– Éste es de mis cómics nacionales favoritos.
– Ah, ¿sí?
– Sí, así que leetelo. Ya.
– Bueno, dale.
– Y después lo reseñás.
Bueno, técnicamente pasó más un mes desde aquello. Así que “ya”, quien dice “ya”, no fue… Pero mejor tarde que nunca.
Editado por Hotel de las Ideas y publicado en 2015, La Sudestada de Juan Sáenz Valiente nos cuenta la historia de Jorge Villafañez, un detective privado que es contratado para investigar a una famosa coreógrafa de ballet contemporáneo, Elvira Puente, quien misteriosamente se escapa a diario.

La obra comienza con un fantástico prólogo de Pedro Mairal que no podemos dejar de mencionar. En él, Mairal se encarga de contextualizar el fenómeno climático conocido como «sudestada» y contar lo característico que es en el perímetro porteño. Posteriormente, nos habla sobre el protagonista: “Al investigador privado Jorge Villafañez se le va a venir la sudestada”, y concluye haciendo un repaso sobre la trayectoria del autor, y profundizando conceptos clave sobre esta historia.
Jorge
Jorge Villafañez (a quien yo imagino con la voz de Daniel Aráoz, no sé porqué) será un tipo de unos cincuenta y pico, 60 años, más o menos. Ogro, tosco, seco. Solo en la vida. Vemos que le cuesta mucho el vínculo con el otro. Y, si bien no le va nada mal como investigador, no pareciera ser que tenga grandes proyectos. Está estancado.
Tiene un carácter fuerte. Es egoísta, desamorado, impaciente y cascarrabias: enseguida le sale la puteada, no se banca el vuelteo, y tiene la llamativa costumbre de decirse a sí mismo “Ya, rajá” cuando advierte que la situación se complica.

Su círculo de amigos no es tan grande, en concreto llegamos a conocer solo dos más frecuentes: Rubén y «Finoli». Al primero lo conocemos como aquél amigo que tiene problemas con su pareja; y del segundo sabemos que es el que lo lleva en el auto y que, cada tanto, hace comentarios precisos y tajantes.
Con ellos se junta a jugar a la pelota y charlar. Y esta relación es lo que nos revela claramente esos rasgos de su personalidad que enumero.
No le gusta que lo jodan, básicamente. Vive tranquilo, fuma, mira televisión. Tiende a un maquiavelismo casi sutil para resolver sus casos, y eso es todo. Podríamos acusarlo de monótono y amargado, pero eso, entre otras cosas, hace que podamos sentirlo más cercano y real. En absoluto es un personaje unidimensional.
El Caso de Elvira Puente
Tras ver cómo Jorge se desenvuelve en los diferentes casos en que participa, se nos presenta el caso protagónico: el de Elvira. Lo contrata el esposo de la bailarina porque sospecha que algo le pasa, lo hace googlearla porque, aparentemente, es muy famosa, y acuerdan que en una semana se vuelven a ver ya con la información recabada.
Finoli dice que el esposo de Elvira tiene un aire a Marlon Brando (no parece, pero bueno, qué querés), así que ahora me referiré a él como Marlon. Marlon es un tipo serio, bien vestido, con facciones duras y, seguramente, olor a puro, o whisky, o ambos.
Así que allá va Jorge, a investigar a Elvira. La sigue: taxi, tren, lancha. Y descubre que se escapa a una casa que tiene en el Delta. Pero nada más (¿o sí?).

Elvira se va sola a danzar desnuda bajo la lluvia, a expresarse, a descargar. Y después vuelve a seguir su vida como si nada. Jorge se conmueve y desde entonces las cosas empiezan a cambiar para él.
La Sudestada
En una de esas, ocurre un accidente: Elvira es aplastada por un árbol. Jorge la atiende y luego pasan la tarde juntos, entonces descubrimos que a ella la atormenta un secreto familiar.

Poco antes de tomar el caso, Jorge comienza a tener pesadillas, pero luego de ver a Elvira, estas empiezan a hacerse cada vez más raras.
Se siente atrapado. Lo invade una angustia que no nos explican, que Jorge tampoco se explica a sí mismo, pero que ahí está. No sabemos qué es, pero sí sabemos que a medida que avanza la historia, más relacionados a Elvira están.
La figura de Elvira viene a ser un interrogante para él. Y así como en la trama ella necesita expresar lo que le pasa, también expresa lo que le pasa a Jorge, en sueños.

