En la parte anterior de este análisis, hablamos un poco del regreso de “Fierro” en 2006, de los cambios que se observaron en los títulos y autores que desfilaban por la antología, y repasamos algunas de las series que se publicaron durante el primer año. En esta segunda nota continuaremos avanzando en el análisis cronológico de nuestras series favoritas pero antes, me gustaría hacer un pequeño balance de las cosas que más y menos me gustaron de la publicación (en general) en estos primeros tiempos.
Cuenta la leyenda, que en la redacción de la vieja “Fierro” circulaba la frase de que era “una revista que, entera, no podía gustarle a nadie”. Supongo que es algo que puede decirse prácticamente de todas las revistas de antologías porque cada lector tiene sus preferencias de géneros, registros y estilos. Una publicación que pretende ser amplia y plural en cuanto al contenido que publica, siempre va a tener cosas que nos gustan y cosas que no. Y esta segunda encarnación no será la excepción.
Algunos lectores lamentarán que las glorias de la vieja guardia fueran cediendo lugar en la publicación. A mí, por el contrario, me parece que la renovación generacional que se aprecia en los primeros años de la revista es central para terminar de dotarla de un estilo y personalidad diferenciados de los de su predecesora. Un ejemplo de esto será la desaparición del póster central (que en los primeros números reprodujo imágenes icónicas de Félix Saborido, Chichoni, Max Cachimba y Hugo Pratt), que en el número diez, por primera vez, toma la forma de un suplemento para publicar “La batalla de la Biblioteca Nacional”, pero a partir del mes siguiente se convertirá en “Picado Fino”: un espacio para empezar a mostrar a todos esos autores jóvenes que todavía no tenían un lugar en la revista.
Con este cambio, “Fierro” repite la movida que exitosamente llevaran adelante en los ochentas, al reemplazar la lámina central por el “Subtemento Óxido”, con la salvedad de que mientras aquel replicaba la calidad del fanzine under, esta nueva versión se imprime en un papel ilustración, paradójicamente, superior al del resto de la revista. En este espacio vi impreso por primera vez el nombre de algunos de los autores que seguía en “Historietas Reales” como Caro Chinaski o Ernan Cirianni y, ya en el número trece, apareció por primera vez en su forma de “Picado Grueso” brindándole las ocho páginas a una historia corta o una pequeña muestra monográfica de ilustraciones.
La criatura estaba viva y como todo ser vivo, cambiaba y crecía.
No obstante, no todo era azúcar, flores y muchos colores y, tal vez, uno de los problemas centrales de la nueva “Fierro” era inherente al formato. La revista de antología era efectiva en un contexto de publicación (pero también de producción) industrial. Un contexto en el cual el artista tenía una fecha de entrega que cumplir a rajatabla así terminara las páginas él, su ayudante o su abuelita ciega. Y, en el excepcional caso de que algún guionista no llegara con un deadline se llamaba a otro del banco de suplentes a que entregara un guion así tuviera que escribirlo durante el viaje en tren a la editorial. La calidad se resentía muchas veces, pero la máquina no paraba.
¿Era posible lograr que el formato de antología funcionara en el siglo XXI, con unas formas de producción y una idiosincrasia editorial totalmente diferente? Había que realizar muchos ajustes y, en los primeros tiempos, lo que más sufrió fue la periodicidad de algunas series. Obviamente, el material que había tenido una pre-edición europea como “Fantagás” o “El síndrome Gustavino” se publicaba puntual y prolijamente todos los meses pero otras obras iban saliendo de acuerdo con la velocidad y la agenda de sus autores. Así, los ocho capítulos de “El hipnotizador” se distribuyeron entre los números 6 y 33. Cada uno era autoconclusivo y, mal que mal, la cosa se sobrellevaba. En cambio, leer “Nocturno” en 16 fetas repartidas a lo largo de más de dos años fue una verdadera tortura.
