Entre 1989 y 1992, Marcelo Dupleich produjo historietas habitualmente para “Fierro”, “La Parda” (de la cual también será director de arte), “El Tajo”, “Humor” etc. Después se fue a Alemania y desapareció de mi radar hasta su regreso en 2007 con la que yo considero su obra más perfecta: “El Emperador”. En 2008 publica “Celeste” y vuelve a desaparecer del panorama historietístico local. Así que la publicación de este “Roberto. Un tipo de mierda” es algo así como su segundo regreso al medio.
Pero repasemos por un segundo lo que dice su currículum:
Fundador de “Escuela Ola”. Profesor Nacional de Dibujo, Pintura y Escultura. Profesor titular de la Escuela Argentina de Historieta y adjunto de la escuela de dibujo “Garaycochea”.
Ganador del premio expositor del Instituto de Cooperación Iberoamericana y la Asociación Argentina de Críticos de Arte en 1990, y del premio BRAQUE otorgado por la fundación Banco Patricios y el Servicio Cultural de la Embajada de Francia en 1992.
Fue aceptado por el profesor Cristian Megert en la prestigiosa Academia de Dusseldorf, Alemania (donde vivió durante cuatro años), apadrinado por el arquitecto Clorindo Testa y el artista plástico Julio Le Parc.
Publicó para diferentes revistas nacionales e internacionales y sus obras forman parte de distintas colecciones privadas en Alemania, Francia e Italia.
Solo con lo que acabamos de leer, cualquier cosa firmada por Marcelo debería ser un éxito de ventas asegurado. Pero no. Al menos no en el mercado de la historieta argentina. Este domingo, Marcelo tenía una mesita minúscula en el “Dibujados” en la que ofrecía su última obra... y casi todas las anteriores porque también estaban disponibles ejemplares de “El Emperador” y “Celeste” que en un mundo normal deberían estar agotadísimos porque Deux las publicó hace más de diez años.
Me acerqué. Recordamos los viejos tiempos en los que sus historias cortas salían en las contratapas a color de “El Tajo”. Me dijo que lo lindo de la autoedición era el contacto con el público, que en sus obras anteriores se lo había perdido y ahora lo estaba disfrutando. Me dedicó un ejemplar y le prometí reseñarlo en cuanto lo leyera.
Ahora a cumplir con la palabra empeñada.

El efecto Dupleich
Tal vez, una de las primeras impresiones que tenemos apenas hojear el libro es que está pensado como una totalidad y casi como un objeto de lujo. Solapas, plastificado sectorizado en portada y contratapa, papel ilustración, páginas de cortesía negras, páginas de separación entre las historias, un prólogo increíble del capo de Diego Parés... Todo cuidado hasta el último detalle. Esta es una característica de un autor que, incluso antes de autoeditarse, se involucraba mucho en todos los aspectos que hacen al acabado final del libro como objeto y casi como fetiche. Tal vez el ejemplo más extremo haya sido cuando insistió en que el color de fondo de todas las páginas de “Celeste” fuera... celeste.
Otra marca distintiva que se reconoce a primera vista son las viñetas grandes (apenas dos o tres por página), casi siempre apaisadas y los planos y ángulos más extraños y originales que he visto. En muchas ocasiones estas perspectivas fuerzan el escorzo acentuando la, de por sí, deformada anatomía de los personajes y rompiendo completamente el horizonte de expectativas del lector.
El tercer aspecto característico de Dupleich es la mala leche. Digamos que desde siempre, sus “héroes” fueron moralmente ambiguos, políticamente incorrectos, innecesariamente escatológicos, incluso amorales pero nada se compara con este Roberto. Este tomo condensa, destila y exagera hasta el grado máximo... hasta el asco y el horror toda la bajeza abyecta que puede alcanzar el ser humano. Si Arlt decía que su literatura pretendía ser un cross a la mandíbula, este “Roberto” es una patada en las bolas. Y eso, otra vez, descoloca al lector, no lo deja reposar feliz en su zona de comfort sino que lo interpela, obligándolo a adoptar una posición ante las atrocidades que le cuenta la historia.
O, como Parés en su prólogo expresa mejor que yo: “¿Creías que estabas muerto, verdad? ¿Creías que ya habías leído todas las historias y que nada te podía conmover, que todo era una infinita repetición de fórmulas combinadas hasta el hartazgo? (...) Bueno, pero no.”

No todo es rosa
No obstante, el volumen también tiene sus puntos criticables.
Para empezar, Se extraña mucho el color. Claramente, el blanco y negro es una elección estética totalmente válida y, quizás, acertada para el tono de la obra que nos presentan, pero el manejo del color que tiene Dupleich es uno de sus puntos más fuertes y se echa en falta.
Por otro lado (y en contra del dicho de que lo bueno, mejor si es breve), este tomo me resultó demasiado corto y siento que su brevedad atenta contra el desarrollo del personaje. Por poner un ejemplo, en “El Emperador” se contaban catorce historias pero se podía comprender al personaje desde la primera: un argentino emigrado en N.Y. sin laburo y cagado de hambre es un personaje al que lo entendés en seguida.
Acá se nos cuentan tres historias pero un protagonista como Roberto (que hace las cosas que él hace) requiere un desarrollo mucho mayor para que podamos asimilarlo. No pido un origen en el estilo de los villanos de Batman, pero al menos poder comprender su motivación para que el personaje no me resulte inverosímil.
En la contratapa, el propio autor plantea esto como un efecto artístico buscado: “La sensación de rechazo que estas historias deberían dejar en los lectores, seguramente será la misma que yo experimenté al concebirlas (...) Esa sensación de ‘no puede ser un tipo así”. El problema es que cuando yo me digo “No puede ser un tipo así” estoy rompiendo el pacto de verosimilitud que me plantea la obra y ahí se pierde mucho del impacto que puede generar la historia porque puedo volver a refugiarme en la tranquilidad de que, en realidad, no puede existir alguien así.
Aunque tal vez estoy siendo injusto y la única explicación de este berrinche sea que, tras tantos años de ausencia, quería darme un festín de Dupleich y este tomito se me evaporó entre las manos.
Quizás el futuro nos depare más aventuras del infame Roberto y así pueda satisfacer mis ganas de seguir leyéndolo, al tiempo que gana en profundidad y realismo. Mientras tanto, celebremos otro regreso de Marcelo Dupleich al comic argentino. Una figura que siempre tiene algo nuevo y radicalmente diferente para ofrecer al público.