En la página de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana, El Tomi cuenta que, cuando era chico, encontró dos paisajes al óleo que había pintado su padre antes de abandonar el arte para dedicarse al trabajo bancario. Desde ese día, según sigue contando, supo que quería dibujar. Y así lo hizo. De hecho dice que no recuerda un día en el que no haya dibujado. Por eso, cuando en un accidente, El Tomi se seccionó dos falanges del índice derecho, lo primero que hizo fue empezar a practicar para dibujar con la mano izquierda. Porque es un artista y como tal, no concibe la vida sin su arte.
Un día, viendo el marrón del Río Paraná, decidió empezar a producir sus obras sobre papel madera. Otro día se encontró con el difumino y lo incorporó a su trabajo revolucionando totalmente su estilo. Y otro día se topó con el Photoshop y su estilo cambió de nuevo. Y otro día pasó con los pasteles. O para ser más gráfico en el ejemplo: un día, El Tomi encontró en la calle un pedazo de ladrillo de una demolición y con él dibujó la contratapa de la edición de ese mes de “Rosario/12”. Porque es un artista y como tal, está abierto a los materiales y los estímulos que lo rodean para transformarlos en arte.
Y sin embargo, alguien (que tal vez no lo había leído) dijo una vez que El Tomi se había pasado cuarenta años haciendo lo mismo. Y otros (que seguramente tampoco lo habían leído) empezaron a repetirlo. Y ya sabemos que, como pregonaba Göebbels, “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Al menos para cada uno de los que la repiten y se ven confirmados por otros 999.
En este breve repaso bio-bibliográfico pretendemos demostrar que eso no es así ya que la evolución estilística del autor es evidente para cualquiera que lo haya leído. Pero también nos gustaría tratar de entender el origen y el sentido de esa falacia tan repetida.
Vamos a ello.
Tomas D´Espósito nació en 1955 en la ciudad de Rosario, donde se formó en la Escuela Superior de Artes Visuales. Es artista plástico, escritor, poeta, historietista, guionista, ilustrador, diseñador gráfico y creativo publicitario.
Ha trabajado en los diarios “Rosario”, “La Capital”, “El Ciudadano”, “Clarín” y “Página 12”, y en las revistas “Humor”, “Sex Humor”, “Super Sexy”, “Risario”, “Fierro”, “Noticias”, “El Vecino”, “La Luciérnaga” y “Ángel de lata” entre otras.
En España, publicó en “Cambio 16”, “El Víbora”, “Kiss Comix”, así como también en “Métal Hurlant” (Francia) y “Spirou” (Bélgica). Fue ilustrador y caricaturista político de la Agencia Télam y publicó en el Suplemento Historietas Nacionales.
Ha expuesto su obra en salas como el Centro Cultural Bernardino Rivadavia de Rosario; el Centro Cultural Recoleta; el Museo de la historieta de Río Cuarto de Córdoba; la Expo Sevilla 92; el salón del Cómic de Sao Paulo de Brasil, el Salón de Angoulême de Francia y en el Festival Cómic Nóstrum de Mallorca de España. Actualmente, reside en Barcelona.
Considerando lo vasto de su obra y que una gran parte de la misma se da en el campo de la ilustración, a continuación haremos un sucinto repaso de sus historietas serializadas, deteniéndonos en aquellas que nos permitan observar la evolución de su estilo tanto plástico como narrativo.
“Róbinson Sosa”
Como en algún lado hay que empezar, vamos a empezar por acá. En 1981, el número dos de la revista “Risario” contiene la primera historia de esta saga guionizada por Manuel Aranda. La acción tiene su punto de partida en la decisión del protagonista y su fiel compañero, Jueves, de habitar en una isla. Pero, a diferencia de los famosos personajes literarios de los que toman sus nombres, la isla de Robinson Sosa está situada en el humilde laguito del Parque Independencia. La historia, por lo tanto, tendrá un tono que combina el humor y la aventura surrealista con un innegable localismo rosarino. La serie pasó por el diario “El Ciudadano” y terminó su primer periplo en 1987 en el magazine “Vasto mundo”.

Todo este material fue rescatado en 2016 por el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa que preparó la edición en un libro que se presentó para la Crack Bang Boom de ese año.
Podríamos decir que en este momento (El Tomi inicia la serie con 26 años) el estilo del dibujante tiene todas las características de eso que dimos en llamar la escuela argentina de historieta. Blanco y negro, plumín, pincel y tinta china, cierta exageración expresionista en los rasgos que recuerda más que nada a Enrique Breccia. Nada del otro mundo... un joven formándose y buscando su estilo dentro de un medio que ya tenía una tradición sólida y gloriosa de la cual abrevar.
