Lo primero que hay que reconocer al iniciar esta última parte del análisis (la próxima es solamente el índice cronológico y alfabético de series) es que por más ganas que le hayamos puesto, la mayor parte del contenido de la publicación quedó afuera. Tiene sentido si consideramos que son más de 8000 páginas de historieta.
No lo lamento tanto porque sé que seguramente, en el futuro volveremos a escribir sobre algunos de los títulos que pasaron por las páginas de esta segunda encarnación de “Fierro” como hemos hecho hasta ahora aunque no sea dentro de esta serie de artículos. No obstante, no quisiera darle cierre a estas notas sin al menos mencionar algunos de los aspectos más relevantes de la publicación que no hemos llegado a analizar.
El humor
Si en la “Fierro” de los ochentas nos encontrábamos habitualmente con las genialidades de Fontanarrosa, en esta segunda andadura, el humor tiene una presencia mucho mayor. Algunos nombres recurrentes como los de Gustavo Sala, Esteban Podetti, Eduardo Maicas o Diego Parés y otros de aparición consistente aunque más esporádica como los de Pablo Fayó, El Niño Rodriguez, o Sergio Langer fueron sin duda una de las bases del éxito sostenido de la revista. Incluso podríamos pensar que varios humoristas como Gastón Souto y Damián Scalerandi (ambos provenientes de la “Lule Le Lele”), Iñaki Echeverría o Adao Iturrusgarai alcanzaron su consagración definitiva entre el público argentino publicando en “Fierro”. Mención aparte merece Ariel López V que, además de convertirse en un autor totalmente reconocido por el público, terminó siendo el director de arte en la tercera encarnación de la revista.
Esta segunda etapa de la revista estuvo mucho más orientada hacia el humor desde el principio y esa intención se fue acentuando con la aparición de los picado fino y posteriormente con suplemento “Fierrito” que tuvo quince ediciones, así que ningún repaso por la revista estaría completo sin mencionar ese aspecto.
La experimentación con el formato
En las partes anteriores de nuestro recorrido hablamos de la forma en la que “Fierro” interactuó con la realidad de internet como nuevo vehículo para publicar historietas. No obstante, todavía no mencionamos al que se volvió el formato hegemónico dentro de nuestro contexto actual: el libro. En 2006, cuando el primer número salió a la calle, prácticamente no existía ninguna de las pequeñas y medianas editoriales que hoy publican en el mercado local. Solo estaban las históricas como Colihue y De la Flor (que por el volumen y el recorte de sus publicaciones, no representaban ninguna competencia para “Fierro”), Thalos que había arrancado en 2004 y la cordobesa Llantodemudo. Sin embargo, de allí para acá, la cantidad de emprendimientos editoriales no hizo más que crecer porque ese mismo año salió la primera publicación de Domus, en 2008 arrancan OVNI y Loco Rabia, en 2009 Comic.ar e Historieteca... Y así siguió multiplicándose la oferta hasta llegar a los niveles actuales de más de cien libros de historietas publicados por año.
Sin prisa pero sin pausa, la revista se encontró cada vez con una competencia más fuerte. Si bien es cierto que ese fenómeno no compartía el espacio natural de “Fierro” que es el puesto de diarios, en algún punto, esa nueva oferta de libros le empezó a restar lectores a la revista. Cabe destacar que la actitud de la editorial ante esta nueva competencia siempre fue de gran generosidad ya que no retenían derechos sobre obras publicadas (permitiendo la reedición casi inmediata de las series terminadas en libro) e incluso le daban difusión a las nuevas editoriales a través de notas y entrevistas publicadas en la propia página web de la revista.
Así, llegó a darse el caso de que, por ejemplo, las ediciones en libro de “El Esqueleto” de Salvador Sanz (OVNI 2016) fueron prácticamente simultáneas con su publicación serializada. El material publicado en “Fierro” terminó compitiendo (no en los kioscos pero sí en el bolsillo de los lectores) con el propio material publicado en “Fierro”.