Nota aparte merecen “Hasta que la muerte nos separe” de Marcelo Birmajer y Lucas Varela que tras tres impactantes episodios de aberrante sordidez... desaparecieron (me soplan por la cucaracha que en la dirección no estaban muy contentos con el rumbo tan espeso que estaba tomando la serie). O “Targo: La noche que nació esa música maldita” de Rep que al final de su sexta entrega puso “continúa” pero nunca supe dónde ni cuándo.
Esto, obviamente, forma parte de la libertad creativa del artista que decide abandonar o postergar indefinidamente un proyecto, pero para la revista que lo venía publicando tiene un impacto negativo muy fuerte. Así debieron entenderlo también los responsables de la publicación, Juan Sasturain y Lautaro Ortiz, quienes se ocuparon de que, en los años subsiguientes, estas desprolijidades se redujeran de manera notable.
Ahora sí: Seguimos con el análisis de las series.
“Gayolas” de Cristian Mallea, Jok y Carlos Aon
La Productora, incluso identificada como tal, con el loguito de la editorial y todo, dice presente en “Fierro” desde el número seis con esta serie de relatos unitarios que tienen como eje articulador la prisión.
La ambientación va variando: en la actualidad, el director de la cárcel usa a un par de internos para hacer algunos trabajitos afuera; en la Patagonia en 1885 un condenado a muerte espera la horca, en el penal de Olmos a comienzos de los 70s, un grupo de presos planean una fuga; en La Pampa en 1882 un indio es exhibido en una jaula como una atracción de circo; en 1569 dos marinos amotinados terminan encadenados en la bodega del barco.
Ese criterio diacrónico nos lleva a ir más allá de la lectura de la anécdota que propone cada historia y pensar en la generalidad del fenómeno, de la costumbre (ya instaurada y socialmente naturalizada) de privar al prójimo de la libertad como forma de castigo. No les digo que si leyeron “Gayolas” pueden prescindir de Foucault pero seguro que una conexión entre los dos textos hay.
Como dato de color, vale señalar que (en un derroche de versatilidad) el equipo creativo se va alternando en los roles. Así, el que en una historia escribe los guiones, en otra dibuja o pone el color sin que la calidad decaiga en ningún momento.
Una serie que me hubiera encantado que siguiera pero solo tuvo cinco entregas y no fue reeditada.
“Roma y Lynch” de Lautaro Ortiz y Pablo Túnica
Lynch es un gato. Roma es su dueño y también es biógrafo. Investiga sobre la vida de grandes autores de la literatura universal para descubrir sus secretos más oscuros. Hay que reconocer que la premisa argumental básica es muy buena porque muchos escritores tuvieron vidas sumamente interesante y hablar de ellos permite apelar a un archivo potencialmente infinito de anécdotas geniales. También es cierto que corre el riesgo de caer en lo pretencioso y transformar la serie en una exhibición de los saberes eruditos y el buen busto literario del protagonista y, por extensión, del guionista.
Afortunadamente, Lautaro Ortiz sortea esta trampa y logra que los personajes biografiados sean el verdadero centro de atracción de cada relato, dejando en la mayoría de los casos a Roma en una posición de mero testigo de los hechos.

Por las páginas de esta serie desfilan el famoso sueño de Coleridge, el amante de Alfonsina Storni, el incendio al rancho de Jack London, el alcoholismo de Poe, un heterónimo perdido de Fernando Pessoa y (mi favorito) una adaptación de la "Balada de Chang Gan" del poeta chino Li Po.
Los dibujos de Pablo Túnica en esta serie, me parecen todavía bastante irregulares. A veces, la estilización de su trazo le confiere a la narración una fluidez y una agilidad exquisitas, mientras que en otras ocasiones resultan excesivamente desprolijo para mi gusto y me da la impresión de un trabajo inacabado. Hay viñetas con fondo muy detallado y demasiadas en las que el fondo te lo estoy debiendo... Vacilaciones totalmente lógicas en un autor que por entonces debía rondar los 24 años y no había alcanzado la madurez que pudimos ver en algunos de sus trabajos posteriores.