Pero en 1998 Robinson Sosa se subió de nuevo al “sublaguino” y volvió a las páginas de “El ciudadano y La región”. Esta vez en forma de viñeta diaria y a color. Y ahí nos encontramos con Lápiz sanguina, lápiz sepia, lápiz grafito, lápices de colores, pasteles, tempera blanca y difumino sobre papel madera. ¿Qué pasó? Pasaron los años y ese joven artista se fue perfeccionando, fue encontrando y reinventando su estilo una y otra vez.
Veamos algo del proceso intermedio.
La evolución gráfica de los ochentas y noventas.
Lo que había pasado en el ínterin era mucho. El Tomi se había mudado a Barcelona y había publicado casi toda su producción de la época en la primera encarnación de “Fierro”, ilustrando incluso algunas de las tapas de esa publicación que se caracterizaba por tener grandes portadistas. De ese periodo son sus series “Polenta con pajaritos” (reeditada por Colihue), “Ciencia fricción” y “Tangozando” (reeditada por Doedytores). Por su parte, “El desmitificador” y “Cuentos del bajo vientre” tras el cierre de “Fierro” continuaron en “Cóctel”.
Desde el punto de vista gráfico, este es un periodo de una búsqueda notable de un estilo. Los fondos se simplifican hasta casi desaparecer dando la impresión de que las figuras a veces flotan en el aire o se mueven en el espacio incierto de los sueños o lo irreal. Las tintas de El Tomi son cada vez más personales y empiezan a distanciarse de ese primer estilo de mancha negra tan característico de nuestra historieta. El autor parece ir en contra de la corriente intentando que la tinta sugiera más luces y destellos que oscuridad.

En esa búsqueda, hay una primera experimentación con la aguada o tintas diluidas con alcohol o aguarrás y acompañadas con brillos de témpera blanca (“Dibujitos avivados”, reeditado por Doedytores, por ejemplo) e incluso páginas realizas por método sustractivo, es decir “dibujadas” enteramente con la goma de borrar sobre una capa de grafito esparcido. Cabe destacar que todo este proceso implicaba asumir un importante riesgo porque ni la tecnología de impresión, ni los editores ni el público estaban habituados a las nuevas formas que El Tomi encontraba para expresarse. Pero el resultado fue que para fines de los ochentas y principio de los noventas, el dibujante rosarino se encontrara produciendo un material único que, desde el punto de vista gráfico, era radicalmente diferente a todo lo que se publicaba o se había publicado alguna vez en nuestro país.
Lírica, narrativa y pornografía.
En lo relativo a la narración, la cosa también venía bastante personal. En principio y para comenzar con lo más básico, podríamos diferenciar entre dos tipos de planteo: La narración secuencial tradicional en viñetas como vemos en “Polenta con pajaritos” y una forma del relato ilustrado que puede tener una o varias imágenes por página acompañadas de un bloque de texto que va contando la historia como ocurre en “Tangozando”.
Por otro lado, algo que en ningún momento puede perderse de vista cuando leemos obras del Tomi es que el tipo es un poeta y está atravesado de poesía. En algunos casos, esto es más explícito y los textos directamente son poemas con métrica y rima regular como “Maternicaragua”, “Pablito tenía dos alas” o la mayoría de los guiones de “El desmitificador argentino”. Pero incluso las historias que prescinden de los aspectos formales de la poesía, se encuentran a veces luminosamente invadidas de metáforas y recursos líricos. Por solo mencionar un ejemplo:
“De un gomerazo, el pibe hizo añicos la paz de la tarde y una lágrima de plumas cayó desde los ojos verdes de los plátanos”
En este caso, entonces, no sería correcto plantear una dicotomía sino un gradualidad con muchos grises intermedios entre los textos más líricos y los más narrativos sin que nunca acaben de renunciar ni a la poesía ni a contar una historia. Es cierto que sus obras más narrativas (estén acompañadas por versos o prosas) tienen una secuencialidad más clara y legible desde los gráfico. Mientras que sus obras más líricas, como los mencionados capítulos de “El desmitificador argentino”, tienen una secuencialidad más difusa y es el texto el que termina de cohesionarlos.

Es importante destacar que los recursos poéticos no se limitan a la dimensión textual de las historietas sino que desde el principio invaden el espacio de las imágenes. Así, una cabeza podía estar dibujada como un cesto de basura, un inodoro o una olla a presión. Además de la metáfora, las principales figuras retóricas que se trasladan a las imágenes son la alegoría (cuando algún concepto aparece en forma humana como ese capítulo de “Historias del bajo vientre” en el que un personaje se encontraba con La Vergüenza) humanización de los objetos y la cosificación de las personas. Estos recursos, que primero aparecían tímidamente, cobrarán cada vez más protagonismo hasta volverse predominantes en la producción del autor durante este siglo.
