedición nacional. “Estupefacto” de Domus Editora recogió en 2007 las dos primeras entregas y “Matabicho” de Moebius Editora recopiló en 2009 cinco historias más pero salteándose una por lo que no se entiende por qué en “Tutta la cattivería” Paolo tiene el falo de Osiris y de dónde salieron las brujas submarinas. Valga la aclaración de que ambas tuvieron que hacer un remontaje para adaptar las páginas a un formato más chico sin sacrificar el maravilloso dibujo de Lucas.
Donde sí está reeditado lujosamente, en tapa dura y con slipcase, es en España (Dib-buks) y Francia (Tanibis).
“El hipnotizador” de Pablo de Santis y Juan Saenz Valiente.
- Repaso de obras de Juan Sáenz Valiente, incluido "El Hipnotizador".
- Entrevista a Juan Sáenz Valiente en 2018.
“Nocturno” de Salvador Sanz.
“Fantagás” de Carlos Nine.
El protagonista, el inspector Pernot, es una especie de huevo con sombrero hongo. Su antagonista, la despiadada asesina Siboney, es una gata tetona de galera. ¿Qué o quién es, pues, el tal Fantagás que da título a la obra?

Esa y otras preguntas se le plantean al lector cuando empieza a recorrer esa ciudad fantástica que por momentos parece apenas una escenografía hueca en la que un sacacorchos, un batidor o un molinillo de café tienen las mismas dimensiones que los edificios. Pero lentamente, como siempre, Carlos Nine logra que dejemos de lado las preguntas y nos abandonemos al placer de sus magníficas ilustraciones.
Quienes seguían desde antaño al maestro (sobre todo quienes leyeron “Crímenes y castigos”), reconocerán en esta obra algunas de las marcas registradas de su estilo: la parodia a la novela negra; los objetos animados o animales personificados que protagonizan el relato; los abruptos cambios en el registro del texto en los que la vulgaridad más llana interrumpe sin previo aviso el tono literario y sobrecargado que prima en la narración son algunos de ellos.
Tal vez, la mayor innovación de este “Fantagás” haya sido gráfica porque el gran Nine no paraba de experimentar y los que durante muchos años estuvimos privados de su arte lo reencontramos dejando un poco de lado las acuarelas para volcarse a los pasteles. Lamentablemente, por la sutileza del trazo del maestro y por haber sido pensada para publicar en otro soporte, estas son las páginas que más sufren al imprimirse en el papel de “Fierro”.
”Fantagás” se editó originalmente en Francia en 1995. Ese año, fue premiada en Angoulême y mucho tiempo después tuvo un segundo álbum: “Siboney”. En “Fierro” se publicaron ambos pero la reedición en libro que hizo en el año 2011 Moebius Editora (ahora sí, con una calidad de papel acorde a la maravilla gráfica de Nine) solo incluye el primer tomo. El segundo estaba anunciado pero nunca vio la luz.
“El síndrome Guastavino” de Carlos Trillo y Lucas Varela.
“Altavista” de Fernando Calvi.
Para el crítico siempre es riesgoso calificar a una obra como innovadora o rupturista porque no va a faltar el que encuentre antecedentes y opine que el tuyo es un juicio poco informado. Ocurre que la innovación en arte no es siempre igual. Innovar no quiere decir, necesariamente, deshacerse de todo y crear de la nada algo totalmente nuevo y distinto como el Dios del “Génesis”. A veces para innovar basta con mezclar dos cosas que no se habían mezclado antes, con aportar una mirada nueva y sutilmente distinta a la de los que te precedieron, con usar un tópico ya gastado de tanto usarse pero en un lugar que no le era habitual.
Con eso en mente diré que “Altavista” trajo una renovación formal difícil de prever y representó el punto de quiebre a partir del cual Fernando Calvi produciría las que yo considero sus mejores historias.
Veamos algunas de sus particularidades. Todas las páginas se dividen en nueve viñetas del mismo tamaño. Al protagonista nunca se le ve la cara. No hay globos de diálogo y todo el texto se distribuye en cartuchos. La mezcla constante de diferentes niveles de ficción, sueños, recuerdos y alucinaciones hace que el texto tenga una cohesión muy tenue en la que el lector se pierde y se reencuentra una y otra vez. La paleta (generalmente uno o dos colores planos por página) abandona toda pretensión figurativa y se usa solamente a los fines del relato.
Todos estos recursos hacen que la obra se inscriba claramente dentro de una corriente de experimentación formal y narrativa de esas que buscan los límites del medio y sin embargo, constantemente tiende hilos que la conectan con el género de aventuras.

Como Ismael en “Moby Dick”, el protagonista nos dice que lo llamemos Barragán (aunque ese no es su nombre sino el de su chaqueta de marinero), tiene la pipa de Popeye y el jopo de Tintin, tuvo en sus brazos a hermosas mujeres y algunos mancebos, estuvo en la Rusia revolucionaria, participó de la primera guerra mundial, sobrevivió a un naufragio, acompañó a un “Cazador blanco de corazón negro” en sus safaris por el África... Si algo no se puede decir de “Altavista” es que carezca de anécdotas, conflictos o aventuras. Está llena de ellos.
A lo que quiero llegar es que la combinación entre la experimentación estilística, el tono profundamente introspectivo de la narración y los tópicos del género de aventuras nos llevan hacia una experiencia de lectura totalmente nueva que logra trascender la falsa dicotomía (que tanto tiempo entretuvo a la historieta argentina) entre vanguardia estética e historia. Y eso, para mí, fue totalmente revolucionario.
Desde 2014 está editado en un hermoso libro de Hotel de las Ideas con prólogos, epílogos y extras como una obra de esta envergadura se merece.
Y hasta acá llegamos por hoy. Sigan atentos que la historia de “Fierro” continúa en el próximo artículo.
También podés leer: