La Historia (así con mayúsculas) se ocupa de narrar grandes acontecimientos, con nombres propios y usualmente, en masculino. Describe los hechos como una serie de eventos comandados por algunos personajes que toman decisiones sobre un escenario, que de esa manera transforman. Esa memoria oficial suele imponerse pero no sin disputas, ya que otras historias —en minúsculas y plural— se multiplican alrededor, se reproducen y encuentran en la oralidad su forma de transmisión. Así llegan en varias versiones, a veces contradictorias o ambiguas, usualmente filtrando secretos o murmurando en voz baja…de esos fragmentos dispersos, poblados de relatos menores, está hecho el archivo feminista con el que construimos una memoria de nuestras luchas. Y en esa línea se encadena Naftalina, una novela gráfica en donde Sole Otero reconstruye en clave de autoficción —y a lo largo de trescientas treinta páginas— las historias familiares de cuatro generaciones que transcurren entre la Italia fascista de los años veinte y la crisis argentina de 2001.
La edición española de Naftalina (Salamandra Graphic, 2020) fue un proyecto que Sole Otero inició en la residencia de La Maison des Auters en Angoulême, Francia, ciudad donde reside actualmente. El proyecto obtuvo el premio FNAC-Salamandra Graphic y la comprometió a un trabajo frenético para que la publicación estuviera disponible en las librerías de España en noviembre de 2020. Ya anteriormente, la autora había publicado Poncho fue (simultáneamente editada en 2017 en Argentina y España por Hotel de las Ideas y Ediciones La Cúpula) donde plasmó —en clave autobiográfica— la espiral de violencia en una relación de pareja; e Intensa (con edición local en 2019 por Hotel de las Ideas y por Astiberri en España) una sátira de las historias de abducciones extraterrestres donde expuso los complejos códigos de apareamiento terráqueos. Naftalina parece combinar esos dos registros: a medio camino entre la autobiografía y la ficción, la autoficción está hecha de una autorreferencialidad armada desde distintos relatos, de manera que es y no es la historia de lo que pasó. Además de trabajar sobre episodios personales se trata también de configurarlos como situaciones que hemos experimentado en nuestras familias, a partir de los mandatos recibidos y acatados, las violencias acalladas puertas adentro. Es una historia donde lo personal es político en tanto nos permite entender esas historias mínimas de forma colectiva y de situar estos acontecimientos que parecen particulares y aislados como acciones políticas, específicamente de política sexual en un contexto de dominación masculina. Así, abortos, violencia sexual, hostigamiento a identidades sexodisidentes adquieren su espesor histórico y el peso de resistir o quebrarse, “adaptarse” al heterocistema, que puede entenderse como una forma de supervivencia.
Hay un linaje: esta forma de revisión histórica sobre el parentesco con foco en las madres y abuelas de la familia también puede enmarcarse en lo que denominamos “genealogías feministas”. Se trata de un tipo particular de memoria que es afectiva, íntima y colectiva a la vez. Hacia finales del 2020, realizamos un ejercicio de genealogía feminista e incluimos un episodio de Naftalina en Coordenadas gráficas, exposición virtual y antología digital que reunió el trabajo de 41 autoras de España, Argentina, Chile y Costa Rica. El trabajo de Sole, doce páginas de la novela gráfica que acababa de publicarse en España, permitía que lectoras y lectores latinoamericanxs pudiéramos acceder a algunas páginas de la novela gráfica que tardaría un año en ser publicada en estas costas. Ese adelanto, alimentó las expectativas que hace algunas semanas se vieron más que colmadas.
A finales de diciembre nos encontramos con Sole Otero para charlar de este lanzamiento tan esperado: de un libro cargado de historia, política y memoria y abuelas avinagradas que partieron sin perdonar(se) y —que como todas las brujas que no pudieron quemar— tal vez aún necesiten la mirada de las nietas, para poder sanar.
“Algo como una herencia”
Las fuentes son múltiples: “Principalmente rescato las historias que me contó mi mamá —señala Sole— a ella le encanta contar historias de la familia y las ha repetido tantas veces que son versiones, son como mitos familiares que es lo que a una le llega”. Sobre esa base inicial, la autora trabajó construyendo su archivo: “Lo que hice fue volver a preguntar y escuchar esas historias para unirlas con historias del barrio de mis abuelos, pero las historias están mezcladas. No es exactamente la historia de mi abuela, pero hay cosas como el conflicto con su hermano que es real. Ahí está la raíz de lo que quería contar: cómo ese conflicto no resuelto se traslada de una generación a otra y se expresa en espejo, como un rebote de ese conflicto. Es un poco lo que sostienen las constelaciones familiares: un dolor que no es genético, pero que de forma algo inexplicable se va repitiendo de una generación a otra y termina arrastrándose. Hay una memoria, algo como una herencia.”
La esperada edición argentina de Naftalina (Salamandra Graphic, 2021) llega en el vigésimo aniversario de las convulsionadas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. La autora ubica el presente del relato en las semanas previas al estallido que terminó con el gobierno de Fernando De la Rúa tras la rebelión popular que siguió al estado de sitio y la posterior represión que dejó una treintena de muertos en las calles.