En resumen, otra serie muy interesante que sigue sin reeditarse en libro.
“Dora” de Ignacio Minaverry
“Vitamina Potencia” de Federico Reggiani y Ángel Mosquito
Repaso de las obras de Ángel Mosquito incluida “Vitamina Potencia”
“Diagnósticos” de Diego Agrimbau y Lucas Varela.
“Tango Cruzado” de Max Aguirre y Sebastián Dufour
Hay una novela (a mi juicio, la mejor) de Adolfo Bioy Casares que se titula “El sueño de los héroes”. Va de unos muchachones que andan queriendo sacar carné de cuchilleros en la Buenos Aires de los años veintes y treintas. La Buenos Aires de sombreros y tranvías pero, sobre todo, la del tango. En esa novela, se baraja la posibilidad de pelear y matar cuando un inconsciente se atreve a declarar que Gardel nació en Uruguay. Ese diálogo de Bioy tiene una línea genial: “Si usted escucha a los uruguayos, todos los argentinos nacimos allí”
Me gusta pensar que este “Tango Cruzado” hereda algo de aquel clásico de nuestra literatura, más allá de lo obvio, de la ambientación y de que su primer capítulo termine en un enfrentamiento de pandillas por el mentado asunto del nacimiento de El Zorzal. También está el tema de la precognición que implica cierto determinismo fatalista, ese clima onírico y el intento de recuperar el pasado.
De hecho, el primer capítulo, el único que no está fechado, puede ser cronológicamente el último porque mencionan el tango “Los mareados” que es de 1942, mientras que la acción de los cuatro capítulos siguientes se ubican entre el estreno de “La cumparsita” en 1914 y la muerte de Gardel en 1935. Como si empezara contándonos el final y después nos explicaran retrospectivamente como llegó cada personaje a ese punto.
Max Aguirre (que a pesar de ser un reconocido dibujante, cede la faz gráfica de la obra) construye el relato con algunos datos reales pero las pinceladas de su ficcionalización no renuncian a la magia y lo inexplicable. Dufour, por su parte, sorprende con un estilo diferente a todo de aguadas sin bordes, pura mancha y contraste de luz. Obviamente, para prescindir de un recurso tan fundamental como la línea, el estudio sobre la mancha tiene que ser una cosa de otro mundo. Y lo es aunque no sé de cuál.

Me resulta muy difícil describir como el dibujo puede oscilar entre el surrealismo (esas formas sin borde parecen imágenes de un sueño) y el expresionismo (la iluminación remite fuertemente al cine alemán de esa vertiente), tocando en algún punto incluso la abstracción. Es algo que tienen que ver para creer.
Lamentablemente, en su momento, el dibujante tuvo que interrumpir su trabajo por un problema de salud y la obra solo apareció completa en 2017 en su edición en libro a cargo de Hotel de las Ideas.
“Segundo círculo”. Ariel Zylberberg, Federico Menéndez y Rodrigo Luján
Una revelación total. Los dos guionistas eran nóveles y se despacharon con una historia de ciencia ficción muy sólida, clásica y novedosa a la vez. Como en los ejemplos más paradigmáticos del relato de aventuras, el protagonista es un joven enamorado que abandonará la seguridad de su hogar y la monotonía de su vida cotidiana para embarcarse en un viaje fantástico por lugares exóticos en los que su valor y sus recursos serán puestos a prueba una y otra vez. El que podría ser su contrapartida y a la vez su mentor en el mundo de la aventura es el típico contrabandista espacial cínico y pragmático. ¿Estará nuestro prota a la altura de los peligros que tiene que enfrentar? ¿Rescatará a su damisela y regresará a su hogar convertido en un héroe de tradición homérica?
Hasta acá parece que nos quieren volver a contar una historia que ya nos contaron mil veces pero, afortunadamente, en “Segundo círculo” nada es lo que parece y sus autores se las ingenian para ir desarmando todos los lugares comunes de la ciencia ficción para ofrecernos una historia nueva y fresca a la vez.

