En el intercambio de significaciones que se produce dentro del campo de la historieta argentina (es decir, el conjunto de productores y consumidores) poco se habla del autor de este libro. Como si fuera un chiste cruel muy bien premeditado, el apellido de su pseudónimo parece una respuesta ante la mención del autor de Pocketland en los circuitos más comerciales de la historieta. ¿Quién es Jorge Quien? Es una bestia de la tinta.
Muy predecible el juego de palabras con su libro publicado el año pasado, Bestinta (Fadel&Fadel), ese experimento donde la obra se coloca en un escalón superior al autor y la tinta domina a la mano que sostiene el plumín, indicando que la que dibuje sea la zurda, y a ver qué pasa. Ese proyecto nace de la incertidumbre, mientras que Pocketland, a su manera, busca una respuesta a las incertidumbres.
Las cosas, por naturaleza, aparecen, se materializan, cobran estado de existencia. Más importante aún: son percibidas. No todas las cosas mueren, pero como los que las percibimos somos nosotros, los humanos (los lectores), entonces es seguro que eventualmente las cosas van a dejar de ser percibidas, y nuestra atención irá a otras. Cuando algo deja de ser percibido podemos decir que se ha perdido, y las cosas perdidas van a parar a Pocketland.

Reincidiendo en los páramos desérticos y el vacío del espacio que había presentado en Planetoide (Llantodemudo, 2013), Pocketland se presenta como un universo de bolsillo. Esa antítesis no la inventó Jorge Quien, sino Alan Guth cuando planteó su Teoría de la Inflación Cósmica, pero sí que la resignificó gráficamente. Pocketland es el universo infinito en el que toman residencia los olvidados, los muertos, los abandonados, los escapistas y los rechazados. Todos los caminos llevan al desierto de Pocketland, donde esta comunidad de piezas que ya no caben en ningún rompecabezas comienzan una nueva vida.
Los episodios de Pocketland, firmados entre 2012 y 2017 y publicados en la Revista Kamandi, fingen ser autoconclusivos, historias independientes de distintos personajes y el relato de cómo acabaron en este desierto abandonado de toda percepción. Lo cierto es que, además de ser eso, construyen un relato comunitario mayor que entrelaza a todos los bicharracos presentados en el primer capítulo escuchando a una estrella contar su historia.
Diez veces se presenta el título, y diez veces entramos a Pocketland sin tener que cerrar el propio libro. Jorge Quien va pasando el foco entre los personajes (Robot, Planeta, Piedra, Cartón, Caño…) y aprovecha cada oportunidad para reinventar la forma de narrar que venía utilizando hasta el momento. Siempre le encuentra un giro, por más mínimo que sea, a la naturaleza de los personajes, su historia y su interacción con sus vecinos abandonados.
El arte de Jorge Quien en este libro es algo que no había visto nunca. De a momentos se parece a Pedro Mancini, de a momentos a Quino. Juega con el lector haciéndole creer que hay un límite para su talento y entonces al pasar de página redobla la apuesta. Se divierte haciendo fluir su estilo desde los más básicos y geométricos vectores hasta los detalles realistas de una sola piedra. Y no es azaroso, es una decisión consiente que manipula la vista y la relevancia que le damos a los elementos en la página. Se puede ser buen dibujante y buen guionista, pero no es tan sencillo construirse como un historietista que entiende cómo funciona la secuencialidad. Jorge Quien lo logra en cada página.

El único problema de Pocketland es que se hace muy corto. El último episodio resuelve algunas incógnitas pero abre muchas más, e incluso si todo quedase resuelto, los personajes ya cobraron una tridimensionalidad lo suficientemente interesante como para querer seguir leyéndolos. Como un dibujo con el que no se está satisfecho, la goma pasa y los borra, pero los vestigios duros del garabato quedan en el papel, rebeldes.
No se habla mucho de Jorge Quien en el gran esquema de la historieta, pero ojalá que eso cambie. Por ahora va a seguir escondido en Pocketland, desapercibido, hasta que volvamos a abrir libros como este que, por suerte, Loco Rabia editó en formato de bolsillo.