“En aquel entonces, yo era más chica que el personaje que en la novela tiene 18 o 19 años y su conflicto con la familia pasa por la elección profesional. El otro conflicto, el que sostiene con su amiga creo que tiene un peso más determinante.”
En las primeras semanas de aquel histórico diciembre, Rocío — una joven con aspiraciones de fotógrafa— se instala en la casa de Vilma, su abuela paterna a la que acaban de enterrar con la única asistencia al cementerio de ella y sus padres. Un velorio sin nadie que llore a Vilma será el primer indicio de la compleja relación entre abuela y nieta y lo que empujará a Rocío a intentar comprender cómo fue que su abuela se volvió esa mujer agria y resentida en la que no se quiere reflejar.
Aromas de la evocación
La casona ubicada en General San Martín en el conurbano bonaerense parece ser mucho más que el escenario en el que transcurre la historia, es el artefacto que permite acceder a diferentes temporalidades a partir de los fragmentos que atesora: fotos sepia, bolitas de naftalina, juguetes coleccionables, mascotas de otras eras y relatos que alguna vez alguien contó se yuxtaponen como elementos que emiten vibraciones en distinta escala. Se ponen en juego texturas, olores, imágenes que permiten conectar con otras épocas.
“No quería que Rocío descubriera la historia leyendo una carta, eso me parecía artificial. Ella ya la sabe, la ha escuchado y se la cuenta uniendo los relatos, confrontando las versiones.“
Rocío oficiará así como una médium, sensible a todas esas capas de información que palpita en las paredes y que la transporta al encuentro con esa abuela a la que no ha llorado. Viajaremos primero a la infancia y juventud de Vilma, para luego rememorar el pasado común de abuela y nieta. El vínculo es áspero y el retrato tan honesto como despiadado: “Me terminan atrayendo los personajes complicados. Las abuelas amorosas no me inspiran mucho para contar…creo que estos personajes que tienen más complejidades son más desafiantes…” me dice Sole cuando le pregunto por la caracterización de sus protagonistas tan poco queribles.
Rocío nos lleva de la Buenos Aires de 2001 a la aldea de Coriano en la Italia de los años veinte, donde Gaudencio y Genoveva, sus bisabuelos, junto al pequeño Antonio y una Vilma de seis meses se embarcan hacia la Argentina. Esa reconstrucción tiene como referencia el viaje que en 2019 realizó Sole a Italia: “Conocí a la familia que se quedó en Coriano, no la que migró a Argentina tras la persecución a comunistas. Aunque casi no aparezca dibujado, ver el pueblo y toda esa parte de Italia me sirvió de archivo. Encontré libros anticomunistas que me sirvieron para entender la elección que hicieron en ese momento en el que eligieron Argentina antes que otra ciudad europea o que Estados Unidos que era otro destino posible. Hay muchas cosas que quedaron fuera del libro, que me gustaría haber incluido, por ejemplo la propaganda que hacía Argentina para que la eligieran como destino migratorio: Vengan a Argentina que es un país que está progresando…”
Sole utiliza una paleta en la que predominan los rosa fuerte y lilas con un toque de azul para la vida de los años veinte a los ochenta en los que una Vilma pasa de la infancia a la adultez. En este pasado, se utilizan calles para separar las viñetas. Este tratamiento gráfico narra por ejemplo, los ataques homoOdiantes que sufre Antonio a lo largo de su infancia y juventud o como una joven Vilma acepta a pesar suyo a Aníbal como marido.
Mientras Vilma y Aníbal hacen crecer la familia con la llegada de sus hijos Roberto y Gustavo, la vida política del país pasa por períodos democráticos y golpes de estado: “no hay un retrato de la dictadura muy explícito porque me interesaba contar la perspectiva de quienes pensaban que no hacían política y hacían “vida normal” en un territorio muy pro-militar como San Martín”, apunta Sole.
También los diálogos y la documentación que se plasma en las portadas de Clarín completan las escenas sobre aquellos ochenta: los últimos años de la dictadura, la guerra de Malvinas y la recuperación democrática transcurren mientras un Roberto ya adulto conoce a Graciela, la madre de Rocío.
En los recuerdos de Rocío con su abuela predominan los blancos y las viñetas son más libres, incluso tienden a desaparecer: el uso de la doble página en la que conviven distintas temporalidades permite crear la sensación ambigua que embarga al personaje. Finalmente, el presente se tiñe de azules y rojos, especialmente en los momentos de mayor encierro en la casa-fortaleza que parece aislarla de lo que se gesta en las calles, pero también podríamos pensar que es una suerte de crisálida de donde saldrá transformada.
Debo confesar que el encuentro con Sole fue más una charla apasionada sobre la lectura de Naftalina que un reportaje prolijo sobre su obra y sus próximas exploraciones: “Me gustaría que se leyera en las escuelas, es material para la ESI, desde la historia, los lenguajes expresivos, la discusión política”, me entusiasmé. Tal vez nunca pase. Pero me contento con saber que tenemos en las manos una producción muy personal que forma parte de un archivo feminista colectivo, construido sobre voces anónimas, las de muchas Vilmas y Rocíos, que nos ayudan a comprender, a mirar a nuestras abuelas, a mirarnos en ellas…Y a pensar que hemos recorrido un largo camino, muchachas.