Tres al hilo es una columna en la que elegimos un autor o autora de historieta nacional, seleccionamos tres de sus obras (las mejores, las más novedosas, las que tenemos a mano…) y las reseñamos. Porque sí, porque pinta. Porque siempre vale la pena recomendar buena historieta de autor. Hoy le toca el turno a Federico Baert.
Federico Baert forma parte de ese extraordinario grupo de historietistas nicoleños que en 1990 formaron Aquelarre. Lo acompañaban en aquella quijotesca iniciativa, dos de los que aún hoy siguen siendo sus colaboradores habituales: con Marcos Vergara está haciendo “Los hermanos Dadá” y con Caio di Lorenzo, “Desquiciados”. Ambas series para la revista en línea de Loco Rabia.
La dinámica de eventos característica de nuestra historieta independiente hizo que el trío se cruzara con los otros grupos de la época y que (principalmente, en conjunto con La Productora) surgieran algunas de las iniciativas que le dieron forma a nuestro mercado actual: Historietas Reales en 2004 y Traición, proyecto que representó el puntapié inicial de la editorial Loco Rabia, en 2008.
Por todo esto, era una total injusticia que todavía no le hubiéramos dedicado algunas páginas a la obra de Federico Baert. Injusticia que procedemos a subsanar, mandándonos tres al hilo aunque (advertimos desde ya) no es una experiencia recomendable.
Causas perdidas. Dibujos de Carlos Aón y colores de Lara Lee

Coeditada por Loco Rabia y Belerofonte en 2015 es, muy probablemente, mi obra favorita de las tres que aparecerán aquí reseñadas.
Facundo Botero llega a la ciudad porque consiguió laburo en un semanario haciendo la sección de arte y cultura. Aunque el futuro de la revista parece muy incierto, él necesita que ese trabajo funcione para que todo el esfuerzo y los sacrificios que hizo su madre para pagarle la carrera de periodismo tengan sentido. Sus compañeros de pensión y de desventuras serán Raúl (un estudiante de Bellas Artes), Chavela (una piba que canta en bares) y Enrique (un transa asqueroso que manosea pibes a cambio de falopa). También está El Tigre, aunque este no vive en la pensión sino que a los treinta y ocho años sigue viviendo con (y de la jubilación de) su madre.
Estos personajes van a hablar, beber, pelear por estupideces, encamarse, drogarse y matarse entre ellos.
En este librito ya podemos observar algunas de las constantes que definen el “estilo Baert”. La combinación de los ámbitos del arte, la cultura y la marginalidad; las sexualidades menos convencionales; un secreto oscuro del pasado que proyecta su sombra sobre el presente; el fatalismo que parece absorber a los personajes con una fuerza irresistible en una espiral descendente hacia la violencia, la degradación y la destrucción moral y física.
¿Es la sociedad la picadora de carne que tritura a estos personajes y escupe sólo los huesos? Sería una hipótesis tranquilizadora. Porque la sociedad puede cambiar. La otra hipótesis es que sea el absurdo de la propia naturaleza humana y, en ese caso, no habría forma de escapar.
Buena parte de mi predilección por esta obra proviene de la efectiva realización gráfica a cargo de la dupla Aón/Lee. El trazo de Carlos Aón, simple pero nunca limpio, dinámico (aunque la historia no requiera demasiada acción) y estilizado, se combina con una paleta ilimitada de colores muy saturados para lograr un resultado apabullante.
El Rey de la historieta