Cuando tuve la oportunidad de entrevistar a Juan Sasturain le pregunté -a riesgo de sonar lambiscón- si no consideraba que esa generosidad atentó contra las ventas y, por lo tanto, contra la sustentabilidad de la revista y me contestó:
“¡Bueno! Es así. Pero es la forma en la que creo que se tiene que trabajar.”
La respuesta a la nueva competencia que significaba la edición de historietas en libro vino por el lado de la experimentación con las posibilidades y los límites del formato antológico. Así, algunos números de “Fierro” publicaron novelas gráficas completas, ofreciendo ese atractivo que tiene el libro a un precio muy inferior. Esto ya lo había probado Trillo en “Puertitas” y, tal vez por coincidencia, la primera obra que se publicó completa en “Fierro” fue “El tiempo del mal”, la última colaboración del mítico guionista con Cacho Mandrafina y Roberto Dal Pra. De la misma forma fueron publicadas “Tortas fritas de polenta” de Bayúgar y Martinelli; “Cayetano” de Saracino y Brondo; “Comicubo” de Agrimbau y Lucas Varela; “Elige tu juego” del maestro Juan Giménez; “El último bolero de Paquito Rivero” de Pablo Túnica, Juan Sáenz Valiente y Pablo Zweig y “La invasión de los zombies alienígenas gigantes” de Ariel López V. Incluso se permitieron reeditar algunos clásicos totalmente inconseguibles de la historieta argentina como “Shotaro va a la guerra” de Pablo Fayó o “La muerte del loro Sebastián” de Esteban Podetti.
Por lo cual se puede decir que quien posea la colección de “Fierro” tiene también una buena selección de novelas gráficas completas.

También se experimentó en sentido contrario, buscando exacerbar la característica de la antología al publicar algo que en libro es muy difícil de reproducir. Me refiero a esos números que tienen más de cincuenta historias de una página, realizada cada una por diferentes autores. Este formato lo vimos por primera vez en el número 36 y se repitió en el cuarto aniversario, en el séptimo y en el número 100.
La colección “Continuará”
En sintonía con lo que veníamos analizando, en los veranos del 2009 y 2014 (cuando el pueblo proletario tiene unas horas más para dedicarle al ocio) se publicaron ocho álbumes de 96 páginas con historias completas. La colección “Continuará” por lo tanto, se divide en dos series de cuatro tomos cada una: la amarilla y la verde. Entre ambas, además de los cinco años, hay una notable diferencia en el papel que mejoró mucho en la segunda tanda.
A pesar de su indiscutible calidad artística, la selección de títulos que se incluyeron en esta colección resultó algo cuestionable pero ¿Cuándo un recorte no lo es?
Para que nos entendamos mejor, yo ordenaría los ocho títulos en cuatro grupos:
Los que rescataban páginas muy difíciles de conseguir e incluso inéditas en tomo. Sería el caso de “Amapola Negra” o “Rolo, el marciano adoptivo”, ambos de HGO y Solano López o “Dr. Frogg” de Lito Fernández, Carlos Albiac y Oscar Armayor. Imprescindibles.
Los que recuperaban historias de la primera época de “Fierro” que no tenían edición en libro como “El caballero del piñón Fijo” de Trillo y Mandrafina o “Tinta mortal”, la mejor recopilación de historias de Peiró hasta que se publicó “Córdoba Blues”. A mi juicio, tan imprescindibles como los anteriores aunque alguno me podría decir que ya los tenía.
En tercer lugar estarían tomos como “El sueñero” de Enrique Breccia o “Ministerio” de Barreiro y Solano que además de haberse publicado en la “Fierro” ochentera, también tenían reediciones accesibles y ya estaban en la biblioteca de muchos lectores. Supongo que estos apuntaban más al amplio público de lectores casuales que no necesariamente acceden a las ediciones que circulan en las comiquerías.
