Historieta Argentina

“La cárcel del fin del mundo” de Santiago Sánchez Kutica y Kundo Krunch

Otra gran serie de Fierro que pasa al papel

“La cárcel del fin del mundo” de Santiago Sánchez Kutica y Kundo Krunch

Cuando Fierro Digital llevaba seis meses de publicación y “La cárcel del fin del mundo” contaba con cuatro entregas, desde esta tribuna clamábamos por más capítulos y la publicación en papel. Hoy, que uno de nuestros pedidos se cumplió y el otro ya está anunciado, merece la pena que repasemos esta serie notable.

Ficción histórica y testimonial: una mina de oro de la historieta argentina

En los últimos años, la historieta argentina viene ofreciéndonos excelentes ejemplos de ficción histórica y testimonial, y una de las cosas más destacables de esa producción es que cada autor y cada obra proponen una forma diferente de aproximarse al material documental.

Las diferentes maneras en las que la Historia se puede utilizar en una obra de ficción van desde el mero telón de fondo de una relato totalmente imaginario pero ambientado en la Segunda Guerra Mundial, hasta el apego documental más obsesivo (y un poco aburrido) que tuvo sus quince minutos de popularidad en el mercado europeo de los setenta.

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Gran construcción de la atmósfera

Afortunadamente, lejos quedaron los tiempos en los que la historieta se convertía en apenas un vehículo para ilustrar un episodio histórico que parecía recortado de un manual escolar. Hoy, cada equipo creativo le imprime a la narración del pasado su propia impronta y la Historia siempre está puesta al servicio del relato y la emoción estética que se quiere transmitir. Así, podemos encontrar desde la ucronía que plantean Agrimbau e Ippóliti en Edén Hotel hasta el mosaico de personajes históricamente irrelevantes que construyen la gran Historia del golpe del '55 en Malandras de Santullo y Ginevra; desde la genial ¿Qué querés ser cuando seas grande? en la que Pulido junto con un gran equipo de artistas nos hacen sentir la opresión de la última dictadura militar valiéndose de los silencios, la elipsis y las imágenes fugaces apenas entrevistas, hasta la épica reconstrucción biográfica que Agustín Comotto lleva a cabo en 155. Simón Radowitzky. Y Nuda Vida de Lautaro Fiszman, Guaraní de los ya citados Agrimbau e Ippóliti, Los últimos días de Graf Spee de Santullo y Bergara... y tantos otros que sería demasiado largo enumerarlos, pero que hoy han llevado a la ficción histórica al primer plano de nuestra historieta local.

El género testimonial, por su parte, ofrece unos límites bastante más rígidos por un lado y más flexibles por otro. Basarse directamente en las declaraciones que una persona expresó al ser entrevistada, aparentemente, dejaría menos margen para la innovación narrativa y formal. No obstante, tenemos grandes ejemplos contemporáneos como la enorme Tortas Fritas de Polenta en la que Fuchi Bayugar recoge el testimonio del ex combatiente de Malvinas, Ariel Martinelli; o la más reciente La niña comunista y el niño guerrillero en la que María Giuffra ilustra los testimonios de diez personas cuyas infancias fueron quebradas por la violencia de la última dictadura militar.

Por otro lado, los testimonios que sirven como base al relato no necesariamente tienen que ser el reflejo de acontecimientos históricamente relevantes. Por eso, dejan espacio para miradas más personales, para la pequeña anécdota y la historia con minúsculas.

Más o menos en esos límites se moverá la dupla de Santiago Sánchez Kutica y Kundo Krunch para sus relatos de La cárcel del fin del mundo.

La crónica roja

En 1933, el periodista Juan José de Soiza Reilly viajó hasta el penal de Ushuaia para entrevistar a los reclusos más peligrosos de la época. Las entrevistas fueron publicadas en la revista Caras y Caretas y ofrecían el atractivo de acercar a los lectores los testimonios de esos "monstruos" que los habían aterrorizado con los crímenes más horribles desde las páginas policiales de los diarios de todo el país.