Evolución
En ningún momento, más que en las veces que se dijo “Ya, rajá”, se nos concedió la posibilidad de ver lo que Jorge piensa. No sabemos qué le pasa por la cabeza. Solo vemos cómo actúa. Y lo que vemos después de Elvira son cambios.
El personaje comienza a evolucionar sutilmente, a hacer las cosas de otra manera. ¿Será una suerte de arrepentimiento? ¿Querrá redimirse por algo? ¿Serán estos cambios legítimos? ¿Sentirá culpa? La angustia parece tomar algo de forma.
Resuelve uno de los casos de forma tal que beneficie a la chica investigada, ayuda a Rubén con el tema de la mujer, empieza a abrirse con sus amigos…

Entonces resuelve el caso de Elvira y abruptamente le suelta qué es lo que está pasando.
El final de esta historia causó mucho debate durante años. En la entrevista que le hizo Matias Mir al autor, se nos revela que el interés de Jorge hacia Elvira no tiene nada que ver con lo sexual. De alguna manera, el final de La Sudestada nos da a entender que Jorge sigue con su vida.
Simbología
Una característica destacable de esta obra es la simbología que gira en torno a tres elementos clave que aparecen a lo largo de toda la historia y que guardan relación entre sí: los sueños, la sudestada y el árbol.
Las pesadillas de Jorge comparten la noción de hundimiento. Literalmente, en ellas, Jorge es tragado por la vereda o el lodo, lo envuelve la desesperación y esto lo deja alterado al despertar. Aquellas imágenes de Elvira danzando desnuda comienzan a incorporarse en sus sueños: de repente una pierna femenina le nace del pecho; y en otra ocasión, una Elvira onírica es enredada en raíces que, en realidad, son él mismo aprisionándola. La angustia del protagonista se representa con la angustia de la mujer no porque compartan génesis, sino por la sensación de ahogo con la que conviven. Cada uno lidia con su sudestada.
La tormenta, que se hace presente tanto física como metafóricamente, nos viene a retratar esta angustia aplastante, este encierro que no se termina. Lo curioso es que jamás nos enteramos qué lo aflige a Jorge, sin embargo de ella sabemos que se trata de un secreto familiar, por el que resignifica la figura del árbol. Ese árbol genealógico que se le abalanza y la aplasta, para dar paso a su transformación. El árbol y ella, ella y el árbol, como una misma entidad.
Se desembaraza del pesar que le acarrea el secreto: físicamente a través de hachazos a aquél árbol que la hirió, y simbólicamente a través del ballet final. Y Jorge asimila esa desolación y se identifica en ella.
En efecto, Elvira es esa figura que viene, que te arrastra, que te inunda y te lleva y, cuando baja, te deja en otro lado. Elvira es la sudestada de Jorge. Lo es desde el momento en que él mismo se dice “Ya, rajá”, y no rajó.

Veredicto
Ya entiendo por qué nuestro editor me insistió para que leyera esta historieta, resulta ser que también terminó convirtiéndose en una de mis favoritas.
El guion es fantástico. En concreto me fascina la evolución del protagonista, creo que es muy orgánica. Toda la trama tiene un lindo ritmo, es curioso que la mayor preocupación del autor sea tender al aburrimiento: no es en absoluto aburrida.
La primera vez que la leí me obligué a ir despacio para disfrutarla completamente, me tomé todo el tiempo del mundo. Y, ahora que la leo nuevamente para poder ser más precisa al redactar la reseña, descubro detalles que se me habían pasado antes. Y sí, puede que sea despiste mío, pero también confío en el puño de Juan Sáenz Valiente. La historia está muy bien planteada.
Los personajes, todos ellos, tienen mucha personalidad. La variedad que se encuentra me encanta, y todos se sienten como personas reales: la vecina de al lado, el diarero, el tachero, todos los que me cruzo en la calle pueden ser perfectamente un personaje de La Sudestada. A esto le suma la ilustración. ¡Por favor esa ilustración! Olvídense de los tipos facheros y musculosos, y de las minas con cuerpos imposibles. Este cómic nos retrata gente que tranquilamente existe.
Lo mismo ocurre con las locaciones, ¡esa ambientación! Yo, que soy una conurbana de nacimiento y que no sé nada de Capital, veo esas viñetas y me siento en Buenos Aires: edificios altos con balcones y antenas en contraste con casas bajas, tanques de agua, tendederos, árboles y postes.
Sublime por donde se lo mire. Sin dudas lo recomiendo.