Por último, “El desmitificador argentino” de El Tomi directamente era un título regular de la revista. Entiendo que esto puede interpretarse como un intento de “ganarle de mano” a las editoriales de libros y que sea la propia revista la que ofreciera una edición completa de algunos de sus títulos emblemáticos. Hubiera sido muy interesante ver qué ocurría si prosperaba el proyecto pero este fue el único título con estas características que se publicó y el último de la colección.
Los otros textos
Siempre fueron resistidos y me cuesta entender la razón. Ya desde la primera versión y sus columnas habituales: “La Ferretería”, “Disparos en la biblioteca” y “Con un fierro”, siempre hubo lectores que renegaron de la inclusión de otros textos en una revista de historieta. Lo curioso es que tanto en el siglo XX como en el XXI los argumentos eran los mismos: que se pretendía intelectualizar la revista proponiendo textos de difícil comprensión para el lector de historietas, y que ese espacio se podía aprovechar mejor con... más historietas.
Necesariamente tengo que creer que el lector de historietas tiene el interés y la capacidad para leer otras cosas porque si no fuera así, todos los que escribimos sobre historietas estamos desperdiciando una enorme cantidad de tiempo. Por favor, díganme que hay alguien del otro lado leyendo esto.
Por otro lado, cabe destacar que las secciones de texto que tuvieron continuidad en esta versión de “Fierro” (a diferencia de lo que ocurría en la encarnación anterior) estaban todas directamente vinculadas a la historieta:
Los cuentos de Pedro Lipcovich en “Muñecos grandes” están ilustrados por los mismos artistas que colaboran en la revista.
“El cartoonero” de Podetti, además de ser una de las cosas más graciosas que leí en mi vida, se basa en una retrospección y un análisis paródico pero tremendamente inteligente e informado sobre los distintos periodos, mercados y modelos de producción de la historieta. No se lo pierdan. Está reeditado por Historieteca.
Por último, “Ojo al cuadrito” y “Cadáver exquisito”, las dos columnas a cargo de Laura Vázquez son debates y reflexiones críticas y teóricas sobre la historieta de un nivel académico deslumbrante. No me consta que estas páginas estén disponibles en otro lugar pero si a alguien le interesa la perspectiva de la autora, le recomiendo su tesis sobre el modelo de producción industrial en la Argentina: “El oficio de las viñetas” publicada por Paidós en 2010.
Y ahora sí, pasamos a analizar algunas de las series del último periodo
“Edén Hotel” de Diego Agrimbau y Gabriel Ippóliti
Después de ganarse el mercado europeo y de rompernos la cabeza con “La burbuja de Bertold” y “El gran lienzo” esta pareja hecha en el cielo regresa con su tercera obra compartida.
“Edén Hotel” discurre entre los límites de la ficción histórica y la ucronía pero sin jugarse a fondo por ninguno de los dos géneros. ¿Es posible que durante su adolescencia el Che Guevara y su padre hubieran participado de una operación de espionaje infiltrados dentro de una célula nazi en la provincia de Córdoba? ¿E incluso llegar a cruzarse con Hitler? Según las investigaciones del guionista parece ser que sí. A partir de ahí, el guion tiene el atractivo de poder jugar ficcionalmente con dos de los personajes históricos más relevantes del siglo XX pero a la vez acaba sufriendo las limitaciones impuestas por la realidad histórica. Incurre además, como tal vez resulte inevitable, en algunos de los lugares comunes de la recreación del pasado: forzar las coincidencias, hacer a todos los alemanes malos y fanáticos, tratar de anticipar en ese Ernesto adolescente los rasgos del coraje, la rebeldía y el sentido de la justicia que algún día lo convertirían en el Che...
Como contrapeso, Agrimbau crea al mejor personaje de la obra: Helena. Helena tiene a su cargo la narración y cuenta con la enorme ventaja (respecto de tanto personaje histórico) de ser una persona totalmente común, cuya vida, voz y mirada son pura creación de los autores. Así, ella es el elemento cohesivo que permite aglutinar toda esa verosimilitud y darle al guion la fluidez necesaria para que resulte disfrutable.