Es interesante señalar que la combinación de todos estos elementos borra, en cierta forma, las fronteras de los géneros y habilita nuevos niveles de análisis. Resulta más sencillo explicarlo con un ejemplo: Si una bruja cae a tierra enredada en el barrilete de un pibe ¿Eso es una metáfora o la irrupción de un elemento fantástico?
Solo con lo poquito que vamos analizando, El Tomi tendría que haber sido considerado uno de los autores más innovadores e interesantes del momento. Lamentablemente, se lo encasilló como un dibujante porno y fin. Lo cual no está mal del todo porque ha dibujado toneladas de gente garchando de la forma más explícita. El problema es haberse quedado solamente con eso porque incluso dentro del porno debe haber un lugar para el análisis. Cuando leemos que una de las hazañas del guapo Segismundo fue haberse planchado la raya del pantalón con los labios ardientes de la vagina de una de sus amantes ¿Eso es porno o es una parodia? ¿Es una oda a la masculinidad porteña o una burla descarada a esos mitos?
Entiendo que la forma desinhibida y lúdica de plasmar la sexualidad resultaba tan innovadora para la época que todos los otros elementos que caracterizan a su estética quedaron en un segundo plano... y pocos se tomaron el trabajo de mirar unos centímetros más abajo de la superficie.
La producción en el nuevo siglo: color y digital.
Y por el mismo motivo (y con la misma superficialidad en el análisis) por el que antes fue reconocido, hoy El Tomi es rechazado por un sector del público. Porque sigue dibujando mujeres en bolas y grandes penes erectos en un contexto en el que, encima, la historieta erótica como género perdió toda su popularidad.
Resulta razonable que aquellos que antes solo supieron leer su obra en clave pornográfica (espero que ya haya quedado claro que es mucho más que eso), hoy la consideren obsoleta y anacrónica. Pero tratemos de ir un pasito más allá:

Hasta ahora hemos constatado lo que fue la increíble evolución gráfica del rosarino durante el siglo pasado y ya mencionamos que a fines de los 90s había empezado a publicar viñetas a color. No obstante, la calidad de reproducción del diario, difícilmente podía darnos una idea cabal del virtuosismo de esas ilustraciones.
Como todos saben, en 2006 volvió “Fierro” y con ella volvió El Tomi. De este periodo son el segundo arco de “El desmitificador argentino”, “Indiocincracia”, “Freak City” (compilados parcialmente en la Colección Continuará) y esa reflexión metatextual en ocho entregas que fue “Interior / Noche” sobre guiones de Lautaro Ortiz que fue reunida en un tomo por Ediciones de la Flor. Durante esos años, en “Fierro” se llegaron a publicar algunas historietas suyas a color pero, al principio los colores aparecían muy tímidamente. Podríamos pensar que con cierta desconfianza sobre la capacidad material de plasmar un trabajo a color muy jugado: Un cielo de celeste plano, el rojo de una mariquita o las cuerdas azul cobalto que amarran el cuerpo de una mujer.
En “Freak City” empezamos a observar una intención de explicitar a través de ciertos efectos el uso del Photoshop y de a poco, el color empieza a soltarse.
Pero todo cambia repentinamente cuando El Tomi comienza a ser publicado en el suplemento digital Historietas Nacionales de la agencia Telam. Es la primera vez que el público tuvo la oportunidad de ver las nuevas páginas a color del artista tal como él las había creado y el resultado fue sorprendente. El que ya conocíamos como un genio de la luz y las sombras en todas las formas del blanco y negro, se revelaba de repente también como un maestro del color con un uso del sepia, la sanguina y los pasteles totalmente extraordinario.
Había ocurrido algo que por lógico no dejaba de sorprender: Durante todos esos años en los que vimos evolucionar el estilo de El Tomi en las publicaciones en blanco y negro, su técnica para el color había crecido de forma proporcional aunque no hubiera una publicación que pudiera dar cuenta de ese desarrollo.
Obviamente, obras de ese nivel pictórico requieren una edición en papel muy costosa con una calidad de material que permita apreciar el virtuosismo del artista.
Mientras esperemos que algún día se le haga justicia con una edición física de su obra a color, recomiendo disfrutar del deleite que significa cada página de “Las santas del tango” que sale con la edición digital de “Fierro”.