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Equilibrio y solidez en la composición

Hay un morbo muy humano en la posibilidad de juzgar por uno mismo más allá de lo que dictamine el sistema judicial y el constructo de leyes que (generalmente) desconocemos. Queremos ver el video en Youtube a ver si la cosa nos parece tan grave o no; si encontramos circunstancias agravantes o atenuantes que el tribunal pasó por alto... o simplemente regodearnos culposa y secretamente con el espectáculo de la violencia.

Otro impulso (muy humano, también) es el de tratar de entender. ¿Qué puede llevar a una persona a cometer hechos tan atroces? ¿Qué clase de debilidad moral o mental hay que padecer para matar a tus hermanos, cuñadas y sobrinitos a escopetazos? ¿Cómo llega una persona a desmembrar a otra con un serrucho? ¿En que instante de locura el mismo tipo que devolvió una billetera llena de dinero decide estrangular a su socio para quedarse con media vaca?

Seguramente, esos dos impulsos que llevaron a los lectores de la década del treinta hasta las entrevistas de Soiza Reilly siguen funcionando en nosotros como lectores actuales pero también hay más...

La dupla creativa

Claro que hay más porque las entrevistas son solo la documentación de base de la que parten Sánchez Kutica y Kundo Krunch para crear su obra, pero es muchísimo lo que ellos le aportan a ese material.

En principio, el guion destaca por una perfecta labor limae. Un texto que parece más escrito con las tijeras que con la pluma, recortando todo lo accesorio, todo lo superfluo hasta dejar solo las palabras necesarias para entender la historia... y, a veces, aún menos. El resultado transmite perfectamente el tono testimonial pero despojado de todo el ornato y el vuelo literario en el que pudieran incurrir tanto los entrevistados como el cronista. Incluso, llega a aclarar con asteriscos las partes que se citan textualmente de las entrevistas para dejar en claro que la mayor parte del texto original ha desaparecido.

Un relato crudo, contundente y desconcertante. Un intento fútil de tratar de comprender abismos de perversión que siempre se nos terminan escapando.

Por el lado del dibujo, se genera una tensión muy disfrutable entre el registro documental que sobrevuela el relato y el estilo característico y ya totalmente reconocible del artista. Digo que es una tensión disfrutable, en primer lugar, porque el grafismo de Kundo Krunch siempre rinde y, en segundo porque sus personajes de ojitos redondos y patas abiertas son el recordatorio constante de que lo fundamental en esta obra es la historieta, sus códigos y sus capacidades narrativas.

Quienes lleguen a esta serie después de leer las obras más conocidas del artista, se van a encontrar una composición más sólida y menos dinámica que en La extraña desaparición de Barnabas Jones o El último recurso pero muy efectiva y perfectamente integrada a las exigencias del relato.

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El color al servicio del relato

Mención aparte merece el uso del color que acompaña a la perfección a la masa geométrica de los personajes distinguiendo los diferentes planos del relato a través del uso de paletas muy restringidas o, incluso, sobre la variación de valores de un mismo color.

La edición en papel

Actualmente, están disponibles en Fierro siete capítulos de la serie pero el último, “El ángel de Sturla”, lleva el número ocho. Es decir que falta uno.

Esto se debe a que ya está anunciada la salida del libro para el primer semestre de 2022. La edición física correrá a cargo de Hotel de las ideas y, además de recoger todo el material publicado digitalmente incluirá el capítulo faltante (dedicado nada menos que al esperadísimo Petiso Orejudo), una secuencia de introducción y una de cierre que le darán un marco narrativo a las ocho historias individuales.

 

Desde acá, deseamos que la serie repita en el formato físico el éxito que tuvo en su edición digital, que el mercado local nos siga brindando ficción histórica y testimonial de esta calidad y (ya que pedir es gratis) que este año también tenga su libro otra de mis favoritas de Fierro: Historias de la revuelta de Ian Debiase.

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Escrito por:
Facundo Vazquez
Guía su vida por el bushido y la frase de Benjamin "Ustedes nunca vieron morir a un burro".
Facundo Vazquez
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