Por su parte, el dibujo de Ippóliti es la materialización de lo excelso. Brilla en la creación y expresión de los personajes entre los que, obviamente, destaca el Che a quien retrata de tres diferentes edades y logra que siempre resulte reconocible. Se luce también en la reconstrucción del lugar y de la época, demostrando precisión en la arquitectura y en el vestuario pero sin quedarse nunca en lo meramente documental sino que va siempre un paso más allá en la búsqueda estética de la imagen perfecta para cada escena.
En este caso, el tono de la historia lo lleva a elegir una paleta más fría y “realista” que en sus obras anteriores pero con un manejo de la iluminación tan perfecto que hasta podemos darnos cuenta cuándo está nublado y qué día salió el sol en La Falda.
¿Para qué redundar en lo evidente? Ya no hay dudas de que Ippóliti es uno de los grandes maestros de la historieta argentina actual.
”Edén Hotel” fue reeditado en 2016 por Historieteca, en formato de álbum europeo, con una entrevista/backstage a Agrimbau y una calidad inmejorable.
“El día más largo del futuro” de Lucas Varela
“Putrefacción” de Damián Fraticelli y Ezequiel Couselo
Una heladera desenchufada donde la temperatura empieza a subir y subir, nos permite asistir a las seis etapas de la putrefacción. Ahí adentro, en clave de novela negra, Damián Fraticelli y Ezequiel Couselo nos presentan la metáfora de una sociedad en estado de descomposición. Mafias, mentiras, funcionarios corruptos, roscas políticas, alguna traicionera femme fatale y el infaltable detective son interpretados por vegetales, embutidos, un pan de manteca y algunos huevos.
De más está decir que el resultado no puede ser más surrealista, sin embargo, la interpretación alegórica no se pierde en ningún momento: Algo huele a podrido en la heladera/sociedad y, como pasa siempre en el policial americano, cuanto más avanza la trama, más nos percatamos de que la podredumbre alcanzó hasta el último rincón.

A diferencia de otras obras de marcado contenido político que mencionamos en nuestro artículo anterior, en este caso, las alusiones no establecen un referente externo partidariamente identificable. Hay una crítica muy general (hasta diría: superficial) a la corrupción del sistema político pero que no remite a ningún contexto determinado. Esta diferencia puede considerarse una simple cuestión de graduación o, según como se la analice, colocar a la obra en las antípodas ideológicas de algunas de sus compañeras de publicación. Más cercana al discurso de la antipolítica y al lugar común que reza que toda participación política está viciada de corrupción.
En este sentido destaco el análisis que Lautaro Ortiz realiza en su prólogo, en el que llama la atención sobre una viñeta que puede pasar inadvertida. La única en la que se ve el enchufe desconectado y que puede representar la existencia de un poder superior, externo e invisible que desata todo el conflicto pero escapa a sus consecuencias:
“Ese Poder opresor y corrupto interior no se compara con el Poder superior y externo que nunca llegamos a ver.”
Por el lado del dibujo, todo impecable. Couselo nos sorprende con una estética muy fuerte y personal, con trazos orgánicos de pincel que logran un contraste muy efectivo de luces y sombras. Supera un doble desafío al desarrollar un montón de ambientaciones que (según la conveniencia de la trama) guardan mayor o menor semejanza con el interior del refrigerador, y también al dotar de rasgos y expresiones humanas a todos los alimentos que participan del relato. En realidad, a todos menos al protagonista que, como buen detective duro, es totalmente inexpresivo. De hecho, no tiene cara y es un simple huevo con extremidades.
“Putrefacción” ganó la primera mención en el Concurso Nacional de Historietas Ñ del año 2011 y tras su publicación en “Fierro” fue reeditado en la colección ReLecturas de Historieteca en 2016.