Todo esto, obviamente, sería imposible sin los dibujazos de Rodrigo Luján que en estas páginas (y todas las que le he visto) no para de tirar magia. Rodrigo es bueno en todo: en la acción, en la expresión, en la ambientación... pero si hay algo que me fascina especialmente en su trabajo es el diseño de personajes. Cada personaje tiene una apariencia perfecta para su rol pero, a pesar del trazo fuertemente estilizado del artista que por momentos toca lo caricaturesco, se ven muy reales. Sobre todo las mujeres que se ven hermosas cuando tienen que serlo pero siempre sujetas a las leyes de la gravitación universal que tanto importa en un viaje espacial. Pero no son solo los protagonistas, también hay secundarios y un montón de extras. Luján no se cansa de inventar diferentes especies extraterrestres aunque solo aparezcan en un cuadrito. Con mención especial para la romántica sin remedio, lectora de “Cumbres borrascosas” y “Lo que el viento se llevó”: Penélope, el personaje del que todo lector termina enamorado aunque sea una araña de la cintura para abajo.
Esta belleza fue reeditada por Llantodemudo en 2013 aunque es una pena que redujeran tanto el tamaño, teniendo en cuenta el tremendo despliegue gráfico de la obra.
“El feo” de Luciano Saracino y Omar Hechtenkopf
Y seguimos con el tópico tanguero que estuvo muy presente en este periodo de la revista.
No se sabe exactamente quién o qué es el feo. Edmond (clara referencia al grandote Edmundo Rivero, que no era lindo, justamente) tiene una fuerza extraordinaria y una pericia infalible con el cuchillo. Antes cantaba y tenía a todas las mujeres rendidas por él. Aún ahora, totalmente silencioso y con una bolsa de tela cubriéndole la cara, muchas suspiran por su regreso. Menos una que no lo supo amar y esa (¿qué clase de tango sería, si no?) es la única de la que él sigue enamorado. Y por ella deberá enfrentar la prueba definitiva para los héroes de los relatos clásicos: el descenso al mundo de los muertos.
Con esta premisa básica, Luciano Saracino nos cuenta una historia hermosa donde la magia, el cielo y el infierno se combinan con letras de tangos y un ambiente de arrabal fantástico de exquisitas reminiscencias dolinianas. La dupla supera, además, una limitación autoimpuesta: la de que el lector logre empatizar con un personaje que no habla ni tiene rostro. Es decir, que no se comunica con nosotros en forma alguna. Considero que eso es mérito del genial diseño del protagonista que hace Hechtenkopf pero también de la forma en que Lucho construye el relato llevando siempre al lector a sentir exactamente lo que tiene que sentir.
La estructura del relato, tiene además el atractivo de que retrocede constantemente mientras avanza porque a medida que Edmond busca las pistas de su amada Minerva, se va encontrando con distintos personajes de su pasado. Pasado que el lector ignora prolijamente. Saracino dirá alguna vez que con Hechtenkopf proyectaron una saga de diez tomos del cual este, el único que llegaron a producir, era el final. No sé si es cierto (los artistas no están obligados a decir la verdad en estas cosas) pero es hermoso pensar que sí... que hay un universo entero de historias en ese mundo en el que un ciego, desde su biblioteca circular, juega a ser dios o el diablo manejando los hilos de la vida de esos personajes.
La obra fue reeditada en 2013 por Llantodemudo. La reedición en libro tiene muchos extras muy lindos con ilustraciones tanto del autor como de una serie de invitados de lujo pero deja de de lado el color con el que fue publicada originalmente en “Fierro”. Queda a criterio del lector qué versión de la obra prefiere. Personalmente, disfruté más de la edición a color.
Y hasta acá llegamos por hoy. Estén atentos que la historia de “Fierro” sigue en la próxima nota.