Publicado originalmente en Historietas Reales entre febrero y noviembre de 2011 y reeditado en 2019 por Loco Rabia y Los Aspirantes. En su versión digital contaba con fondos de Marcos Vergara y colores de Caio di Lorenzo pero para la edición en papel se eligió la versión en blanco y negro.
Fabricio Barraza fue, alguna vez, un pibe de origen humilde pero a los dieciséis años ganó un concurso de historieta y desde entonces su éxito no paró. De repente se encontró ganando en un día más de lo que su padre ganaba laburando un mes entero y (como le pasa a tanta gente en situaciones similares) perdió la brújula.
En el presente del relato, está podrido en guita pero es un infeliz que maltrata a todo el mundo y a quien no soporta ni su propia familia. A lo largo de la obra lo vemos cometer acciones abyectas, dignas del peor de los miserables y cuando cae en la autoconmiseración de pobre millonario desencantado de la vida, sólo nos genera más odio y más desprecio. Él sabe que hace cosas horribles pero también sabe que goza de total impunidad porque la cantidad de plata que tiene lo coloca por encima de cualquier cuestionamiento moral. La esposa y las hijas lo detestan pero dependen económicamente de él y no están dispuestas a sacrificar la vida de lujos que llevan. El editor sabe que las ventas de sus libros son el pilar que sostiene a la editorial, así que se lo aguanta a pesar de lo mal que trata al público y la prensa especializada.
Porque lo peor, lo más imperdonable... es que el tipo odia a los críticos. ¿Qué clase de monstruo hay que ser para no amar a los críticos de historieta?
No obstante, Fabricio tiene destellos de humanidad: sostiene una fundación que ayuda a los chicos carenciados del barrio de su infancia y trata de proteger a su hijo varón discapacitado. Esto nos sirve para recordar que debajo de tantas capas sedimentadas de mierda, existe un ser humano.
Sin eso, la historia no funcionaría.
Hacia el hondo bajofondo. Dibujos de Carlos Aón y colores de Lara Lee

Autoeditada originalmente en el 2000 con Baert como autor integral, el guion fue redibujado para la coedición entre Loco Rabia, Belerofonte y Los Aspirantes que salió este 2021. Así que es la más vieja y, a la vez, la más reciente de las que reseñamos acá.
Ácido Van Rotren asume el personaje del artista maldito y reventado. Obviamente, practica el cinismo de manera activa, vive de noche, se entrega a todos los vicios posibles y en cada globito trata de soltar una frase ingeniosa y cuasi-literaria que demuestre su comprensión profunda sobre la angustia existencial. Pongo por ejemplo: “Es preferible el ruido que provoca lo que despreciamos al silencio de lo añorado” o “Ese instante mortal en la eternidad donde la última esperanza se devora a sí misma”.
Cabe aclarar que la pose de artista queda en la pose no más ya que él “pinta almas” en una feria de artesanos al lado de uno que vende pulseritas, así que su vida diletante se sostiene en la fortuna de su pareja.
A priori, parecería un personaje pretencioso y forzado que pone en riesgo constantemente el verosímil de la obra. Pero, lamentablemente, todos conocemos gente así de patética. Gente a la que ser una persona le queda tan grande que eligen ser un personaje y el modelo Bukowski estaba muy de moda en los noventa así que, hasta cierto punto, Ácido termina siendo creíble. Será por aquello de que la realidad imita al arte. Procurando no destripar la historia, diré solamente que el conflicto principal parte del cuestionamiento a los límites del amoralismo. ¿Es posible desechar toda moral impuesta y todo sistema de valores? ¿Podemos, como proponía Nietzsche, colocarnos por encima del bien y del mal? ¿O, por más nihilistas que nos creamos siempre podemos cruzar un umbral que nos rompa por dentro... una acción que nosotros mismos seamos incapaces de perdonarnos?
De más está decir que en esta obra, el conflicto es totalmente filosófico/psicológico y solo puede resolverse en el interior del protagonista.
Por el lado del dibujo, encontramos un Aón mucho más limpio, prolijo y elegante y a una Lara Lee mucho más discreta en el uso del color, con una paleta menos saturada y más acotada al tono de cada escena.
Aprovechen que todas estas obras son hoy muy accesibles y no se pierdan de leer a este autor fundamental de nuestra historieta. Eso sí... no les recomiendo que se claven tres al hilo como hice yo. Puede ser demasiado fuerte para cualquiera.
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