“El esqueleto” de Salvador Sanz
Repaso de las obras de Salvador Sanz incluida “El esqueleto”
“Tortas fritas de polenta” de Adolfo Bayúgar y Ariel Martinelli
En esta obra, el historietista Adolfo Bayúgar plasma el testimonio que obtuvo en varias entrevistas al ex combatiente de Malvinas Ariel Martinelli. El resultado es de una fuerza dramática arrolladora. Por la labor periodística y documental que hay detrás y por la maestría con la que Bayúgar logró trasladar esa historia al lenguaje de la historieta, algunos comparan a “Tortas fritas de polenta” con “Maus” de Art Spiegelman. Y, aunque suele decirse que las comparaciones siempre resultan odiosas, en este caso considero que es un gran elogio.
Desde el punto de vista del relato, considero que el mayor acierto de este comic es su apego a la realidad testimonial porque eso es lo que descoloca al lector y lo coloca en un estado de vulnerabilidad emocional. Me explico: desde la “Poética” de Aristóteles que el lector está acostumbrado a la estructura de la tragedia y sus convenciones. Sabemos en qué momento se va a plantear el conflicto, en qué momento debe desarrollarse y, aunque la resolución nos conmueva, esa era una conmoción predecible porque toda la obra nos preparó para ese momento.
En la realidad eso no ocurre. En la realidad la tragedia te sorprende, te toma desprevenido y te pega cuando menos lo esperás. En “Tortas fritas de polenta” te pasa lo mismo. Martinelli no solo intenta recuperar sus recuerdos sino también la mirada de ese chico de diecinueve años que era en 1982 para quien, en medio de una situación histórica tan extrema podía ser importante el partido de river o ver las tetas de la Coca Sarli en una película. Entonces el lector se relaja y cuando la cosa se pone dura, nos golpea con más fuerza.
Si la narración toma distancia de la tragedia, más aún se aleja de las convenciones de la épica. Hasta tal punto que, absorbido por la realidad de los personajes, por sus intentos de establecer cierta lógica en medio del desarraigo, el frío, el hambre y los bombardeos de los primeros días, uno llega a olvidarse que falta lo peor que es el combate. Porque el combate acá es un episodio más y ni siquiera me atrevería a decir que constituye el clímax de la obra.
El trazo de Bayúgar de apariencia simple pero siempre expresivo y tembloroso, resulta perfecto para el tono y el clima de este clásico instantáneo de la historieta argentina.
Fue publicado en el número 78 de “Fierro” en abril de 2013, reeditado por La Duendes en 2014 (obteniendo el Premio Banda Dibujada) y por Hotel de las Ideas en 2016. Con respecto a la reedición en libro debo decir que, lamentablemente, el formato elegido es tan pequeño que llega incluso a dificultar la lectura. Ojalá “Tortas fritas de polenta” se reedite muchas veces más pero en un formato que le haga justicia a su calidad y su relevancia.
“Cayetano” de Luciano Saracino y Nicolás Brondo
Cayetano Santos Godino y sus adaptaciones a la historieta
“Leopoldo” de Guillermo Saccomanno y Cacho Mandrafina
Estoy seguro que cuando antes hablé de la experimentación con el formato, algún lector memorioso habrá pensado: “¡Ey! Pero no dijo nada del número 84”. Tranquilos que no me había olvidado. Pero primero, un poco de contexto: Todos los sábados desde el 10 de diciembre de 2011 la Agencia Nacional de Noticias Télam publicó un suplemento de cuatro páginas de historietas que podía leerse en la edición digital y también estaba disponible para los medios suscritos a dicha agencia. Desde la primera entrega, media página (una doble tira) estaba dedicada a la historia que nos ocupa: “Leopoldo”.
En octubre de 2013 cuando “Fierro” cumplía siete años y el suplemento Historietas Nacionales estaba a punto de llegar a las 100 entregas, la revista publicó la primera parte de la serie pero ¿Cómo lo hizo? Respetando el formato de media página original. Es decir que todo el número 84 está partido al medio. En la mitad superior de cada página sale la historieta de Saccomanno y Mandrafina y en la mitad inferior los chistes del suplemento “Fierrito”. Una locura.
Para tranquilidad de los lectores más clásicos, la segunda parte se publicó en el número 111 pero ocupando las páginas completas “como Dios manda”.

“Leopoldo” podría enmarcarse dentro del género de aventura pero entre sus viñetas hay muchas otras cosas. Hay un revisionismo histórico de carácter marcadamente peronista (como en varios otros títulos que ya mencionamos) y un constante homenaje a nuestra historieta, nuestra literatura y los rituales de la tradición porteña.
La primera historia se pone en marcha cuando Leopoldo llega a la librería de viejo de Lutz en busca de un capítulo perdido de “Mort Cinder” que supuestamente se ambienta en el bombardeo a Plaza de Mayo del 55. Son constantes las frases y alusiones al clásico de Oesterheld y Alberto Breccia pero también a “Perramus”, a Marechal y a Sábato. Como en “Mort Cinder”, como en “El Eternauta” o como en tantos episodios de Ernie Pike, la historia comienza con un personaje narrando y es esa narración la que nos lleva hacia atrás en el tiempo y hacia dentro de la aventura. En algún punto del relato se da a entender que los viajes en el tiempo son fantásticos y no alegóricos pero eso apenas cambia el rumbo de la serie.
Un hallazgo de Mandrafina es la mirada estrábica del protagonista que tiene todo el tiempo un ojo en la realidad y el otro en la ficción, un ojo en el presente y el otro en el pasado.
“¿Está el pasado tan muerto como creemos?” La frase del anticuario Ezra Winston será el leitmotiv de esta primera parte. Tras recorrer algunos episodios de la revolución fusiladora, la represión del gobierno de Frondizi a los trabajadores del frigorífico Lisandro de la Torre, la guerra de Malvinas y la desaparición de militantes durante la última dictadura militar, la respuesta parece ser que no. Que, al menos en nuestro país, el pasado está siempre al acecho y dispuesto a volver a atacar.
Resulta hasta gracioso que el segundo arco argumental, al meterse con el "Necronomicón" y el universo de Howard P. Lovecraft, resulte en comparación más liviano que el primero. Así de pesada es nuestra historia.
No conozco ninguna reedición en libro de “Leopoldo” pero, lo más grave es que gran parte del material que se publicó en el suplemento HN de Télam, no salió nunca en papel y desde su cancelación en 2016 y el desmantelamiento subsiguiente de buena parte de la agencia, tampoco está disponible en la plataforma digital. Una excepción es la edición de “Historias cortas” a cargo de la Universidad de Villa María en 2018. Ojalá otras editoriales se animen a seguir rescatando esas obras.
Y fin
En marzo de 2017, con un hongo nuclear de fondo y un mecha gato amarillo gigante destruyendo la ciudad, en la portada de Diego Parés, un canillita zombi anunciaba el último número de esta segunda encarnación de “Fierro”. Una combinación de factores entre los que hay que considerar la fuerte crisis económica que obligó a una parte de la población a recortar todos los gastos no esenciales, el posicionamiento político de la revista que alejaba a otro sector de potenciales lectores, la oferta cada vez mayor de historietas en formato libro y la desaparición de la pauta oficial que durante años había ocupado la contratapa con campañas de bien público llevó a la revista a pasarse al formato trimestral que ya fue analizado por Matías Mir en su momento.
No fue en ese momento un cierre definitivo porque quedaba abierta la posibilidad de la continuidad que representó la tercera época.
Ahora (malvado 2020) sí, hace más de un año que no hay una “Fierro” en la calle. Solo nos queda desear que resulten proféticas las palabras de Juan Sasturain en su último editorial... que el fierro primordial siga ahí y pronto una nueva Fierro Zombi vuelva para ajustar cuentas.
La próxima y última entrega de esta serie, el índice completo de todo el material publicado. No te lo pierdas.